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Todo Mauro Guzmán sale de El grito de Munch.
La imagen es de Nazareno Cruz y el arte, una de las películas en video que forman la Trilogía del amor de Guzmán. (Las otras dos son Boquitas pintoras y La Nancy.) La trilogía, que se completa con la instalación Autocine Guzmán, reversiona tres clásicos del cine nacional de los años setenta adaptándolos a una problemática única: el drama de ser un artista. En la imagen vemos a Mauro Guzmán como Linda Bler (el seudónimo de actriz que asume Guzmán en sus películas) haciendo el papel de la Lechiguana.
Cuando pienso en Mauro Guzmán pienso en el dolor del amor. Guzmán es un artista tan frágil que para hacer su arte tiene que adoptar otra identidad, la de la actriz Linda Blair, la estrella de El exorcista. Sólo así, como una actriz que actúa el papel de una poseída por el demonio, Guzmán puede ser un artista. Pero es un artista poseído. Qué acertada suena la hipótesis del artista como médium cuando pensamos en la obra de Guzmán. Sólo que el médium no puede hacer presente el espíritu convocado sin sufrir. No hay posesión sin dolor. Si la obra de Guzmán nunca es paródica es porque trabaja con y sobre el dolor. Guzmán traga y vomita al mismo tiempo. Se suicida a cada momento. Es trágico, desesperado, fatal.
Trabajé como actriz en Nazareno Cruz y el arte, y el fin de semana que pasé filmando pude verlo en el rodaje. No era Guzmán el que estaba a cargo; era Linda Bler. Dirigía con su peluca, su camisón blanco y su vómito verde. Todo sucedía en su casa de Rosario, en su cuarto, y en la plaza de la vuelta. Tuve la impresión de haber sido tragada, abducida por un animal extraño, y después liberada y devuelta a mi casa de la capital. Un trance.
Guzmán toma lo ya hecho y lo infecta con su arte. Lo somete, lo enferma. Vemos sus películas y nos parece ver algo conocido pero lleno de moho, hongos, carne crecida. Es un procedimiento violento: Guzmán toma clásicos del cine (su primera trilogía es sobre el terror y reversiona El exorcista, Carrie y El bebé de Rosemary) y les da una nueva vida. Una vida pervertida, aberrante, trágica. Obligados a vivir esa nueva vida, los originales se convierten en monstruos, en engendros, y forman una categoría rara: las obras muertas vivas. Lo diabólico del trabajo de Guzmán es que les da a esos clásicos vacíos una especie de posteridad monstruosa. Es la vida que surge de la podredumbre, cuando las cosas se pasan y cambian de estado: de líquido a sólido, de sólido a gaseoso. Esa mutación es la cumbre dramática de su obra.
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