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China. Nuestro ex Lejano Oriente

IDEAS

 

Una aproximación a las nociones chinas de adentro y afuera, expansión y retraimiento, diálogo y recelo.

 

Un viaje de veintitrés días por China y Japón da pocos conocimientos. Nada que se aproxime a una descripción etnográfica a lo largo de uno o dos años. Lo más razonable parece quedarse en silencio, como me ocurrió ante conjuntos de bellos caracteres, y sentir la emoción ignorante, como tantas otras, detenida en la forma, en las asociaciones de quien no está preparado para acceder a su significado. Lo mismo sucede con los lenguajes de los jardines o los templos, los comportamientos de los cuerpos o la interacción entre gestos.

Sin embargo hay momentos en que algo parece revelarse (en el sentido más laico): un hallazgo ocasional, la comprensión de un pequeñísimo fragmento, la posibilidad de pensar de otro modo. No sé cómo llamar eso que es distinto de la información obtenida al leer una guía, ver películas o leer novelas chinas o japonesas.

 

Uno: consumo. Shanghai: Hotel Hyatt en un edificio de noventa pisos. El hotel comienza en el piso cincuenta y cuatro. Desde el setenta se ven en todas las direcciones edificios que oscilan entre los cincuenta y los ochenta pisos. Mirando por una ventana cuento unos cien rascacielos hasta donde ya el horizonte se vuelve borroso por la contaminación. Muchos otros en construcción, grúas gigantescas y terrenos en preparación para alzar más. En barrios lejanos también la edificación, siempre vertical, exhibe miles de departamentos en cada edificio, semejantes por su estructura alargada (ciento cincuenta a doscientos metros de ancho) a las supercuadras de Brasilia. Pero en Shanghai casi nunca dejan entre uno y otro espacios verdes.

Me cuentan discusiones entre los dirigentes a medida que aparecen problemas no previstos por este crecimiento aglomerado en sólo quince años: servicios de transporte insuficientes, contaminación de la mitad de los ríos, del suelo y el aire por el bajo control a las industrias, el vasto uso de carbón para producir energía y aun derrumbes, como en la región central de China, porque debido a la corrupción no se colocaron barras de acero que dieran seguridad a los edificios ante los sismos.

En las calles, las multitudes en bicicletas y motos, un alto número de automóviles, la gente bien vestida y alimentada, muestran que una franja amplia tiene acceso a bienes y consumo modernos. También el profuso empleo de celulares, especialmente por los jóvenes. Todos los servicios manifiestan que los cambios del campo a la ciudad, de una sociedad imperial ensimismada a otra cosmopolita y bilingüe, ocurrieron en pocos años. Son excepcionales los que hablan comprensiblemente el inglés y entienden frases completas. No lo conoce la mayoría de los choferes de taxis, personal de tiendas y otros oficios donde todos los días se trata con extranjeros. Van por detrás de los hoteles cinco estrellas y autopistas de seis carriles o de la extendida moda internacional y los diseños arquitectónicos innovadores. “Manejan los autos en forma bicicletera”, me dice Magali. En cruces donde el semáforo tiene luz para girar a la izquierda, los coches que lo hacen deben ir esquivando motos y bicicletas que vienen al mismo tiempo en dirección opuesta. El crecimiento económico planificado puede transformar en una o dos décadas la infraestructura habitada por centenares de millones de personas. Pero cambiar los hábitos culturales requiere varias generaciones.

Es inevitable la comparación con Cuba y con las sociedades autoritarias de Europa del Este, que fueron descomponiéndose hasta caer en distintas formas de penuria. China parece, por ahora, un autoritarismo eficaz. Aun quienes prefieren sociedades democráticas dicen que los jóvenes de hoy viven mejor que sus padres y abuelos. Si aquí están todas las principales tiendas y marcas occidentales es evidente que un buen número de chinos compra ropa, esos coches y motos, y a la vez sus precios semejantes a los de Nueva York o Londres hacen obvio que la distribución de la riqueza no es equitativa; pero el incremento exponencial de inversiones multinacionales está favoreciendo una prosperidad económica y un acceso a bienes modernos y a otros simplemente indispensables más amplio que en los países llamados socialistas o en los latinoamericanos emergentes. ¿Cómo evolucionará el pacto entre un Estado monolíticamente autoritario y las grandes corporaciones? La fórmula “capitalismo de Estado” ya no es aplicable.

