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Una incandescencia luminosa y sonora

MÚSICA

 

Sobre Fausto Romitelli y la fuerza de una música que borró las jerarquías.

 

Arnold Schönberg decía que una obra debe ser verdadera antes que bella. Con los años, proliferaron tantas supuestas verdades –muchas al amparo del estatuto de la ciencia– que terminaron por aburrir. La música que quería establecer un punto cero de la historia terminó convirtiéndose apenas en un género subsidiado por Estados cada vez más reacios a destinar dinero a una actividad que ya no les redunda en tanto prestigio; un género que pasó de presumir el monopolio de la resistencia, a no saber cómo enfrentar la resistencia del público. “La música debe ser hoy violenta y enigmática. Sólo así puede reflejar la violencia de la alienación masiva y el proceso de normalización que nos rodea”, proponía Fausto Romitelli, a modo de doxa furiosa, para recuperar la vitalidad perdida. Había nacido en Gorizia, en la región del Veneto, en 1963. Escribió 25 obras en muy pocos años. Verdad y belleza, intensidad y refinamiento, lo alto y lo bajo, obra y biografía dejaron de ser, con él, términos antitéticos. “El compositor es el idioma que ha creado. No hay nada más fuerte que la lengua propia”, explicó a propósito de una de sus obras más potentes, la trilogía Professor Bad Trip, que concluyó en 2000 y compuso bajo el influjo de la poesía de Henri Michaux (“con sus textos quería lavar, purificar, mi experiencia como músico culto”). Fallecería cuatro años más tarde.

“El futuro deberá confirmarlo: Romitelli no tiene parangón en la subcultura de la música culta”, sostiene Eric Denut, uno de los autores del libro colectivo Le corps électrique.Voyage dans le son de Fausto Romitelli. Obras como Professor Bad Trip o An Index of Metals son “banderas, señales en el camino que nos muestran en qué direcciones tenemos que continuar nuestra música”, cree quien fuera su amigo y colega, Giovanni Verrando.

Romitelli había estudiado en Italia con Franco Donatoni. El descubrimiento de la corriente espectral lo llevó a París, donde completó su formación de la mano de Gérard Grisey. Fue compositor residente en el Institut de Recherche et Coordination Acoustique/Musique (Ircam). Según su hermana Valentina, se mantenía distante de las tendencias y modas y no le gustaba que identificaran las huellas de sus escuchas. “He intentado eliminar todos los rastros de la automatización, todas las importaciones de la escritura de frases hechas, a pesar de que forman parte de mi bolsa de oficio”. Su búsqueda lo llevaría por meandros que sus maestros no se atrevían a transitar y que sus compañeros, pudorosos, también consideraban problemáticos.

El idioma Romitelli se construyó en esos cruces que terminan borrando las jerarquías. Denut dice que, más que romper con el formalismo y la idea de pureza de los materiales, lo que hizo fue teñirlos de la misma suciedad de su época. En la música de Romitelli se intersectan Stockhausen, Sciarrino, Berio, Donatoni y Grisey de un lado y, del otro, Hendrix, Jeff Beck, Sonic Youth (su disco Sister, en especial, el uso del ruido de masa de la guitarra), con el añadido de la música electrónica no académica (los finlandeses de Pan Sonic). No hay pastiche ni incrustaciones oportunistas. Domeniche alla periferia dell’Imperio. Prima Domenica es una suerte de díptico que muestra cómo funcionaba su dispositivo. En la primera obra se usa la electrónica, mientras que en la segunda, los instrumentos acústicos replican la sonoridad distorsionada que viene del rock. Las apropiaciones son necesarias para consumar su programa personal: “Defiendo la idea de que el cuerpo necesita ser ubicado una vez más en el centro mismo de la experiencia musical”.

La historia intelectual de Romitelli no puede entenderse si se pasan por alto las marcas literarias: Michaux, Philip K. Dick y –¿sobre todo?– William Burroughs. ¿De dónde provenía si no su necesidad de crear “un vacío en nuestro modo habitual de percepción, una grieta en la situación de comunicación que se ha establecido”? Allí está su manifiesto portátil, El compositor como virus, en el que también reescribe y reformula las ideas expuestas por Burroughs en La revolución electrónica y sus novelas. Para el escritor norteamericano, el sujeto se encuentra manipulado y transformado por los procesos de contagio que ha provocado un sistema viral invasivo, el lenguaje. La tarea del escritor es convertir su lenguaje en una vacuna que vuelva el virus inocuo. Romitelli quiere otra cosa: “yo me siento a veces como un virus, demasiado aislado para atacar un cuerpo fuerte y bien nutrido. Así que el virus está quieto y adormecido. En el cuerpo que querría destruir, esperando tiempos mejores”.

