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Al reescribir como quien demanda un resarcimiento, Percival Everett encaró su último proyecto sin ninguna ambigüedad. Las torsiones, se sabe, nunca fueron lo suyo. Everett es de esos narradores fervorosamente norteamericanos que escriben para gritar sus verdades, arrojar luz sobre las injusticias más vejatorias, y James jamás traiciona esa ética, lo que desde el exterior puede entenderse como coherencia artística o como una terca restricción del ángulo. O tal vez como un poco de cada.
En el fondo, más que de reescritura, debería hablarse de un reordenamiento. James no es del todo Las aventuras de Huckleberry Finn: quien narra en esta nueva incursión al Sur esclavista es el negro Jim, personaje al que Mark Twain recurrió en 1885 para proponer un cambio de conciencia, y al que ahora el autor de Cancelado (2001) dota de conciencia plena. El cambio de perspectiva reorganiza el universo de la novela canónica. Aunque Everett mantiene el formato episódico —las escenas se enlazan del modo preferido por Mr. Clemens: los protagonistas se echan a dormir o escapan corriendo del enésimo peligro—, Tom Sawyer apenas es referido, la Guerra de Secesión está a punto de hervor, los hechos se alinean con otra gradualidad y las ironías contra la ignorancia de los blancos se multiplican y se acentúan. Incluso hay un vuelco tardío que la novela de Huck nunca necesitó y que, es cierto, quizás hubiera sido demasiado para los estómagos lectores de finales del siglo XIX, cuando hasta en los cónclaves más progresistas cundía un horror sordo por las derivaciones de la miscegenation.
Más allá de la conexión entre los libros, el lenguaje es uno en Twain y otro en Everett. En el primer caso, cuando los negros hablan en su lunfardo algodonero, lo que se está estableciendo ahí es una representación realista, siempre según la mirada del autor, que es blanco y de otra época; en el segundo caso, la representación es para los amos dentro de la trama, a quienes los esclavos engañan y de quienes se burlan con su inglés de cadencia africana y simplicidad aparente. Mientras que Jim guarda una nobleza que su analfabetismo casi realza, James aprendió a leer en secreto y su dicción real es la de un doctor en gramática. Everett —que es negro y un comentarista prominente en una era que satiriza con subrayado— no se cansa de reportar el valor que la grafía tiene para su protagonista. James rescata tomos de inundaciones, guarda un lápiz que indujo un linchamiento, duda de revelar su ilustración ante Huck y se vacía en cavilaciones sobre la potestad de la palabra. “En aquel momento se me hizo real y evidente el poder de la lectura”, cuenta en un pasaje que parece extraído de una slave narrative más que de una novela posmoderna. “Mientras tuviera delante las palabras nadie podría controlarlas ni controlar lo que yo obtuviera de ellas […] Era una relación completamente privada y libre y, por tanto, completamente subversiva”.
Amena y bienintencionada, James cosechó en Estados Unidos todos los premios que suelen otorgarse a las obras que tratan temas mayores con una solemnidad modular. La pregunta que vale la pena hacerse es si también la de Twain fue una novela amena y bienintencionada, y si hay en definitiva un problema con que existan tantas novelas de ese estilo como sean necesarias para un montón de gente que persigue en ellas un ideal de individuo y de país. Hasta las últimas páginas de James —caladas en un charco de violencia revisionista, con guiños a Quentin Tarantino y Ryan Coogler, que acaba modelando un héroe más cercano al díscolo “Nat” Turner que al estadista Frederick Douglass—, Everett da señales de estar al tanto de la responsabilidad implicada en su epopeya, la misma que tal vez asaltó a Twain mientras producía la suya. “Pasa algo raro con ese crío. Con ese crío y contigo”, le advierte otro esclavo a James sobre Huck. Se podría añadir que viene siendo así desde hace ciento cuarenta años, tanto con el original como con el avatar que lo sobrevino.
Percival Everett, James, traducción de Javier Calvo, Seix Barral, 2025, 344 págs.
Imagen: Freedom, A Fable: A Curious Interpretation of the Wit of a Negress in Troubled Times, de Kara Walker, volumen encuadernado de litografías offset y cinco siluetas desplegables cortadas con láser sobre papel verjurado, 1997.
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