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Michio Kaku, la física por venir y las versiones ilustradas del mañana glorioso.
Atravesando horas inquietas a principios de 1637, René Descartes formulaba el argumento con el que esperaba eludir el destino de Galileo, justificando moralmente su práctica científica y escrituraria, y ante todo su acto de intervención pública, frente al agobiante clima intelectual de la Contrarreforma. Con una cautela que disimula sólo tenuemente el temor físico, Descartes logra no obstante, con la sutileza de su pluma, solapar el descargo con la autoafirmación más vehemente. Sostiene allí que la publicación de resultados de su investigación sobre nociones generales de física en particular, pero en general toda aquella que se atenga a los preceptos del Método, es de genuino interés público, y por lo tanto comunicarla es incluso una obligación moral del autor. Respalda la aseveración diciendo que los incipientes avances en mecánica y medicina le permiten esperar que, en un futuro posible, los frutos de estas disciplinas, en tanto fuentes de un conocimiento “artesanal” (e. d., tecnológico), lograrían alivianar para el cuerpo de los hombres las cargas del trabajo, la enfermedad y la decrepitud.
En una época en la que la imagen científica del mundo parece no reservar más que escenarios distópicos para el futuro lejano, el físico y divulgador norteamericano Michio Kaku se dispone a renovar aquella oferta en una versión a escala exponencial. En su reciente libro La física del futuro, incursiona en el género de la predicción en materia de ciencia y tecnología, proponiéndose “tratar acerca de las tecnologías que pueden madurar en cien años, que finalmente determinarán el destino de la humanidad”. Allí anticipa un mundo en el que los hombres alteran la materia con sus mentes, producen objetos a voluntad, extienden sus lapsos vitales por varias décadas y se encaminan con firmeza a alcanzar la inmortalidad, si no individual, cuando menos específica.
La exposición de Kaku se mueve en dos niveles: por un lado, se trataría menos de una especulación basada en los propios conocimientos del autor que de las inferencias resultantes de un trabajo de campo que incluyó entrevistas a cientos de miembros destacados de diversas ramas de las ciencias naturales y la tecnología (el intimidante índice de nombres al principio del libro señala claramente la intención de sobrepasar los estándares de una obra de divulgación). El libro, en este sentido, se sitúa en los antípodas de cualquier filosofía idealista de la historia, dado que ofrece el relevamiento empírico de un conjunto de opiniones y esfuerzos colectivos; la intervención decisiva del autor radica en el criterio de selección, la formulación de ciertas conclusiones generales y la retórica de la redacción.
Complementando sus cuantiosos pergaminos de solidez científica, el autor se estiliza como eslabón de un linaje de “profetas” del futuro, sus precedentes y modelos, entre los que menciona a H. G. Wells, Julio Verne y Leonardo Da Vinci. El factor común entre estos casos ejemplares (frente a vaticinadores religiosos o políticos) es que sus predicciones se centran en la tecnología, en la producción de artefactos.
En un segundo nivel Kaku, mientras interpreta su propia tarea como continuadora de aquel tipo de literatura, se desprende de ella al arriesgar ciertas proyecciones sobre el futuro de la civilización humana, formuladas por momentos en un tono hiperbólico. Sus antecesores expresos aquí son Bacon, Franklin y Condorcet.
