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El corazón en invierno

Kevin Barry

OTRAS LITERATURAS

Desde Jonathan Swift, que con filosa sátira desmontara los discursos dominantes de su tiempo, pasando por W.B. Yeats, quien revitalizaría las leyendas celtas para forjar una identidad nacional, hasta James Joyce, que trasladó la épica homérica al corazón de la ciudad moderna, la literatura irlandesa ha hecho del reciclaje narrativo una forma derivada de la invención. Lejos de limitarse a reproducir tradiciones, estos autores las reformulan, las tensan, con el pálpito de que lo propio no es sino aquello que se reinventa a partir de lo ajeno. 

Con menor ambición, pero igual pericia para desmontar moldes incluso foráneos, el irlandés Kevin Barry (Limerick, 1969) reimagina el western desde su raíz: no en términos de un espectáculo de bravura masculina y pólvora, sino como un viaje lírico, amoroso y opiáceo hacia la belleza en medio del desarraigo. Ambientada en el oeste norteamericano de 1891, la novela despliega un paisaje tan áspero como hipnótico, donde lo que arde no son los disparos, sino los vínculos improbables que se forjan en medio de la intemperie. 

Para comenzar, su protagonista no encarna al forastero heroico que impone justicia en una tierra sin ley. Por el contrario, Tom Rourke es un irlandés errante y adicto al opio que pucherea escribiendo cartas para pretendientes analfabetos. Mientras trabaja de asistente de fotógrafo, conoce a Polly Gillespie, una mujer con más vidas de las que aparenta, recién llegada al pueblo para casarse con un piadoso e insípido capataz de minero. Si bien no hay una estricta mirada posmoderna, la contemporaneidad de la novela se advierte en que el personaje femenino no es sólo objeto de deseo, búsqueda y asesinato, sino también una persona vibrante, grosera y de gran coraje. Como fuere, el encuentro entre Tom y Polly, encendido por el chisporroteo del deseo, pronto deviene en huida: caballo y dinero hurtado, y un periplo hacia San Francisco con los sabuesos del casi esposo detrás. 

La fuga de los amantes se torna picaresca, y al paisaje desolado se suman las figuras errantes que lo recorren: desde trovadores itinerantes y su ración de setas alucinógenas, hasta clérigos beodos y asesinos filosóficos como surgidos de un sueño febril. Pero reducir la novela a una trama de persecución implicaría traicionar su propuesta, porque Barry persigue menos la tensión del thriller que el éxtasis de la lengua. Su prosa —rica, envolvente, a ratos febril— privilegia la cadencia, el ritmo y la imagen. Las frases serpentean, se ralentizan, se detienen en el detalle inusual. No hay un solo disparo que no esté precedido por un lirismo súbito, como si la violencia necesitara primero que el lenguaje la cobije. 

Episódica, discontinua y mucho menos truculenta de lo que cabría esperar, El corazón en invierno subvierte las reglas del juego desde adentro, reinventando lo heredado hasta convertirlo en algo recónditamente personal. 

 

Kevin Barry, El corazón en invierno, traducción de Andrea Lombardi, Edhasa, 2025, 200 págs. 

30 Oct, 2025
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