Ese cuerpo “quieto y adormecido” parece ser la institución musical. A fines de los años noventa, después de pasar por Grisey y el Ircam, Romitelli terminó de velar sus armas. Era la hora de atacar. Se sucedieron frenéticamente, casi sin solución de continuidad, obras como Blood on the Floor, Painting 1986, un explícito homenaje a Francis Bacon; Flowing Down Too Slow, para orquesta de cuerdas, percusión y campanas, en colaboración con el ensamble Musiques Nouvelles y Art Zoyd, uno de los grupos seminales del llamado “rock in opposition”; Amok Koma, para conjunto instrumental e instrumentos electrónicos; Chorus, para percusión; Hommage a Gerard Grisey; Trash tv Trance, para guitarra eléctrica, y Green, Yellow and Blue.

Professor Bad Trip (I, II y III), para nueve ejecutantes, es de una fuerza tan arrolladora como abrasiva. La fricción se produce con sutileza o por arrebatos. Otra vez se hace difícil distinguir el papel que desempeñan el bajo y la guitarra eléctrica del de los instrumentos tradicionales. “La obra me impresionó profundamente no sólo por su atractiva mezcla de sonoridades, sino por su forma. A diferencia de muchos de la segunda generación de compositores espectrales, con Fausto la repetición es hipnótica y ritual, y el espectro inarmónico deviene la metáfora de lo no humano. Recuerdo haber estado escuchándola compulsivamente a lo largo de meses antes de recibir la impactante noticia de su muerte”, ha recordado Mauro Lanza, su compañero en el Ircam.

An Index of Metals es su anteúltima obra, de 2003 (solo le restaría completar Dead City Radio Audiodrome), y quizá la más extraordinaria. Así se llama también el lado b del primer disco de Robert Fripp y Brian Eno, Evening Star, de 1975, año en que Romitelli recién iniciaba su educación sentimental. La analogía no debe ser fortuita. El “index” de Fripp y Eno dura 28 minutos y es pura drone music, más cerca de La Monte Young que del rock. La obra de Romitelli es, en cambio, una video opera de aproximadamente una hora para soprano, conjunto instrumental amplificado, múltiples proyecciones e instrumentos electrónicos. Y es una patada a los sentidos. “El sonido es una cuestión que puede ser trabajada”, dijo. El grano, el espesor, la porosidad, la densidad, el brillo y la elasticidad son los principales aspectos de estas esculturas sonoras resultantes tanto de la amplificación y el tratamiento electro acústico, como de una escritura instrumental simple. “Después de Professor Bad Trip, donde las armonías se percibían como a través de un velo de mescalina, me sentí obligado a seguir estos experimentos a través de los límites de la percepción, mediante la proyección de sonido como si se tratara de luz, alcanzando la alucinación extrema por la que el sonido se ve”, ha explicado el autor.

Romitelli se propuso hacer de An Index… una experiencia de percepción total, sumergir al espectador en una materia incandescente que es luminosa y sonora, revisitar aquellos espectáculos de luz de la swinging London (como los del club UFO, donde debutó Pink Floyd junto con Soft Machine, grupo que le debe su nombre a Burroughs) o a las fiestas rave. An Index… llega donde quería su autor: a las entrañas. Suma espectralismo, rock y tecno, suturando las secciones. Pero al mismo tiempo no es nada de eso, o todo recombinado. La obra, interpretada por el grupo belga Ictus, el primero en especializarse y divulgar a Romitelli, se basa en un texto de la escritora ítalocroata Kenka Lekovich, que cuenta por medio de fragmentos la historia de alguien que se hunde en la materia misma hasta llegar a la desintegración metálica. Pocas partituras de las últimas décadas ofrecen un comienzo tan estremecedor. Todo se inicia con una cita: el acorde en sol menor de “Shine OnYou Crazy Diamond”, el tema de Pink Floyd. Sobre la grabación original, y por acumulación, se va construyendo el discurso. Primero entran las cuerdas, el clarinete y el trombón. A cada reaparición de la cinta, la orquesta de cámara responde con una textura más compleja y de mayor amplitud. “Shining”, canta la soprano, con una oscuridad más propia del prog rock. La voz se despoja de vibrato y se volverá más lírica a medida que An Index… gane en complejidad y dramatismo. Después de An Index… la guitarra eléctrica, con sus pedales y su palanca, ya no podrá ser considerada apenas un elemento exógeno o decorativo de la música contemporánea.

