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Fossora

Björk

MÚSICA

En los diálogos de Fedro, Platón plantea, a través de la figura de Sócrates, los rasgos de un ser átopos. Se trata de un individuo “desubicado”, alguien que nunca se encuentra en el lugar esperado. Es lo infrecuente y no común, la extravagancia, acaso, tanto en lo figurado como en la apariencia. El primer corte de Fossora, la nueva y mayúscula intervención discográfica de Björk (seguimos pensando en discos a través de ella, y agradecemos su intransigencia) se llama precisamente “Atopos” y es toda una declaración de principios. “La esperanza es un músculo / Que nos permite conectar”, canta. Qué es un músculo sino una masa de tejido que produce el movimiento. En este caso, lo que nos salva de la atrofia y la regresión de la escucha a la que nos empujan las tecnologías de la dispersión y vigilancia. Ese “fuera de lugar” de Fossora es fruto de una madurez que no cesa en esta islandesa de cincuenta y seis años. Hace tres décadas que mantiene la misma fuerza diferencial.

Dijo NME sobre Fossora: “Es vigoroso en su empuje”. El pop, “hasta cierto punto, se ha puesto al día con Björk”. Pero ¿se trata de pop? Tomemos uno de los tantos puntos altos del disco, “Fungal City”, con su acompañamiento de un sexteto de clarinetes, las acentuaciones percusivas, el uso de los pizzicatos y la emergencia de la electrónica, pero, también, la prosodia. El pop, ahí, es una forzada nominación. La escritura —en el papel, a partir del software, en el estudio— está con un pie afuera de los géneros. Björk puede permitirse esas derivas y digresiones. Qué decir de “Trölla-Gabba”, una condensación de los procedimientos anteriores, al punto de la saturación, o la sobriedad de “Freefall”, bellamente acompañada por cuerdas.

“Su optimismo es una de las cosas más espirituales de su obra, como si estuviera curando las heridas emocionales del mundo a pesar de hacer música cada vez más vanguardista”, sostuvo por su parte Pitchfork, y no puede privarse de otra etiqueta que, a estas alturas, nada comunica: experimental. El concepto de vanguardia se ha devaluado tanto que puede circular como un mínimo coeficiente de singularidad. Pero en un mundo donde los gustos son sincronizados por la curaduría algorítimica, cuando el umbral de tolerancia hacia la música con mínimos márgenes de complejidad no dura diez segundos promedio en las plataformas, uno no puede sino celebrar, una vez más, el átopos de Björk, esas ganas de ser retaguardia (pensada en la actualidad como una pulsión modernista) y, a la vez, mantener la voluntad de correr siempre un poquito la línea de su horizonte creativo.

Sexteto de clarinetes, dije, pero también un conjunto de flautas, un coro islandés, la participación de Gabber Modus Operandi (GMO), un grupo electrónico indonesio que mixtura los patterns del gamelan con el tecno. Björk está en todas las facetas de la creación: compone, edita, busca un equilibrio, un espacio sonoro de convivencia entre lo analógico y lo digital. Y, de paso, presta su oído a lo que sucede afuera para metabolizarlo, como es el caso del reggaetón, los beats que se han convertido en un esperanto de la trivialidad y que, al cruzarse con los instrumentos acústicos, devienen algo distinto. Björk escucha como si leyera.

Fossora incluye dos homenajes a su madre, la activista medioambiental Hildur Rúna Hauksdóttir, fallecida en 2018. “Sorrowful Soil” se escribió antes de su fallecimiento. “Nuestras raíces están cavadas / En suelo doloroso”, canta, alternando la voz solista y el coro, mientras un bajo sintetizado la acompaña con discreción. “En la vida de una mujer / Ella obtiene cuatrocientos óvulos / Pero sólo dos o tres anidan / Tejidos con la fuerza vital de una madre”. Suena el gong y pasamos a “Ancestress”, cuyo video es un ritual que parece reescribir, en una celebración de la vida misma, el final desgarrador de El séptimo sello. Han cambiado las texturas, los modos de acompañamiento, se recupera algo inusual a lo largo del disco, el estribillo. La madre contada desde otro lugar. Una misma máquina de sentido. “Cuando era una niña, ella cantaba para mí / En canciones de cuna en falsete con sinceridad / Le agradezco su integridad / El reloj de mi antepasada está en marcha / Su otrora vibrante rebeldía se está desvaneciendo / Yo soy su guardián de la esperanza”. No sólo recupera la palabra “esperanza”. En ese obituario se juega también un programa: “Dislexia, la última forma libre / Ella inventa palabras y añade sílabas”. Eso: imaginar lenguajes desde el desvío de la normalidad.

Björk nos regala otro cruce portentoso de técnicas y tradiciones. Persigue un centro y, a la vez, la lejanía formal, lo maquinal y reflexivo. Fossora es, además, un secreto homenaje a Kate Bush, alguna vez su ángel guardián. Puedo imaginarla arrobada frente a The Dreaming o Hounds of Love, dos discos fundamentales de la inglesa. Un derroche de imaginación y osadía que a Björk le provoca, desde el presente, una doble admiración porque Bush “era lo único”, o casi, cuando “todo lo demás era patriarcado”. Su traducción de ese linaje se expresa en “Ovule”: “He colocado un huevo de cristal / Sobre nosotros flotando / Un óvulo ovalado / En un oscuro vacío rojo sangre / Lleva nuestros seres digitales / Abrazándose y besándose”. Björk, madre, matriz, cree todavía (y el adverbio es acá crucial) que existe una posibilidad, pequeña, sí, de que algo cambie y se transforme mientras la escuchamos.

 

Björk, Fossora, One Little Independent Records, 2022.

3 Nov, 2022
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