En tanto, China sigue creciendo después de la crisis de 2008: seis u ocho por ciento, según las estimaciones sean del Banco Mundial o de ellos. Las corporaciones amplían sus negocios mientras en el resto del mundo cierran plantas y despiden personal: Walmart, que tiene ciento cuarenta y cuatro sedes en China, planea abrir veintitrés más en 2009; Carrefour, que cuenta con más de cien supermercados, también promete más tiendas. Se construyen en todas las grandes ciudades megacentros comerciales. En Beijing me dicen que cada día ingresan mil doscientos cincuenta nuevos coches a la ciudad.

Como el paisaje anónimo de los rascacielos, casi siempre sin carteles que permitan saber cuántos están ocupados por oficinas, tiendas o departamentos, los movimientos económicos –y seguramente sociales– son menos visibles que en el capitalismo occidental con su publicidad ostentosa. Aunque algunos signos, que no sé descifrar, sugieren algo análogo: pregunto a la guía china qué anuncian los carteles espectaculares, casi todos sin imágenes, frecuentes a los lados de la carretera entre Shanghai y Hangzhou. Me contesta que ofrecen coches, casas y aparatos electrónicos. En todas las zonas turísticas, en ciudades grandes y medianas, ocho o nueve de cada diez turistas son chinos. ¿La mejora en el nivel de vida y el consumo moderno crean consenso? ¿En qué medida la censura y la represión, aplicadas severamente cuando se las juzga necesarias, permiten canales de televisión occidentales, ediciones chinas de decenas de revistas europeas y estadounidenses de política y moda en chino (Time, Newsweek, Elle, Vogue), porque el bienestar y el ascenso experimentados por sectores amplios dan legitimidad a este régimen? Si pretendiera estudiar a China, una hipótesis sería que el consenso nacional se hace, en parte, facilitando el consumo de productos importados y el acceso a redes transnacionales.

En vista de que un sector de las izquierdas suele asociar su posición política con la redistribución de los beneficios del trabajo, otro con defender lo que queda del Estado de bienestar y otro adhiere al moralismo anticonsumista condenando los deseos de gozar bienes materiales y simbólicos, quizá el PC chino sea el único que se ha dado cuenta de que ampliar el consumo es legítimo y crea consenso. ¿Podemos llamar de izquierda a un partido y un gobierno que promueven la expansión de megaempresas transnacionales, crean una nueva élite empresarial en el país, generan prosperidad nacional a partir de mano de obra barata y democratizan poco las decisiones?

 

Dos: clasificaciones. A. En Tiananmén comparo la plaza con el Zócalo de la Ciudad de México: el poder se manifiesta no sólo en los edificios monumentales sino en la creación de enormes espacios vacíos. Pueden funcionar ocasionalmente como escenarios de concentraciones humanas que aclaman a los poderosos, servir de espejo. Pero la mayor parte del tiempo están deshabitados: ni personas que atestigüen y celebren, ni objetos que representen el poder. Están vacíos, extendidos en pisos de piedra monótona, como evidencia de que nada altera el control de ese territorio.

Por eso los movimientos de protesta han intentado, a veces, culminar sus marchas en esas plazas gigantescas. Por eso, han ocurrido allí las mayores represiones. Tan grave como intentar el asalto de los palacios donde se gobierna es querer dar otro sentido a esos planos grises, rotundos en su despojamiento, donde los poderosos representan la ausencia y el silencio.

