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Filosofía de la canción moderna

Bob Dylan

MÚSICA

Este libro de Bob Dylan es una de sus producciones más curiosas. Filosofía de la canción moderna entrelaza tres líneas, dos de texto y la tercera de imágenes. Las imágenes componen una breve historia gráfica de la cultura popular norteamericana en torno a la mitad del siglo XX, y uno diría que son fragmentos rescatados por la mera nostalgia si no fuera por la demencia evidente que en general exudan: hombres y mujeres de miradas tan penetrantes y desaforadas que parece que lo que sea que tienen en el cuerpo fuera a salírseles por las cavidades de los ojos. También establecen el registro general del volumen: la comedia. Y cómico es el tratamiento de las sesenta y seis canciones que Bob Dylan ha escogido para hacer ¿qué cosa? Un libro de género incierto, que no cumple en absoluto con lo que aparenta prometer (una teoría de la canción moderna), un libro que ni siquiera es un ensayo sino una serie de ficciones ilustradas y acompañadas por comentarios cuya relación con aquello que comentan es muchas veces elusiva.

La mayor parte de los capítulos comienzan con paráfrasis de canciones que fueron, en la mayoría de los casos, grabadas en los años de formación del artista: entre la Segunda Guerra Mundial y la mitad de los años sesenta, cuando se inició (el libro nos invita a suponer) la decadencia del arte que practica. Aunque “paráfrasis” es probablemente una expresión equivocada: la voz que se dirige a nosotros adopta la convención de un “tú” que ciertos literatos han empleado para generar la ilusión de que asistimos a un diálogo que el autor establece consigo mismo. Cuando en el primer capítulo —sobre “Detroit City”, grabada por Bobby Bare— leemos las primeras frases (“En esta canción eres el hijo pródigo. Anoche te acostaste en Detroit. Esta mañana te dormiste, soñaste con campos de algodón blancos como la nieve y deliraste con granjas imaginarias”), sentimos que accedemos al flujo de imágenes y reflexiones que el cantante tiene en mente mientras ingresa en la canción. “¿Qué nos lleva a pensar, cuando una canción entra en modo narrativo, que de pronto el cantante nos está contando la verdad?” Esto se pregunta Dylan en el comentario de “Detroit City”. El verbo que en español se tradujo como “entra en modo” es en el original en inglés “to lapse”, que evoca un movimiento progresivo y pausado, un poco como el de quedarse dormido. Y lo que las narraciones invariablemente oníricas que forman el componente principal de Filosofía… nos ofrecen son otras tantas instancias de Bob Dylan, devoto de máscaras y simulaciones, deslizándose en canciones de otros mientras cuenta historias que compone a partir de los indicios que tal o cual disco le ofrece. Para decirlo de manera simple: las sesenta y seis pseudoparáfrasis de canciones del siglo pasado son otros tantos covers. En los últimos años Dylan ha grabado numerosas versiones de standards que formaban el repertorio de Frank Sinatra. Quien haya escuchado esas grabaciones y notado las sutiles deformaciones que le imponen a venerables baladas no se extrañará al comprobar que las versiones que su nuevo libro nos propone son muchas veces infieles a la letra del original. Tan infieles son a veces que probablemente haya que leer el libro como una secuencia de ficciones breves que tienen lugar en un universo fantasmal, un Estados Unidos de leyenda.

Las ficciones en cuestión son apareadas con comentarios muy diferentes de los del crítico que escribe una reseña o el académico que redacta un paper. El tono es el del locutor radiofónico que mezcla información sobre las vidas de cantantes y compositores, las circunstancias en que se realizó la grabación, los músicos que participaron y el estado de la industria discográfica en los tiempos en que apareció, junto con abruptas opiniones sobre el espíritu de la nación, el valor del arte o su insignificancia, la inevitable perversidad de los humanos o lo que sea. Como su objetivo es menos instruir que entretener, el discurso va pasando de opinión en opinión, de incidente en incidente, cambiando todo el tiempo de carácter. La “filosofía” que emerge de esta cháchara (si cabe esta palabra) no es la enunciación de una verdad meditada, juiciosa, impersonal sobre cierto dominio de la música, sino algo más parecido a lo que a veces llamamos “mi filosofía de vida” y el admirado Sinatra llamaba “my way”, “mi manera”. Y como en “My Way”, la canción, el personaje que Dylan edifica es un anciano astuto, taimado, que confronta con un rictus ambiguo la inminencia de la muerte y declara que tuvo la fortuna de ser parte del mejor de los tiempos. Y el mejor de los tiempos es aquel en que imperaban los cantantes-actores melodramáticos, variables, orgullosamente indiferentes a la demanda de autenticidad que volcó sobre nosotros el diluvio de los años sesenta, cuando el rock empezó a volverse respetable. Desde el disco que lanzó en 1999 su presente encarnación, Time Out of Mind, Dylan, que ya en los años setenta había adoptado una disposición ostentosamente antimoderna (proclamando, por ejemplo, su conversión a la fe cristiana), ha practicado un heterodoxo tradicionalismo que encuentra en el pasado de hace poco menos de un siglo no un tiempo de calma felicidad, la perdida primavera en que las cosas todavía conservaban su armónica frescura, sino un tiempo de perturbación y misterio. Filosofía de la canción moderna, esta mezcla engañosa de chácharas, ficciones y figuras, es una parte integral del extraordinario proyecto de su autor, no su clave. Mi modesto consejo a los lectores: no busquen aquí lo que Bob Dylan verdaderamente piensa de la música popular norteamericana; admiren, más bien, otra actuación.

 

Bob Dylan, Filosofía de la canción moderna, traducción de Miguel Izquierdo, Anagrama, 2022, 352 págs.

23 Feb, 2023
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