Las predicciones del primer nivel, referidas a desarrollos individuales ya existentes y su proyección, delinean un fascinante ámbito de contingencias, rico en cláusulas como “tal vez” o “puede que” cargadas de esperanza, aunque también de otras como “a menos que” relativas a diversos peligros, si bien con salvedades y paliativos (el tono optimista nunca deja de ser predominante). Así, por ejemplo, el prospecto de una fusión saludable entre el organismo humano y la robótica, que elimine deficiencias perceptivas, restituya miembros amputados y mitigue cuadros severos como la tetraplejia, convive con el riesgo de la apocalíptica “singularidad” tras la cual máquinas inteligentes y autorreplicantes fagocitarían, no sólo a la especie humana, sino a todo el universo; la combinación de diversas terapias para lograr una longevidad indefinida, congelada además en un estadio arbitrario del desarrollo fisiológico, tiene su contraparte en la eventual disponibilidad generalizada de tecnología que permita cultivar versiones armamentistas de la viruela o el HIV; una nueva revolución industrial propiciada por superimanes que transporten cargas pesadas a costos insignificantes, sin producir calor ni contaminación, se hará esperar por décadas durante las cuales ciudades como Nueva York –o Buenos Aires– dependerán de monumentales diques en sus costas para permanecer sobre el nivel del mar. A medida que las predicciones avanzan en el tiempo, las certidumbres se difuminan a favor de conjeturas; pero, siempre evitando el tono sombrío, aplica la simple lógica de que, de no cumplirse las mejores expectativas, ya es posible entrever alternativas similares, y que para cada problema debe haber una solución relativamente satisfactoria.
Aquí cabría un paréntesis. La futurología de Kaku puede sugerir un protagonismo solitario de la ciencia y la técnica. Consultado al respecto en una generosa entrevista que concedió a esta revista, Kaku se refiere a una constante “fertilización cruzada” entre las artes, las letras y la ciencia natural, que es todo menos un gesto de cortesía profesional. Tanto para el arte como para la ciencia, sostiene, los avances ocurren en forma no de curvas suaves, sino de saltos impredecibles, espontáneos y susceptibles de estimularse mutuamente. Citando ejemplos en ambas direcciones, señala que “las vanguardias pictóricas de principios del siglo xx, como puede documentarse, estuvieron informadas por el estudio de lo que entonces se denominaba ‘cuarta dimensión’ y luego se consolidaría como física de la relatividad. Un cuadro cubista, al presentar un mismo objeto simultáneamente desde dos o más perspectivas, ejemplifica una percepción tetradimensional”. Inversamente, “las ecuaciones elementales de la teoría de cuerdas”, de la que el propio Kaku es uno de los pioneros, “son las mismas que se emplearían en un taller para diseñar u operar un afinador. Los componentes elementales del universo son analizados con la estructura de una cuerda de violín, con la misma proporción de notas, intervalos y octavas”.
El segundo nivel de planteo –continuamos–, presentado tanto en la introducción como en la conclusión de la obra, consiste en una ambiciosa reflexión metahistórica. El punto de partida es un breve relato del trámite humano bajo el hilo conductor del consumo energético. Así, la historia universal en sentido cosmopolita consiste en el paso del 1/5 de caballo de fuerza disponible a un hombre con sus manos desnudas a las varias centenas proporcionadas por el más primitivo vehículo de combustión. La proyección de este relato hacia el futuro se sofistica al valerse de la magnífica “escala de Kardashov”. Se trata de un criterio cuantitativo estipulado en 1964 por el astrofísico soviético Nikolai Kardashov a fin de precisar la noción de hipotéticas civilizaciones extraterrestres, clasificándolas sobre la base de la energía que podrían consumir. Hay tres tipos: una civilización del Tipo I se denomina “planetaria” y consume una parte de la luz solar que cae sobre su planeta, o alrededor de 1017 vatios. Una civilización del Tipo II es “estelar”, y consume toda la energía que su sol emite, aproximadamente 1027 vatios. Una civilización del Tipo III es “galáctica”, y consume la energía de miles de millones de estrellas, o aproximadamente 1037 vatios. Para dar una idea de las implicaciones, baste mencionar que ya una civilización del Tipo II por definición es inmortal: nada conocido bajo las leyes de la física, sea epidemia, asteroide o supernova, puede destruirla. Sobre esta base, Kaku desprende su afirmación más comprometida: “La culminación de toda esta efervescencia es la creación de una civilización planetaria, lo que los físicos llaman una civilización del Tipo I. Es la transición más importante que se ha dado en la historia y marca un despegue radical con respecto a todas las civilizaciones del pasado”.