Al llegar por primera vez a la Plaza de Tiananmén, las multitudes que la llenan con ropas semejantes, algunos con gorros amarillos y otros rojos, y con banderas que se alzan cada tanto, me evocan las manifestaciones políticas en el Zócalo de la Ciudad de México. En Tiananmén eran decenas de miles de turistas y las banderas de color las llevaban guías que conducían a la multitud para que circulara ordenadamente por la plaza y luego ingresara, pagando la entrada, al Palacio Imperial. De la disputa por el espacio público a su uso encarrilado, de la militancia al turismo. Hace décadas que el gobierno chino no reside en el Palacio Imperial de Beijing, ni el mexicano en el palacio de gobierno de la Ciudad de México. Los guías llevan a las multitudes desde la plaza a salones y corredores, o a más patios inmensos y vacíos, donde el poder ya no se ejerce. A los gobernantes se los ve en la televisión y en las fotos de los diarios. La ocupación ocasional y prolija de la plaza, la visita a pabellones fantasmales, son para algunos el modo de evocar la toma de esos edificios por revoluciones que ya no lo son, para otros el recuerdo vivaz de un proceso histórico que los benefició, para muchos significa poder adivinar, tras los vidrios de las ventanas, salones y muebles que todavía enorgullecen su historia nacional, o lo que queda del imperio.

B. La Gran Muralla, con sus 8.851 kilómetros de construcción por valles y empinadas montañas, cuya construcción y reconstrucciones llevaron más de dos mil años, es otro modo de monumentalizar el poder. ¿Por qué se volvió tan importante como para dedicar a este trabajo, en tiempos en que China contaba con cinco millones de personas, una quinta parte de la población, posiblemente cerca de la mitad de los hombres en edad de trabajar? La muralla, se nos dice, defendía a China de invasiones, sobre todo de mongoles, y del tráfico comercial. También sirvió como carretera elevada para facilitar el paso de personas, mercancías y el ejército por las montañas.

¿A quiénes defendía? Suele afirmarse que a las dinastías que se extendieron desde el siglo VII antes de Cristo hasta el siglo XVII, menos a los habitantes comunes, que en buena cantidad perecieron durante la construcción y aun a causa de ella. Su pretensión de proteger hasta el infinito, de hacer trabajar ilimitadamente, tiene analogías con las desmesuradas plazas vacías. Pero en la muralla el espacio extendido hasta donde no se puede ver tiene por función delimitar un adentro y un afuera. Al comprobar todo lo que no se podía hacer dentro porque se empleaba a los hombres, su tiempo y la riqueza de un imperio en trazar el límite respecto de la diversidad del mundo que quedó fuera, se tiene la sensación de que el muro que excluía estaba también encerrando a los que quedaban dentro.

En 1987, una China que se abría al comercio internacional y las inversiones extranjeras logró que la Unesco incluyera la Gran Muralla en la lista de Patrimonio Cultural de la Humanidad. ¿Un muro que separa, que quiso alejar a China del resto de los hombres, puede ser patrimonio de todos? En abril de 2009, cuando la visité, la sobria placa colocada por la Unesco, de dos metros por uno cincuenta, seguía garantizando ese mérito en la entrada a la muralla. Más arriba, en uno de los cerros más altos por donde pasa el muro, un gigantesco cartel, fechado en 2008 y con el logo de las olimpiadas celebradas ese año en China, declaraba “One world, one dream”. ¿Por qué tenemos que tener todos un solo sueño? ¿No es justamente cada frontera alzada y vigilada con muros, con soldados y miles de cámaras filmadoras (como también tiene la de China), un modo paradójico de decir que hay un solo sueño válido? La obsesiva pared y el cartel olímpico excluyen los sueños de los otros.

C. El diálogo entre la diversidad y las murallas es más complejo. Entro en Beijing al Wangfuging Bookstore, que está festejando su 60° aniversario: cinco pisos de libros en chino, de todas las ciencias, humanidades, artes y diseño. Un piso más dedicado a los libros extranjeros, la mayoría en inglés, con amplio repertorio de géneros literarios y autores, aun los criticados por el marxismo. En el sótano, donde coexisten discos y videos chinos y de otras zonas del mundo, me llaman la atención dos clasificaciones. La llamada “música clásica europea” está agrupada en general bajo ese nombre, en inglés, y otra parte –Beethoven, Mozart, Bach, muchos barrocos–, como “música light”. Advierto que en la sección denominada “música clásica” se hallan discos editados “en ultramar” (overseas music), en tanto las ediciones chinas, ordenadas bajo el nombre de light ofrecen cajas con discos de músicos occidentales junto a otros de “coffee music”, “ballroom dancing music”, “crystal spa” y “emotional intelligence music”.

