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El otro lado

Alfred Kubin

OTRAS LITERATURAS

Escrita en doce semanas en medio de la parálisis creativa que sobrevino a la muerte de su padre, El otro lado (1909), única novela del dibujante austríaco Alfred Kubin, comparte ciertos tópicos de la literatura de principios del siglo pasado, pero sus diferencias la acercan a esa exigua lista de textos atemporales de imaginación desbordada como Los cantos de Maldoror o Las tiendas de color canela. El comienzo es anodino: un emisario de Claus Patera, antiguo compañero de estudios del narrador, invita a este y a su esposa a mudarse a una zona imprecisa de Asia central donde se encuentra Perla, la capital del Reino Soñado, territorio que Patera fundó con los dones de una herencia millonaria. El narrador escucha el relato desinteresado, sin énfasis, del emisario, como un Kublai Kan suspicaz frente a un Marco Polo indolente; sin embargo, vislumbra en el ofrecimiento la posibilidad de salir de la rutina y encontrar cauce a su inspiración agobiada. Este primer tercio de la novela muestra a un Kubin expeditivo, como en busca de desprenderse de un lastre y llegar a lo que de veras le interesa. Por lo que, luego del despertar de una cabezada durante el viaje, empachados todavía por el sueño, los viajeros enseñan el retrato de Patera, obligado salvoconducto, y atraviesan un agujero negro que oficia de portal al Reino Soñado. La decepción y la extrañeza iniciales ante las particularidades climáticas (imposibilidad de observar la luna, el sol o las estrellas; invariable neblina que amortigua colores y tonalidades; estaciones sin contrastes) y arquitectónicas (estilos disímiles conviven en viviendas trasplantadas de cuajo que, prosopopeya mediante, poseen historia y personalidad propias) se redoblan ante las fluctuaciones del valor de la moneda, la movilidad azarosa de las clases sociales y la impostura del funcionamiento institucional, y enrarecen todo en una atmósfera de representación en un decorado artificial. Ciudadanos absortos en la contemplación de lo que parece ser el único culto de la ciudad, el trance del reloj, puesto que el tiempo es una exterioridad que no guarda relación con la inmediatez de un presente sin fisuras. Reminiscencias de rostros y objetos entrevistos quizá en otra vida, en una vigilia hipotética. Narrador y lector comparten la incertidumbre y no se alcanza a discernir qué cuernos pretende el ubicuo a la vez que inalcanzable Claus Patera con su vocación de trapero. Pero se impone el hábito. Hasta que aparece en escena el norteamericano Herkules Bell, antagonista de Patera, y el enfrentamiento desata arrebatos de violencia, plagas de insectos y ataques de animales, el deterioro de objetos y personas y, finalmente, el ocaso de Perla y su creador. En este último tercio, Kubin hace gala de una imaginería visual dantesca (“Siempre sentí una extraña inclinación hacia lo fantástico y lo desmesurado”, dice en Autobiografía), cuyos antecedentes son pictóricos más que literarios; como si las imágenes de sus dibujos cobraran movimiento.

Radiografía alucinada de múltiples pliegues —que van de la realidad al sueño, de la utopía a la distopía y, por qué no, del dibujo a la escritura—, El otro lado nos habla de un mundo crepuscular y presagia el desencanto frente a las utopías del siglo XX; no en balde Kandinsky llamó a Kubin “visionario de la decadencia”. Por si fuera poco, la novela también anticipó el cine expresionista de Murnau, los cuadros de Dalí y las fantasías burocráticas de Kafka. La reciente edición de La Bestia Equilátera, en versión rioplatense a cargo de Gabriela Adamo, incluye las ilustraciones originales de Kubin que acompañan la narración como un relato paralelo.

 

Alfred Kubin, El otro lado, traducción de Gabriela Adamo, La Bestia Equilátera, 2017, 282 págs.

18 Ene, 2018
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