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Un amigo de Eusebio le confiesa que mantiene relaciones adúlteras sadomasoquistas con una enigmática mujer llamada Marcia. El amigo muere y Eusebio decide contactar a la mujer, que se presenta como Julia y se muestra tierna, frágil y convencional en sus relaciones sexuales y sociales. El contraste entre la “normalidad” de Julia y el pasado de Marcia, en principio incompatibles, obsesiona a Eusebio hasta tal punto que su propia identidad se fractura o se revela, según quiera verse. Conforme la relación entre ambos se asienta –con matrimonio incluido–, las dudas de Eusebio hacia su esposa se vuelven más acuciantes, motivadas por el amor y el aburrimiento a partes iguales, y la búsqueda que emprende para averiguar secretos hipotéticos se extiende hacia todos sus conocidos, para acabar preguntándose qué tiene que ocultar él mismo y, sobre todo, hasta dónde quiere, puede y debe saber. Lo mismo, claro está, le sucede al lector.
Con una prosa aséptica, que no excluye la precisión léxica ni la frase luminosa, Luisgé Martín construye una novela extraña dentro de la literatura española, que, por estilo y temática, podría relacionarse con la obra de escritoras sudamericanas como Andrea Jeftanovic o Lina Meruane. La novela, de apariencia engañosamente clásica, acelera su ritmo conforme la trama avanza, como sucede con algunas series televisivas; de hecho, no es azaroso que esté estructurada en escenas breves y narrada en presente y en una tercera persona que cuenta y no juzga, que describe sin afán de intervenir.
Gracias al uso habilidoso de la elipsis, se evita cualquier descripción costumbrista –en la que parecen atrapados no pocos contemporáneos de Luisgé Martín–, pese a que se diseccionan con frialdad y rigor varios asuntos inquietantes de la actualidad, como la forma en que Internet diluye o multiplica la identidad individual, o la actitud que parte de la sociedad muestra hacia prácticas sexuales heterodoxas, ya sean legales o ilegales. Esto se aborda desde la narratividad pura, sin concesiones al ensayo, con lo que se muestra que, para hablar deliberadamente del aquí y ahora, no hace falta imitar a Michel Houellebecq. Lo primordial, dentro de las reglas que el mismo texto se impone, es que la historia avance sin interrupciones y que los personajes se transformen, y vaya si lo hacen.
Más allá de la trama apasionante y de la maestría narrativa de Luisgé Martín, lo que dota de gran belleza a esta lectura sórdida –tan incómoda y tan lejana a las ganas gratuitas de escandalizar– es el tratamiento ambiguo de temas como la intimidad, el deseo y el arrepentimiento, y el cuestionamiento sobre cuáles son los límites del perdón.
Luisgé Martín, La mujer de sombra, Anagrama, 2012, 228 págs.
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