暗​涙​に​咽​ぶ [Ahogarse en lágrimas oscuras]

Hay algo de verdad detrás de todo chiste. Cuando el vaporwave apareció en Internet a comienzos de la década de 2010, era difícil verlo como algo más que combustible para memes. La reacción era instantánea: al escuchar esos loops torpes, cargados de reverb, o la voz pitcheada de Diana Ross, la risa se mezclaba con una sensación de incredulidad. Pero detrás de la ironía y el humor, había personas —principalmente adolescentes— que buscaban crear un refugio de fantasía usando sonidos e imágenes de un pasado que no habían vivido. Niñxs de todas partes del mundo comenzaron a hacer música llevando la técnica del sampleo hacia su última consecuencia: música como cita, una recontextualización de algo ya escuchado, un sonido reciclado.

Asocio el vaporwave también con una sensación de vértigo. Parecía que cientos de discos se subían a diario, todos firmados con distintos alias y artes de tapa; foros, blogs, sellos y canales de YouTube, todos dedicados exclusivamente al género. Un océano de música anónima, de ninguna parte ni tiempo, tan abrumador como esperanzador.

Para la segunda mitad de la década, a seis años de haber comenzado, la discusión alrededor del vaporwave comenzó a apagarse hasta quedar casi olvidada. Por esa época, el género se había empezado a “poner ambient”. No fue un cambio drástico: en cierto modo, lo único que tenían que hacer era espaciar y ralentízar aún más sus samples. De hecho, artistas pioneros como Infinity Frequencies, 2814 o 骨架的 (Skeleton) tenían un estilo más atmosférico y menos bailable que otros abanderados del género como Blank Banshee, Saint Pepsi o Luxury Elite. En su tendencia rizomática a ramificarse en distintos microgéneros, apareció el “slushwave”, que se traduciría algo así como “aguanieve-wave” (aunque también se puede asociar con una bebida hecha de hielo triturado).

El ambient tuvo su propio momento en 2020. Durante la pandemia, la música ambient parecía ser lo único en Internet que llamaba a la lentitud, a la paciencia o a un momento de sensibilidad y sutileza. Entonces aparece la música de Desert Sand Feels Warm at Night, proyecto de un músico inglés llamado William Hallworth-Cook, como un soundtrack perfecto para esos años en los que el tiempo pareció realmente detenerse y nos quedamos encerrados con los recuerdos de un mundo que no volvería a ser el mismo.

En tiempos en que las versiones estiradas de los clásicos del ambient de Brian Eno acumulan millones de escuchas, Desert Sand lleva la técnica del slowed + reverb a extremos. Su disco de 2022, 夢の砂漠 [Desierto de sueños], es una colección monumental de cuatro horas de música que suena irreconocible de su sample original —si es que incluso se trata de samples— y deja atrás cualquier efecto de cita o de chiste. Un vaporwave que aparenta haberse librado de la nostalgia; más cerca de una búsqueda espiritual y menos del comentario irónico.

暗涙に咽ぶ [Ahogarse en lágrimas oscuras], publicado en mayo de este año, profundiza en esta suerte de vaporwave del desapego e incluso se libera del uso de samples. Varios momentos del disco bordean el silencio y la fragilidad, como el dúo ambient Stars of the Lid en sus últimos años. Pero también abundan los pasajes que se despegan de la planicie desértica, como el track 3 —una épica pop y melancólica de quince minutos—, o el track 7 —una balada a lo Phil Collins pero instrumental—. Como si el paso del tiempo hubiese erosionado esos hits de los ochenta y sólo quedara su emoción más esencial. Si la historia se repite y lo hace la primera vez como tragedia, la segunda suena a un eco.

Desert Sand Feels Warm at Night, 暗​涙​に​咽​ぶ, edición independiente, 2023.