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El apagón como metáfora de la megaciudad sumida en el caos y el desgobierno se repite como recurso en la nueva novela americana, y lo han usado entre otros muchos César Aira, Juan Forn, Daniel Alarcón o Santiago Roncagliolo; el lugar puede ser Lima, Buenos Aires, San Pablo, México o Nueva York. Mike Davis ha tratado en sus ensayos los problemas comunes de ese urbanismo monstruoso e inhumano que son también el punto de partida de este nocturno de Caracas.
Subyacen en el fondo de The Night dos formas de abordar la enfermedad que aqueja a un país: como patología o como comentario de texto. En la acumulación de tramas entreveradas, en la primera novela de Rodrigo Blanco Calderón están un psiquiatra que investiga al psiquiatra más prestigioso de la nación —escindido entre el cuidado de la salud mental del presidente y la comisión de crímenes horrendos— y un novelista novel que se obsesiona con los palíndromos de un escritor consagrado, dividido este entre la acción política y la estética. Esos dos protagonistas centrales buscan en las obras de sus sujetos de estudio anagramas secretos, significados ocultos o textos revelados.
Lo extraordinario es que los caracteres más increíbles del relato se corresponden con personas bien reales, y en las tan prolijas como fantásticas biografías de Darío Lancini y Edmundo Chirinos (que aparecen aquí apenas maquillados) parece haber más datos ciertos que licencias poéticas. Porque este libro esconde en su interior muchos otros libros: hay una actualización de “La muerte y la brújula” de Borges en la que se sustituye el tetragrámaton por el Tetris; hay una variación de aquella fuga de Teodoro Petkoff que contó García Márquez; hay una historia de pareja que es una revisión de lo dantesco y otra con una cucaracha que nos sumerge en lo kafkiano; el argumento de una novela de Rómulo Gallegos sirve para replicar a Neruda y un ensayo sobre el lenguaje remite a la vida de Saussure. Planea sobre todo en cada línea la sombra de Bolaño, pero además resuenan ecos de Piglia, de Ellroy, de Joyce, de Poe, de E.T.A. Hoffmann y hasta de Hannibal Lecter. Este festín de metaliteratura alcanza a albergar muchas tensiones: entre originalidad y plagio, entre testimonio y fabulación, se pone el escritor en el trance de elegir el juego o el compromiso, el formalismo o el discurso crítico, la ficción onírica o la crónica.
Todo eso que en principio parece imposible de cohesionar, Blanco Calderón lo engarza tan bien que consigue verdaderamente retratar Caracas y sus psicogeografías, y probablemente sea la maestría del autor en el formato cuento la que le permite plantear un relato urbano que por fuerza ha de ser complejo, que tiene que componerse como la propia ciudad (que es un palimpsesto, que también se lee) de muchas historias, de muchas capas, de muchas fisuras.
Rodrigo Blanco Calderón, The Night, Alfaguara, 2016, 360 págs.
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