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Horacio Salgán. Piano Transcriptions

Pablo Estigarribia

MÚSICA

Lo primero que viene a la memoria escuchando el admirable trabajo que el pianista chaqueño Pablo Estigarribia hizo a partir de la música de Horacio Salgán es el rodaje de Psicosis que Gus Van Sant dirigió y produjo en 1998. En esa oportunidad, el director norteamericano volvió a filmar el clásico de Hitchcock de modo fiel, casi plano por plano, guion original en mano, en lo que la crítica coincidió de calificar como un experimento de literalidad al menos curioso. Van Sant agregó color y algún que otro truco técnico al modelo, pero buscó no sólo conservar la trama argumental y el clima ominoso del rey del suspenso, sino también la sintaxis narrativa. Por supuesto, la música no es cine, pero la cuidadosa transcripción de un concierto íntegro de Horacio Salgán para luego ejecutarlo en un disco resulta un hecho singular en la música argentina.

Si genéricamente se dice que en la música popular los límites entre la composición y la interpretación son imprecisos, ¿qué sucede cuando las ejecuciones de un virtuoso que solía tocar sin partitura a la vista son a su vez objeto de interpretación? Obviamente, Estigarribia no buscó tomar a Salgán en su estricto rol de compositor. La idea no fue interpretar una obra compositiva sino recrear un estilo pianístico idiosincrásico, producto de una síntesis exquisita entre el canon del tango (Salgán nunca se cansó de nombrar a Francisco De Caro en su panteón), la técnica clásica aprendida junto con Vicente Scaramuzza y algunas incursiones en los mundos del jazz y la música brasileña. Eso fue Salgán al piano (“Nosotros tocamos el piano, pero pianista es Salgán”, le gustaba decir a Manolo Juárez).

A lo largo de más de diez años, Estigarribia ―habitual acompañante del bandoneonista y director Víctor Lavallén― investigó hasta el menor detalle del pianismo de sus desvelos. Pero para evitar tanto la bizarría de ser el Gus Van Sant (o el Pierre Menard) de Salgán copiándolo de los discos como la interpretación personal de las composiciones, se propuso encarnar al pianista. Para ello transcribió la ejecución que el maestro realizó una noche de 1991 en los parques de Palermo, en el marco de un festival de pianistas en el que también participaron los jazzistas Horacio Larumbe y Rubén “Baby” López Furst. Aquella presentación excepcional ―pocos recuerdan a un Salgán de solo piano sin la proverbial compañía de Ubaldo De Lío o el admirable Quinteto Real― fue felizmente grabada por el músico Juan Carlos “Mono” Fontana. Esa suerte de texto recuperado ―un registro en casete, caseramente copiado a cedé sin el menor propósito comercial― cayó en manos del Apóstol Estigarribia. Destino circular de aquella interpretación: una grabación azarosa que, transcripción mediante, vuelve a la vida treinta años después en las formas de un disco y un libro de partituras. Vuelve, entonces, en los dedos de un pianista que tenía sólo seis años cuando Salgán soleó a gusto.

La literalidad con la que Estigarribia eligió rendir tributo a su ídolo es musicalmente atrayente por la sencilla razón de que su ejecución es de tan alta calidad que los rasgos del estilo salganiano ―la articulación delicada, los matices dinámicos, la riqueza de armonía y textura y ciertos arrastres canyengues típicos de la orquesta trasladados al piano― reaparecen con una vivacidad que impresiona. En ese sentido, como el joven pianista lo reconoce, el proyecto respondió a un propósito didáctico ―“una cruzada a favor de Salgán”― que terminó teniendo valor artístico. Aquella noche de Palermo, Salgán aceptó el reto de la ejecución desamparada, el desafío del solista absoluto. Entonces puso en valor prácticamente todos sus recursos, una economía más abundante de la que le conocimos en sus prácticas interactivas. Empezó con “Boedo” de Julio De Caro ―un tour de force― y siguió con sus temas “Tango del eco” y “Don Agustín Bardi”. Luego viajó al clasicismo del género con “Independiente Club” de Alfredo Gobbi. A continuación, volvió a otros de sus inspirados originales, “Tango para tus manos”, al que le siguieron dos raras composiciones medio chopinianas de su amigo Enrique “Mono” Villegas: “Horacio y Adolfo” y “Simonette”. Por último, se despidió con un tango de autoría compartida con De Lío: “Aquellos tangos camperos”.

Como buen arqueólogo de estilo, Estigarribia agregó una transcripción de “La cachila” tomada del que posiblemente sea el único registro de solo piano que Salgan documentó en disco ―Horacio Salgán y su orquesta típica, Antar Telefunken, Montevideo, 1957―, un arreglo de “Fuimos” tocado por el creador de “A fuego lento” en una fiesta privada y, a manera de bonus tracks, dos arreglos del propio Pablo de “Tal vez no tenga fin” y “Motivo de vals” (este último con un aire a “Flor de lino”, quizá). Los arreglos escritos por Estigarribia como homenaje a su sensei revelan que en el inventario del legado salganiano no sólo debemos considerar un brillante estilo de ejecución del piano, sino también las claves de una reescritura, eso que finalmente convierte a toda música en una conversación con determinadas tradiciones.

Pablo Estigarribia, Horacio Salgán. Tango Transcriptions,  Florencio Justo, 2021.

22 Jul, 2021
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