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Sentada junto a la ventana durante el día, zurciendo camisas y remendando ropa blanca, bordando pañuelos sólo al alba, cuando no es menester gastar sebo de vela, Eugenia Grandet deja transcurrir las horas de su vida provinciana. Le hacen compañía un costurero de madera de cerezo silvestre ya desteñido y su madre quieta. “Eugenia Grandet soy yo”, dijo Louise Bourgeois antes de morir. “Yo nunca he crecido”, escribió en su Oda a Eugenia Grandet. “Estoy sentada junto a la ventana.” Antes de presentar a su personaje, Balzac da demorados rodeos a la ciudad de Saumur, la burguesía de provincia y la casona ajada, silenciosa y ensombrecida donde Eugenia hace calceta. Se detiene en el tiempo y la avaricia que marca el reloj colgado sobre la chimenea sin lumbre, antes de devanar el modesto ovillo con el que hiló, como si se tratara de una labor doméstica, el destino de su heroína. Como las celdas de metal y acero de Louise Bourgeois, la casa Grandet es un decorado y un tiempo que es el tiempo literario, tiempo eterno que lleva en sus caracteres la propia perdición.
Moi, Eugénie Grandet es el nombre de la muestra póstuma de Louise Bourgeois, la escultora virtuosa en prótesis y amputaciones, guillotinas, cuchillas y herramientas eléctricas que, para trabajar sobre Eugenia Grandet, dejó a un lado los materiales habituales de su taller de Nueva York –mármol, yeso, bronce, piedra, acero– y mandó traer desde Francia los pañuelos de batista que usaba en su niñez. Las iniciales bordadas en los extremos de los pañuelos guardados en el bargueño de su madre, L.B., se convirtieron en firma de artista y rúbrica autobiográfica. La historia de Eugenia Grandet cosiendo un ajuar que no iría a usar nunca, dijo Louise, “podría ser mi propia historia”.
Los pañuelos, repasadores y lienzos sirvieron a la artista de soporte para realizar sus labores de aguja: flores de seda cosidas, canutillos de vidrio que dibujan un reloj, hojas bordadas sobre cruces de algodón, un tejido que podía haber salido del neceser de Eugenia Grandet o de la sala de costura de la familia Bourgeois, donde Louise descubrió los secretos sobre el sexo de boca de la costurera que remendaba los pantalones del señor Bourgeois. Las lavanderas que teñían los tapices de la familia en las orillas del río Bièvre le revelaron la relación sentimental que mantenía su padre con la gobernanta inglesa que vivía en la casa Bourgeois. La costurera y la gobernanta administraban la sensualidad.
A los quince años, cuando era la mejor alumna de su clase en el liceo Fénelon, su padre la retiró del colegio para que se dedicara a bordar y reparar tapices junto con su madre en Antony, en las afueras de París. Su madre Joséphine, cuya salud se debilitaba, quería preparar a Louise para que siguiera restaurando tapices antiguos en su lugar. Desde muy joven Louise ayudó a su familia, como Eugenia, cuyo deber era repasar toda la ropa blanca de la casa. En ese momento empieza la asociación entre Eugenia Grandet y Louise Bourgeois: auxiliando a la economía doméstica bajo la férula del padre.
A diferencia del avaro señor Grandet, Louis Bourgeois fue generoso con los hijos de su hermano mayor, muerto en la guerra. Los huérfanos fueron incorporados al hogar con su madre. Eugenia se enamoró de su primo Carlos, como Louise de su primo Jacques, y el señor Grandet, como el padre de Louise, se opuso al romance. En 1918 Joséphine Bourgeois contrajo una gripe española y luego tuberculosis. “No obstante los tiernos cuidados que Eugenia le prodigaba, su madre iba con rapidez rumbo a la muerte…” Cuando murió su madre, Louise tenía veinte años. “Mi madre era mi mejor amiga. Era inteligente, paciente, delicada, trabajadora y, sobre todo, era tejedora, como la araña.” Su padre no parecía afectado por el duelo ni comprendía el dolor de su hija. En vez de reconfortarla, la reprendía, le reprochaba complacerse en su aflicción. Louise intentó poner fin a sus días saltando al Bièvre, pero su padre la rescató.
Louise Bourgeois bautizó Maman a su más grande escultura, una araña en bronce de diez metros de alto, que se alza a la entrada del Museo Guggenheim de Bilbao. La araña significa labor, donación, protección y previsión, explicó. La escultura, dijo, la salvó de cortar a su padre en pedazos o de estrangular a su gobernanta. La obstinación en la fidelidad a la promesa hecha a un primo tan pobre como ella rica fue, en cambio, lo que salvó a Eugenia Grandet de someterse a los designios de su padre.
Una segunda tentativa de suicidio, esta vez con una dosis de gardenal, ocurrió en 1936, luego de un viaje a Luchon. Louise intentaba entonces escapar de las presiones de su padre por casarla con un rico extranjero mucho mayor que ella. Eugenia padecía en silencio por el primo interdicto y recibía los cortejos de los “buenos partidos” de Saumur, el presidente Cruchot y el desvaído Adolfo des Grassins. Hacia el final de la novela, Eugenia sólo enciende el fuego en su cuarto cuando su padre se lo permite. “La casa de Saumur, siempre sin sol, sin calor, eternamente lóbrega y melancólica, es la imagen de su vida”, concluye Balzac. Contrariando los deseos de su padre, en 1938 Louise se casó con Robert Goldwater y se fue a vivir a Nueva York, donde dejó el dibujo y la pintura por la escultura.
Las agujas de coser y de tejer y los alfileres son instrumentos para unir, reparar, reconstruir y también matar en la obra de Louise Bourgeois. En su escultura de cera Madre e hijo (1970), decenas de agujas y alfileres se clavan en la cabeza y en la pierna cercenada de la figura materna, con ecos de los maleficios para la institutriz y de la pierna ortopédica de su hermana. En la serie balzaciana, una frase de Eugenia ribeteada sobre unos tapetes recuerda la actividad tejedora de las madres e hijas Grandet y Bourgeois: “Mi madre tenía razón. Sufrir y morir”. Sobre los anaqueles de su taller de Brooklyn, entre los libros de sus amigos surrealistas, cubistas y existencialistas, hay dos manuales: La nueva costurera y el Manual metódico y práctico de costura. Louise Bourgeois escribió en su diario que su infancia jamás había perdido la magia, el misterio y el drama, y que toda su obra, todos sus temas, habían hallado inspiración en su infancia. La serie Eugénie Grandet que bordó y dobladilló a los ochenta y ocho años es menos epitafio o testamento que sudario, una mortaja salida del costurero de su madre para la niña que, como Eugenia Grandet, nunca creció.
Louise Bourgeois murió en Nueva York el 31 de mayo de 2010. La muestra Moi, Eugénie Grandet se inaugurará en la Maison Balzac de París en noviembre de 2010.
Imágenes. Louise Bourgeois, detalles de Eugénie Grandet (2009), técnica mixta sobre tela, serie de 16 obras de 28,6 x 21,6 cm cada una. Cortesía de Cheim & Read y Hauser & Wirth. Fotografía: Christopher Burke.
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