El compositor argentino Juan Carlos Tolosa fue testigo del estreno de la obra en Milán. Ya conocía Professor Bad Trip, en una versión de la que había participado Tom Pauwels, guitarrista de Ictus y, al mismo tiempo, de Black Jackets Company, la compañía que él dirigía. Tolosa quedó más impresionado por la música que por la dramaturgia de An Index...: “Retrospectivamente, pude apreciar mejor ese mundo distorsivo, su íntima conexión con el rock, absorbiendo su energía pero traduciéndola en algo que es totalmente irrepetible, inconfundiblemente Romitelli”. Al final del concierto le presentaron al autor. “Ya tenía linfoma y había perdido el cabello por el tratamiento. Me dio la impresión de un tipo con muchísima energía y entusiasmo, acelerado. Le comenté que por ese entonces estaba dirigiendo en Argentina el Córdoba Ensamble y que quería programar An Index of Metals. Al regresar a Bélgica unos meses más tarde, Tom (que era muy amigo suyo) me contó que Fausto había muerto”.

Pero es otro compositor argentino, Marcos Franciosi, amigo de Tolosa, el que con más devoción ha divulgado en Buenos Aires a Romitelli. “Allá por 2008, el director argentino Cristian Gort estaba a punto de estrenar An Index of Metals en Montreal y tuvo la amabilidad de acercarme la partitura de alguien que era desconocido para mí y, me atrevería a afirmar, para la gran mayoría en nuestro país. Si algo aprendí de la composición es que difícilmente el acto creativo pueda separarse de lo cotidiano, de lo vivencial. Se trata de una obra escrita con los restos de vitalidad de un compositor en el último tramo de su existencia. Siento An Index of Metals como un grito, una fuerza desgarradora y rizomática que pugna por mantenerse en pie, ante una inercia descendente que no cesa de precipitarnos y suspendernos en un eterno retorno. No es la ruptura con lo académico lo que me conmueve, sino su manera dialéctica de observar; desde la tradición reciente (vivencial) hacia la remota (adquirida). Su sonido es un sonido vivo, real, metafísico. El impacto que me provocó An Index… Cuando escuché lo demás (sus otras composiciones) pude comprobar la cohesión absoluta de una obra que se cristaliza en este epílogo, casi me atrevería a decir, en su propio réquiem profano e iridiscente”.

El culto a Romitelli es tan incipiente como intenso. Su obra circula en su totalidad. Se disemina secreta y públicamente. El sello Tzadik, de John Zorn, acaba de editar un disco con las composiciones que no habían sido grabadas, y que en este caso quedaron a cargo del Talea Ensemble. Se ha escrito un libro. Aquellos que lo conocieron lo describen como un ser fuera de su tiempo. Aunque su carrera quedó trunca, Romitelli comparte alguno de los rasgos con los que Theodor Adorno definió al último Beethoven. El “estilo tardío” no alude a una vida de esfuerzo que encuentra como compensación el sosiego y el aplauso. Habla, según Adorno, de un artista furioso que deja al público perplejo, de alguien que no abdica en favor de la realidad, de una obstinación incómoda. El filósofo alemán elige a ese Beethoven como un modelo de acción en contra de su propia época (Edward Said creía que, con esa construcción, Adorno buscaba justificar su propias circunstancias como crítico cultural). Y eso es lo que intentó hacer el italiano, salvando las distancias.

“La escritura tomó toda su vida y su forma de ser”, describió Marco Mazzolini, de Ricordi Milán. Acostado en la cama del hospital, Romitelli le había dicho que no era necesario vivir hasta los ochenta.

  

Lecturas. Alessandro Arbo (ed.), Le corps électrique. Voyage dans le son de Fausto Romitelli (París, L’Harmattan, 2005).

Escuchas. El ensamble Ictus grabó An Index of Metals con la dirección de George-Elie Octors (Cypres, 2003). En You Tube se puede acceder a ejecuciones de obras de Romitelli, por ejemplo, Professor Bad Trip I en www.youtube.com/watch?v=hB8ws_vou28.

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