LITERATURA IBEROAMERICANA

¿De dónde, de qué extraño pozo viene la fuerza colosal de estos nueve cuentos? Todo fluye con la autoridad de un río. Frases, personajes y tramas arrastran consigo una elegancia sucia, como si el texto rechazara la belleza inodora de lo perfecto y absorbiera otra, más cruda, de rugosidad mordiente, ligada al calor de la vida animal. Y sin embargo esta intención no es un cheque en blanco para el descuido de la forma. Por el contrario, el libro explota de ingenio verbal y aciertos argumentales, aunque la prosa nunca llama la atención sobre sí misma.

Son cuentos urgentes, calientes, que recuerdan a Rulfo por la sabiduría firme y por la intensidad poética, pero también porque expresan el dolor de la tierra. Parecen surgidos tras haber apoyado las manos y el oído en el suelo americano. Sus personajes, casi siempre moviéndose en un entorno rural o selvático, están tironeados —sofocados— por fuerzas internas (el miedo, el hambre, el ansia sexual) y externas (un orden alto, inalcanzable, injusto) que se entrelazan recordándonos que la realidad es un continuo.

Un ejemplo: “Parto de vaca”, el cuento que cierra el volumen. Está narrado por un quinceañero que vive desde siempre en un rancho de monte con su abuelo, tras el secuestro y el asesinato de su madre a manos de grupos paramilitares. El silencio triste del abuelo que sólo quiere recuperar el cuerpo de su hija convive con la confusa rabia del nieto, que sólo quiere mirar hacia adelante. Pero el pasado está ahí, llameando en el cuerpo de una prostituta que lo dobla en edad, que había sido amiga de su madre y que se salvó por un pelo de terminar como ella. La realidad entera se aprieta en esos encuentros sexuales. Y entonces, ya entrenado en la violencia de la vida, el joven narrador presencia un parto: “En ese pujar, la vaca entrega su cría a la muerte, lo llora y lo celebra. El bicho termina de salir rebotando en el suelo. Bienvenido, pequeño bovino. Su madre lo lame intensamente como quien pide perdón. El ternero se deja lamer y de pronto mugen al unísono. Puedo sentir que este coro es el comienzo de un desacuerdo, un desacuerdo que durará toda la vida animal y que sostendrá quien tenga que ver la muerte del otro. Un desacuerdo tan profundo que cualquiera lo confundiría con música. Empujado por la lengua de su madre el ternero se para, y pararse es ya estar solo. Todo en esta escena tiene quince años y el infinito. Es tan viejo nacer en el mundo. Tan viejo y tan brutal”. El narrador comprende algo, se calma y llega de otra manera a la resolución de su historia.

Laura Ortiz Gómez nació en Bogotá, pero desde hace unos años vive y escribe en Argentina. Sofoco, que ganó en Colombia el Premio Nacional Elisa Mujica, es su primer libro publicado. Ojalá siga alimentando a la literatura de manjares raros y potentes como son estos cuentos.

 

Laura Ortiz Gómez, Sofoco, Concreto, 2021, 136 págs.

17 Mar, 2022
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