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La habitación de Jacob

Virginia Woolf

OTRAS LITERATURAS

Todos hablan de Jacob. Todos creen saber quién es, qué lo hace más o menos atractivo, cuál será su futuro. Todos y muy especialmente todas. La habitación de Jacob puede pensarse como un estudio de personaje que Virginia Woolf delegó en su elenco secundario: madre, ama de llaves, amantes de ralea diversa, suegras potenciales, amigos y compañeros de viaje que viven sus propias vidas y cada tanto se detienen a reflexionar sobre el conjunto vacío que protagoniza la novela.

Tal vez “protagonizar” sea una palabra demasiado grande, incluso incompleta. Con Jacob, en el fondo, no se sabe. El consenso acerca de él es que se trata de un joven elegante pero desmañado —otras voces lo consideran desmañado pero elegante, lo que cambia la óptica de todo el asunto—, de clase acomodada y con ínfulas de clasicista. Jacob es todas las experiencias de su infancia, los libros que lee, las mujeres que corteja durante el día, las mujeres con las que se repliega por la noche, los países que conoce —en un orden no inocente: Francia, Italia, Grecia—, pero ninguna de esas partículas sirve para plasmarlo con fidelidad.

Yendo a los hechos, por otra parte, nada en la novela indica que una estampa esencial sea necesaria. Aunque La habitación de Jacob se publicó en 1922, cuando su autora recién empezaba a experimentar con la forma, la época elegida para el libro segrega preludio: todavía es la preguerra, los horrores aún no asomaron, tampoco las preguntas urgentes. Puede verse ahí el ensayo perspectivista de lo que pocos años más tarde Woolf concretaría en Al faro, donde la muerte de las certezas decimonónicas se metaforiza en una tormenta que arrasa con todo. La distancia entre una novela y otra es la prueba contumaz de que la vanguardia canaliza su tiempo, cuestión que a Jacob por supuesto le resbala. De momento él anda paseando por Cambridge y yendo de fiesta, discutiendo poesía y dejándose precisar por lo que los demás aventuran sobre él. Una buena vida, dentro de todo, por más que la profusión de lirios y calaveras en las descripciones sugiera que algún día eso también tendrá que acabar.

Hasta cierto punto, la peripecia de Jacob dialoga por oposición con la del Dedalus de Retrato del artista adolescente. Más allá de que son novelas contemporáneas —la de Joyce vio la luz en 1918— y de que sus protagonistas comparten el arquetipo iniciático, las operaciones se enfrentan: mientras que Dedalus es el núcleo que posibilita la realidad circundante, Jacob se delinea con fragilidad a partir de lo que el exterior le provee. Somos lo que los otros dicen que somos, esa es nuestra insuficiencia. Con paredes hechas de vestigios, La habitación de Jacob se erige para hacer más profundo el hueco que protege. Ya no hay nadie ahí, pero alguien hubo.

 

Virginia Woolf, La habitación de Jacob, traducción de Sebastián Martínez Daniell, Godot, 2024, 200 págs.

21 Nov, 2024
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