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Para hablar de Noches de adrenalina hay que establecer dos cosas: el libro es de 1981 y después de él Carmen Ollé escribió más que nada prosa, con excepción de los poemas de Todo orgullo humea la noche, de 1988. Estamos frente a una singularidad a la que se agrega la edición de Nebliplateada, que viene sosteniendo la difusión de poetas peruanos: la contemporánea Roxana Crisólogo, Antonio Cisneros y Luis Hernández, que son un poco anteriores a Ollé; una mezcla que apuesta al encuentro inesperado.
La sección principal de Noches de adrenalina empieza con esta estrofa: “Tener 30 años no cambia nada salvo aproximarse al ataque / cardíaco o al vaciado uterino. Dolencias al margen / nuestros intestinos fluyen y cambian del ser a la nada”. Con esto se arma un poema: la inscripción del yo como un cuerpo y la notación, no el relato, de su experiencia en el tiempo-espacio que delata la referencia a Sartre filtrada por los intestinos.
El yo alterna entre Lima y París en los setenta. Distancia suplementaria: el libro que nos llega cuarenta y cinco años después de su primera edición se escribió, además, bastante antes en y sobre la experiencia del exilio. El de Ollé no es el París de César Vallejo; ni la ciudad ni la poeta ni la poesía latinoamericana son los mismos. Vallejo no hubiera hablado de la sangre de la menstruación ni de Bataille.
Hay, sin embargo, un aquí y un allí desde donde habla la “bella subdesarrollada”. Ollé escribe un libro de pasajes, como el de Walter Benjamin, que también recorrió y pensó París: de un lado a otro del mundo, de la juventud a la adultez. “Las postales no se pueden vivir (su naturaleza es retiniana)”, escribe; los lugares comunes de la ciudad (el Louvre, Notre Dame, la Gare du Nord, la torre Eiffel) no llegan a postales porque sus nombres se pegan en el poema como en un álbum, pero se habla de otra cosa.
La incrustación de materiales hace al libro de pasajes: los nombres propios y las citas, igualmente identificatorias de París en los setenta (Sartre, Bataille, Bachelard), introducen una disonancia visual (en cursiva, desplazadas hacia el margen derecho) que es parte del espacio-tiempo. El Mayo francés no es un tema, sino una forma, la del cartel con sus mayúsculas, signos (+, &, etcétera) y consignas: “LA CACA ES TAN PODEROSA COMO UN PEQUEÑO COMPLEJO”. De ese tono, que no es constante sino disruptivo del más derivativo y menos certero del resto del poema, viene la tendencia a los versos largos, distinta de su otra producción poética, incluso de los “Otros poemas parisinos” que completan esta edición.
Ollé da lo que Tamara Kamenszain llamó el “paso de prosa” en su propia poesía. El gesto alerta sobre la coincidencia entre la peruana y las argentinas de los ochenta (Juana Bignozzi, Mirta Rosenberg, Susana Thénon) o la brasileña Ana Cristina César, con la que comparte la confrontación con lo confesional y sentimental que se espera de la “poesía femenina” (dentro de la que aparece Ollé en cualquier búsqueda apresurada). Noches de adrenalina también arma un linaje de mujeres, sin citas, pero con nombres propios: Sylvia Plath, Diane di Prima, Clarice Lispector, Virginia Woolf, incluso Victoria Ocampo. Si la distribución de la poesía por género todavía vale, es por esta disputa sobre la sensibilidad de las poetisas y por el uso de la palabra.
Carmen Ollé, Noches de adrenalina y otros poemas, Nebli, 122 págs.
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