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En el ensayo “Caos y argumento”, Marcelo Cohen propone las bases para una teoría contra aquella idea extendida de que existe apenas un puñado de temas sobre los cuales es posible erigir una obra narrativa; es a partir de una cita de Dolezel —“La imaginación ficcional es activa, constructora más que descriptora; nunca cesa de crear nuevos mundos que orbitan como satélites alrededor de la realidad”— como Cohen explica que los argumentos pueden ser hipótesis de funcionamiento, viajes exploratorios, labrar historias que produzcan más futuro que indignación, contramitos, movimientos de traslado. El muñeco, de José Retik, propone, en esta clave, una máquina narrativa que parece sintetizar y reelaborar derivas conspirativas paranoicas —por poner un par de nombres, Kafka, Dick, Arlt—, pero a partir de ellas reelabora un pasaje a la ficción cuya sustancia es una amalgama de pesadillas destiladas del presente o, en todo caso —aceleración mediante—, de un futuro inmediato.
El texto comienza como un relato en primera persona cuya línea inicial anuncia que, frente al dolor intolerable en uno de sus brazos, el médico indica al protagonista la colocación de una férula. A partir de este movimiento que lo aleja del mundo laboral indefinidamente, su relación con la prótesis lo conduce a un deseo irrefrenable de gestionarle diversos rasgos que lo humanizan o lo vuelven un muñeco: le crea personajes, le agrega anteojos, lo maquilla. Aquel momento de ocio inesperado y una licencia psiquiátrica lo conducen a dar con un libro sobre autómatas de un tal Broitman, escritor local. Luego de entrar en contacto, Broitman diseñará un muñeco idéntico al protagonista para convertirlo, posteriormente, en ventrílocuo. En paralelo, su compañera, Denisse, especializada en estudiar diversas formas de la tecnología y el pensamiento, le anuncia que está ante experimentos sin antecedentes y de punta para gestionar la mente —su hackeo—, las emociones y el pensamiento a distancia. En cierto punto, Denisse le ofrece descargar su cerebro en un ordenador —operación que, asegura, será hecha por fuera del Estado— y es así como él mismo trocará conciencia con el muñeco, que irá constituyéndose, cada vez más, en una fuerza tiránica. La trama instalará, de manera casi viral, una deriva persecutoria que irá hackeando la totalidad del texto. Catapulta así la narración hacia un delirio que guarda paralelismos con una zona de la literatura experimental que suelen delimitar obras como las de Copi, Aira, Laiseca, Di Paola o Gombrowicz. “No son voces, es una sola voz, la del muñeco. De hecho, soy yo quien habla por él. O él habla a través mío. Vaya uno a saber cómo se da realmente el ida y vuelta”.
Dividido en dos partes, El muñeco parece enmarcar dos políticas de narración respecto del Estado. En la primera, titulada “Antes”, el protagonista encarna a un sujeto autónomo, contenido, que empieza como ventrílocuo y pasa él mismo a ser hablado paulatinamente por el muñeco al que se ha transferido su cerebro. Detrás de ellos late una burocracia estatal que despliega una verdadera inteligencia de la confusión propia de un poder donde aún es visible la técnica, la lengua, las viejas bases legales sobre las que se ha cimentado la idea de ciudadano. En la segunda, “Después”, el propio texto acumula escenarios donde aceleración y desquicio —a ritmo bacteriano— colonizan el mundo mientras el muñeco toma posesión total —telepatía mediante— del cuerpo del protagonista y de Denisse, con quien engendra un hijo. Lo que aparece allí es otra idea de texto, apuntada por políticas que enmarcan toda idea de futuro delirante como causa de un capitalismo que ha alcanzado los límites de su propia alucinación: el hijo del muñeco y Denisse, B-Bot, se constituye en líder político trasnacional alineado con una tecnocracia religiosa posthumana que propone, entre otras cosas, reemplazar cuerpos con máquinas mientras funda una Iglesia electrónica en Silicon Valley. Como prueba Retik, El muñeco es un laboratorio donde la narración puede, sin dudas, atisbar nuevos experimentos con el campo de la imaginación y engendrar, entonces, singulares contramitos a un presente calamitoso.
José Retik, El muñeco, Borde Perdido Ediciones, 2024, 94 págs.
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