Tras un esbozo de predicción de los plazos para este “despegue radical”, que, basándose en el crecimiento del PBI global, establece en torno al año 2100, Kaku pasa sin más a una interpretatio temporum desglosada en una serie de apostillas periodísticas que señalan, a su juicio, “los dolores de parto” de la esperada civilización planetaria (entre los cuales están el surgimiento de Internet, el mercado global y lo que él llama una “cultura planetaria” regida por la aspiración a la estabilidad y los bienes de consumo). En ningún lugar del libro estará tan cerca de adversarios naturales como los milenaristas del siglo XVII, que veían en las noticias sobre los indígenas americanos el descubrimiento de las tribus perdidas de Israel, y con ello la inminencia de la Segunda Venida. En su defensa, debe reconocerse que, tras dos milenios de cultivo del género, es difícil para cualquiera que aspire a hacer una predicción optimista de largo aliento escapar por completo a los giros de la “buena nueva”.
Concesiones al margen, el planteo no debe quedar exento de un reparo. Mientras que el relato y la escala cuantitativa empleados para interpretar la historia pasada y futura no representan de suyo una hipótesis especulativa (cuando mucho, se podrá decir que constituyen un instrumento entre otros), la conexión entre esta escala y sucesos político-culturales arbitrariamente escogidos sí lo es, más aún cuando se les atribuye la inevitabilidad y el carácter de un destino. No hay motivos para cuestionar las buenas intenciones del entusiasta Kaku, pero no debe dejar de observarse que investir circunstancias político-culturales con la mitra de lo universal y necesario es de una cierta ligereza.
Si la teoría de la evolución y las vacilaciones en el propio cuerpo principal de La física del futuro muestran algo, es que, lejos de que en la naturaleza y en el arte haya puntos de llega da esperándonos, las circunstancias y los plazos en los que Kaku espera se alcance el grado de civilización del Tipo I son en gran medida un desiderátum ilustrado; uno que, por cierto, las leyes naturales no cumplirán por nosotros. Allí es donde las cláusulas “a menos que” y la incertidumbre sobre lo político cobran pleno vigor. El sujeto de una civilización planetaria, escolarizada, liberal y cosmopolita, del que se aguarda una guía cabal durante la gran transición, parece lejos de perfilarse como el “animal más apto”.
La reserva de Kaku es: “a menos que sucumbamos a las fuerzas del caos y la insensatez, la transición a una civilización planetaria es inevitable”. Esto lo lleva a hacer una enumeración somera de enemigos políticos, que se reducen a las dictaduras familiares a todo lector del Times y al fundamentalismo religioso. Pero cada vez que se refiere a ellos retira las manos y, como único paliativo, recae en el largo tiempo del que se dispondrá entre el presente y el punto de llegada añorado, y entre uno y otro estadio de la escala, “para resolver diferencias”. Hay allí un tono de ligereza, un aire a open society, que el fulgor de sus predicciones no termina de disipar.
Quizá el mejor testimonio de este punto ciego en el optimismo de Kaku sea su propia actividad como divulgador. Su proyecto personal de ganar exposición es explicado por él mismo, en una entrevista televisiva, como la consecuencia de una experiencia como testigo del fracaso de una gestión histórica para la financiación del Colisionador de Hadrones ante una comisión parlamentaria de su país, tras lo cual el proyecto finalmente habría de realizarse en Europa. Para su perplejidad, la comisión falló de modo desfavorable una vez que uno de los investigadores principales fuera incapaz de responder convincentemente la pregunta de un senador conservador acerca de si el CERN acercaría a los hombres a Dios. Tras ese acontecimiento, Kaku se convirtió en uno de los más carismáticos portavoces de la comunidad científica en general, y de la suya nacional en particular.
