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Milpalabras

MILPALABRAS

 

Todo comienza al preguntarse sobre el ocultamiento de la amistad. ¿Por qué si hay tantos libros y revistas dedicados al amor, se reflexiona poco, salvo en la Antigüedad, sobre cómo surgen y duran los vínculos entre amigos? Se podría escribir una tesis relacionando lo que Paul Auster y J.M. Coetzee experimentan en las cartas que intercambiaron entre 2008 y 2011, con lo que tratan sobre la amistad en sus novelas. El autor de Leviatán se acuerda en su primera carta de esa y otras dos de sus obras, pero la correspondencia reunida en Aquí y ahora. Cartas 2008-2011 (Anagrama-Mondadori, 2012) puede ser leída con independencia de sus ficciones.

La vía elegida para decir es constitutiva de lo que se piensa. En los tres años que dura el intercambio, los escritores se encontraron varias veces y comentaron lo que vivieron. Pero no es un dato menor que lo principal suceda en cartas de varias páginas, enviadas por correo ordinario o fax, en este tiempo en el que uno de los usos más imprecisos de la palabra amigos se asocia a la comunicación breve e inmediata tipo Facebook. En una ocasión Coetzee, ansioso por comunicar a Auster sus reflexiones sobre la crisis económica de 2008, manda la carta a Siri Hustvedt, la esposa de Auster, vía e-mail, pidiéndole que la imprima y se la pase a Paul. En ese texto, John se interroga por qué algo súbito “en el reino de las altas finanzas” nos volvió a la mayoría más pobres. No hubo plaga de langostas, ni sequías, ni nuestros países fueron saqueados por ejércitos extranjeros. “La respuesta que nos han dado es que ciertos números han cambiado (…) Los números culpables representaban a otros números, y a su vez esos otros números representaban a otros números, y así sucesivamente. ¿Dónde termina esta regresión de series de significados?”.

Auster coincide: “De lo que estamos hablando, creo yo, es de la capacidad de la ficción para influir en la realidad, y la suprema ficción de nuestro tiempo es el dinero”. Hay páginas lúcidas de ambos sobre lo que todos sabemos que se mueve detrás de los números: inversiones insensatas, quiebras bancarias, masivas pérdidas de empleo y caída del consumo con poca reflexión. Mucha gente que, como en la caverna de Platón –escribe Coetzee–, se pasa las horas “mirando fijamente unas pantallas”.

La mayoría de las cartas comenta lo que ellos mismos ven en pantallas: películas, informativos, juegos de criquet, de fútbol soccer y americano, de béisbol y otros placeres de competición “que imitan demasiado fielmente la guerra”. Y por supuesto, lo que ven cuando leen a novelistas o poetas y sus transcripciones fílmicas: se sorprenden de que “el misterio de la genialidad” contenido en una página, como en La marquesa de O de Kleist, pueda crecer en el cine gracias a la “sensibilidad tan civilizada” de Rohmer.

¿Fue la aversión de Auster a las computadoras lo que impuso conversar por correo ordinario o por fax? También Coetzee dice estar “completamente a favor de las cartas a la antigua usanza con sellos y todo”. Como si que los números y las abstracciones de la comunicación por sistemas binarios.

Sin embargo, de un mensaje de cinco páginas de Coetzee del 17 de abril de 2010 (¿todavía prefiriendo el fax?), dos páginas pasan borrosas porque el cartucho de tinta de Auster casi se había acabado. En la carta del 20 de abril, donde este reconoce la falla, le pregunta a Coetzee si hay un sitio de Internet en el que ofrezcan más información sobre las falsas entrevistas a ellos dos y a otros escritores publicadas en varios periódicos por un tal Tommaso Debenedetti. El fax para la amistad; Internet para la sospecha.

Finalmente, de lo que se trata es de combinar recursos, sobre todo para confrontar datos y aclarar cuestiones de sentido incierto (el conflicto palestino- israelí, la relación de cada uno con el inglés, con Sudáfrica o Estados Unidos). Conviene sumar impresiones personales en viajes, artículos del New York Times y Jerusalem Post que intercambian, citas de Amos Oz y amigos anónimos. Como ese enigma que es la amistad, como los viajes en que los sorprenden otras culturas, nada es unidimensional. No hay medios de comunicación transparentes.

Todo juego de cartas, hasta las de apariencia íntima, reforzado con reuniones cara a cara en Australia, Francia, Portugal, Estados Unidos e Italia, da apenas una selección de rasgos: como los escritores de ficción que trazan fragmentos de personajes, más que para hacerlos conocer, para brindar “un aura o una tonalidad” (Coetzee) mirando varias cosas a la vez para “sacar sentido”, “sintetizar los diversos detalles en una observación que abarque más que la mera superficie de las cosas” (Auster). Por todo esto, no se trata apenas de combinar recursos. Auster piensa que algo se perdería de la imaginación literaria si en mitad de una frase de una novela como Desgracia se pudiera pasar con un clic a su adaptación cinematográfica. Cuenta cómo se informaba en 2010 en documentales sobre la guerra de Corea y la epidemia de polio para escribir una novela sobre Estados Unidos en los años cincuenta, pero sólo puede concebir las fuentes visuales como algo de lo que luego debe prescindir para que leer sea “el silencio que te rodea cuando te sumerges en la historia”. Coetzee reconoce que lo afligen las bibliotecas del futuro donde los libros serán reemplazados por imágenes electrónicas. ¿Sentimentalismo? “¿Un ansia de realidad en un mundo de sombras?”. Como si lo contenido en los libros, en sus signos que son imágenes de otras cosas, fuera realidad. Puras preguntas abiertas. Coetzee: “¿Se puede ser un escritor del siglo xxi sin usar teléfono móvil? ¿Cómo crear un mundo narrativo, que implica poner información a disposición de los personajes u ocultársela, si de repente todo el mundo tiene acceso a todo el mundo –es decir, acceso electrónico?”. Auster: “Tal vez exija nuevas formas de tortuosidad”.

 

Imagen: William Kentridge (Johannesburgo, 1955), Pensione, de Untitled (Baedeker Porfolio), litografía y crayón sobre papel impreso, 15 x 19 cm. Foto: © Tate, Londres, 2012.

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