En la sección de video no puedo dejar de pensar que se está discutiendo humorísticamente con los Blockbusters estadounidenses. Estas tiendas suelen agrupar por género –terror, policial, comedia– el cine de Estados Unidos; el de otras nacionalidades, como el mexicano en México y el brasileño en Brasil, se encuentran bajo el título de “cine extranjero”, o sea que identifican el cine estadounidense con El Cine. En la gran tienda de Beijing, la mayoría de los estantes son ocupados por filmes chinos, en otros leo “cine japonés” o “coreano”; las películas estadounidenses y europeas se ordenan como “foreign films”. La categoría de extranjero mezcla épocas y países: Titanic, The Day after Tomorrow, Patton, Hitchcock,Truffaut, John Ford, Million Dollar Baby y series completas de 007 y de Bourne.

 

Tres: interdependencia. Aun desde una perspectiva centrada en Occidente es claro que Oriente lleva mal ahora el adjetivo “Lejano”. Decenas de aerolíneas europeas, estadounidenses y latinoamericanas tienen vuelos directos a Tokio, Shanghai y Beijing. Decir “vuelos” implica comercio intensivo, intercambio de trabajadores, técnicos y empresarios, operaciones económicas, financieras y culturales que se hacen, aun más que por líneas aéreas, a través de redes digitales. Esto se percibe al caminar por Shanghai y Beijing, cuando las marcas de ropa, coches y alimentos occidentales aparecen frecuentemente, así como en muchos países occidentales los coches más vendidos son Honda, Nissan y Toyota, muchas computadoras y televisores llevan nombres asiáticos y los mercados informales –más del cincuenta por ciento del comercio en varios países latinoamericanos– mueven sobre todo productos chinos y coreanos.

Si núcleos de la cultura cotidiana occidental (televisión, computadoras, coches y ropa) provienen en buena medida de Asia, no es extraño que los chinos y japoneses multipliquen los programas de investigación sobre Estados Unidos, Europa y América Latina. Han realizado convenios con universidades estadounidenses y europeas para que formen a los estudiantes chinos en inglés, español y sobre todo en business. La Universidad de Nottingham en Ningbo, con un rector chino y otro inglés, financiada por los británicos y por una empresaria china (que auspicia varias universidades en su país) creció en los cinco años que lleva en China a un ritmo que no conocen las universidades occidentales. En la conferencia que di allí propuse repensar las nociones de adentro y afuera en las culturas nacionales a partir de las experiencias de jóvenes latinoamericanos interconectados globalmente. El director del Departamento de Comunicación, Paul Gladston, me dijo que esas dos nociones no tienen en ese país el sentido de oposición que les atribuye el pensamiento occidental. Explicó que en China, como imperio, la expansión es concebida como crecimiento de lo propio. Pienso en mis diálogos con académicos estadounidenses, en sus modos de mirar lo otro, y sospecho que la analogía es parcialmente válida también para Estados Unidos.

¿Dónde termina el adentro y comienza el afuera? Leo en la revista Time Out, edición Beijing, un artículo de Timothy Garton Ash donde razona por qué, luego de especializarse en estudios europeos y estadounidenses, va a dedicar sus próximos años a China. “La emergencia de Obama es un acontecimiento excitante”, afirma, “pero las ideas son muy familiares; hoy el debate de nuevas ideas y nuevas combinaciones de ideas parece estar dándose en China”. ¿Qué puede producir, en la actual crisis, este “capitalismo leninista”? Garton Ash relata que en una reciente encuesta, a la pregunta de si China reemplazaría a los Estados Unidos como potencia líder, casi la mitad de los europeos respondió afirmativamente y un tercio de los estadounidenses también. No es extraño, agrega, que un número creciente de académicos de universidades como Oxford y Stanford estén reorientando su trabajo en esa dirección. Historiador en Oxford y también columnista de opinión en The Guardian, Garton Ash afirma que la urgencia por entender estos procesos lo hace vivir la tensión entre los tiempos largos de la investigación académica, la cultura de bibliotecas y, por otro lado, la práctica de un buen periodismo que ayude a muchos occidentales a repensar críticamente esta ampliación del horizonte.