Para recordar una vez más al amedrentado Descartes, las situaciones personales de ambos no podrían ser más disímiles. Desde su cátedra en física teórica en la City University of New York, Kaku disfruta del crédito otorgado por una posición institucional afianzada y de una gran audiencia receptiva de antemano. El bien de la palabra legítima está seguramente depositado en sus arcas. Su intervención, sin embargo, parece reponer punto por punto la promesa que casi cuatro siglos antes Descartes empleó para cobijar la empresa científica ante un entorno hostil –la célebre predicción del dominio futuro de la naturaleza por el hombre mediante la ciencia aplicada– pero dando un giro más al topos mediante una metáfora escénica:
“Durante muchísimo tiempo no fuimos sino espectadores pasivos ante la danza de la naturaleza […]. Hoy en día nos hemos convertido en coreógrafos de la danza de la naturaleza; somos capaces de dar un pellizco a sus leyes aquí y allá. Pero para 2100 habremos conseguido convertirnos en los amos de la naturaleza” (el énfasis es nuestro).
Para Descartes, la promesa de “hacernos dueños y señores de la naturaleza” estaba directamente ligada al deber de comunicar fielmente al público los avances de la ciencia. Aun cuando la intención expresa era disipar sospechas frente a una audiencia académico-clerical, el peso de la decisión quedó sustraído a las autoridades y depositado sobre el fallo de “los buenos entendimientos”, la opinión pública. Si el efecto buscado en el corto plazo era prevenir una incriminación, en el mediano plazo el propósito era, allí donde pudiera ofrecerse, obtener financiación para sus experimentos, y en el largo plazo convocar a los lectores a constituirse en comunidad.
Con todo su optimismo, Kaku parece haber concluido, tardíamente y también en esto como Descartes, que la tarea de instalar en la comunidad la relevancia y los beneficios de su actividad no es algo que convenga dejar librado a las cosas mismas. Más bien testimonia haber sufrido en carne propia, con todas las prerrogativas que su condición profesional disfruta en nuestro tiempo, las consecuencias de descuidar el ámbito en donde se generan el consenso y los sobreentendidos. Si tuviéramos que arriesgar una continuidad de larga duración registrada entre ambos autores, sería que eso que podemos llamar el “espacio retórico” sigue siendo decisivo para el resultado de un programa como el de la ciencia moderna; en otros términos, que el uso público de la razón es una estrategia idónea para la implementación de un programa ilustrado, y dentro de él la efectividad de la apelación al futuro. En la entrevista concedida a Otra Parte, Kaku menciona, con arrobo, el “efecto Sputnik”: el que el lanzamiento del satélite soviético generó al cierre de los años cincuenta. “Por entonces”, nos cuenta, “era sexy, era cool ser físico”; en la actualidad, la mitad de los estudiantes de doctorado en los Estados Unidos, y la totalidad de sus propios alumnos, son de origen extranjero, mientras juventudes norteamericanas engrosan la eclosión de un evangelismo que hubiera instado al Mayflower a virar en redondo. Si bien no vincula expresamente una cuestión con la otra, da que pensar que insista sobre la necesidad de un fenómeno similar. Quizá entrevea allí su contribución contra el riesgo de sucumbir a las fuerzas del caos.
Imagen [en la edición impresa]. Tomás Saraceno, Biosphere MW32 / Flying Garden / Air-Port-City (2007), almohadas elípticas, webbing (durante la preparación), diámetro aproximado: 4,5 m. Fotografía: ©Tomás Saraceno.
Lecturas. Michio Kaku, La física del futuro. Cómo la ciencia determinará el destino de la humanidad y nuestra vida cotidiana en el siglo XXII (Buenos Aires, Random House Mondadori, 2012); El universo de Einstein. Cómo la visión de Albert Einstein transformó nuestra comprensión del espacio y el tiempo (Barcelona, Antoni Bosch, 2005); Hiperespacio: una odisea científica a través de universos paralelos, distorsiones del tiempo y la décima dimensión (Barcelona, Editorial Crítica, 2006); Universos paralelos. La ciencia de los universos alternativos y nuestro futuro en el cosmos (Vilaür, Atalanta, 2010). René Descartes, Discurso del método (traducción, estudio introductorio y notas de Mario Caimi, Buenos Aires, Colihue, 2010).
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