No sólo nos estudian. Dialogan con nuestras culturas más de lo que imaginamos. La Universidad de Nottingham en Ningbo tiene un programa de estudio comparativo sobre cine asiático y latinoamericano. En un coloquio que miembros de ella realizaron en agosto de 2008 en México presentaron estudios sobre la reelaboración de películas y telenovelas de América Latina en la India y China. Un ponente comparó las tres remakes de Amores perros, el filme de González Iñárritu, realizadas en India. Somos vueltos a narrar, no sólo en Hollywood sino en Bollywood.

Me acuerdo de cómo cuestiona las nociones de Oriente y Occidente Renato Ortiz en su libro Lo próximo y lo distante. Japón y la modernidad mundo. El origen nacional de los logos se diluye: la tasa de crecimiento de McDonald’s en Asia es mayor que en Estados Unidos; muchos dibujos animados de origen estadounidense se producen ahora en países asiáticos, en tanto los manga, el karaoke y ciertos videojuegos que parecían patrimonio cultural japonés se producen y cultivan en centenares de países desprendidos de su marca de origen. “Madonna no es norteamericana, en la misma medida en que Doraemon ya no es japonés” (p. 173). Respecto de muchos bienes para vestir y alimentarse, y en deportes como la lucha de sumo, “occidentalidad y japonesidad actúan como referencias sígnicas, pero en ningún momento se constituyen en fuerzas estructurantes del mercado de bienes simbólicos y de los estilos de vida” (p. 148).

En las librerías de Beijing, Shanghai y Tokio abundan traducciones de autores occidentales al chino y al japonés, pocas revistas y diarios en inglés, rara vez publicaciones en francés o alemán, casi nunca en castellano. El gran edificio del Instituto Cervantes en Beijing y el rápido avance del castellano como tercera o cuarta lengua en algunas universidades chinas no tienen correlato en las publicaciones ni en los medios. En China y Japón las empresas españolas que interactúan con Asia muestran poca elocuencia cultural. ¿Qué decir de los países latinoamericanos, tan receptivos a los capitales y migraciones asiáticos, en algunos casos a su televisión y artes visuales, en todos a las copias piratas de videos y ropa hechos en China? Sólo Brasil incluye esa zona “lejana” en su horizonte diplomático.

 

Cuatro: artes. Una empresa española que impresiona es Iberia, con su bien equipado edificio de exhibición de arte y libros bilingües editados en español y chino. Está en La Fábrica, también llamada Distrito de Arte 798, un barrio donde se reconvirtieron viejos establecimientos de electrónica en talleres de artistas, galerías –algunas procedentes de “Occidente”–, mezclados con cafés y pequeños centros culturales de avanzada. Algo equivalente a lo que fueron el Soho neoyorkino y cierta zona de Berlín Este hace unos años, tomados y renovados por artistas, galeristas e iniciativas culturales independientes. En Beijing el reciclamiento anuda empresas con actividades precarias, el arte más cosmopolita y la recuperación de materiales tradicionales y técnicas artesanales con obras que releen paródicamente la iconografía nacional o revolucionaria, en la línea del movimiento Realista Cínico, que logró reconocimiento internacional, mediático y en el mercado. Los personajes escultóricos de Yue Minjun, por ejemplo, cuyo gigantismo evoca la monumentalidad de figuras budistas o maoístas, que ríen a carcajadas expresando, según el autor, “un sentido de pérdida, de insignificación del mundo”, se venden hasta en seiscientos mil dólares.

La explosión internacional de la creatividad china, que ocupa lugares protagónicos en las principales bienales, ferias, subastas y revistas internacionales, hizo que mientras hace ocho años sólo un artista chino, Cai Guoquiang, estaba en la lista mundial de los cien mejor vendidos, ahora son chinos la mitad de los que ocupan los primeros diez lugares.

 

Cinco: poesía. En el diario anuncian que Juan Gelman hará una lectura de sus poemas en el Instituto Cervantes. El auditorio está lleno. Lo presenta Zhao Zhenjian, su traductor. Dice que no quiere explicar la poesía por la militancia política de Gelman ni por la persecución que sufrió durante la dictadura argentina, pero una y otra vez recurre a la biografía. Habla como funcionario del Partido y usa los vínculos del poeta con la historia política para enaltecer su obra literaria. Luego, un poeta chino joven elogia la poesía de Gelman por lo que tiene de experiencia personal y trabajo con el lenguaje. Sus dos palabras clave para decirlo son “desarraigo” y “desplazamiento”.

Piden al poeta que compare la China que conoció en sus dos visitas, en los años sesenta, con la que encuentra ahora. Gelman recuerda de aquella época la preocupación diaria por la alimentación y la subsistencia, y también el entusiasmo de la gente por transformar una sociedad agrícola y precaria. “En 1964, el camino del aeropuerto a Beijing era puro campo, fertilizado con excrementos humanos. El trabajo y el esfuerzo colectivos eran visibles todo el tiempo, como en la construcción de grandes presas, donde miles de trabajadores trasladaban con sus cuerpos grandes piedras. Ahora, al venir del aeropuerto a la ciudad se ven todo el tiempo edificios enormes y grandes centros comerciales.” Hace una breve pausa y agrega: “Lo que se ve es fundamental”. Se queda callado y percibe la expectativa de los asistentes para que se extienda. Cierra el silencio sonriendo y con esta frase: “Ya saben que los poetas son sintéticos”. Habla con el insinuante laconismo de un maestro zen.

Un diplomático español recuerda que Gelman ha luchado por los derechos humanos en su país y reclama que diga lo que piensa sobre ese tema respecto de China. El poeta contesta que, al ver ese mismo día, 13 de abril, la publicación en la prensa local del nuevo Plan de Acción de China sobre Derechos Humanos, percibe que la situación está cambiando. Menciona algunos puntos de un texto que ocupa cuatro páginas en los periódicos: no sólo la prohibición de la tortura, sino la obligación de realizar un examen médico a los acusados antes del interrogatorio y otro examen después, así como el requisito de que exista una separación entre interrogador y acusado que impida el contacto físico. También subraya que la ley que acaba de aprobarse, en respuesta a un llamado de las Naciones Unidas para establecer un plan nacional, en el que participaron organizaciones sociales y universidades, coloca estos derechos en los procesos judiciales junto a capítulos dedicados a los derechos económicos, la seguridad social, la salud, la cultura, los derechos ambientales y religiosos, de las minorías étnicas, mujeres, niños, ancianos y discapacitados. Termina diciendo: “Queda mucho por hacer para mejorar la situación de los derechos humanos en China. En muchos países queda mucho por hacer”.

De su tarea como poeta habla en otros términos. “Hago poemas por necesidad, porque no puedo dejar de hacerlo. La poesía se escribe a través de mí. Se han intentado muchas definiciones y ninguna logra decirlo definitivamente. La poesía es un árbol sin hojas que da sombra.”

 

Imágenes [en la edición impresa]. Entre medio, Parque Centenario, Buenos Aires; Museo de la Inmigración Gallega, Buenos Aires.

Lecturas. David Morley, Medios, modernidad y tecnología (Barcelona, Gedisa, 2008), en especial la primera parte: “La geografía de la modernidad y la orientación del futuro”. Renato Ortiz, Lo próximo y lo distante. Japón y la modernidad mundo (Buenos Aires, Interzona, 2003).

Néstor García Canclini, doctor en filosofía, antropólogo y estudioso de los procesos socioculturales latinoamericanos, es profesor e investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana de México. De sus numerosos libros, los más recientes son Diferentes, desiguales y desconectados (2004) y Lectores, espectadores e internautas (2007), ambos publicados en Barcelona por Gedisa.

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