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Considerado el padre y el rey de la metaficción, la superficción, la ficción posmoderna norteamericana y destinatario de otras etiquetas asignadas por la crítica, Donald Barthelme dio él mismo una definición abarcadora con la que ni genealogías ni cargos nobiliarios pueden competir: “El objetivo de toda literatura es la creación de un extraño objeto cubierto con piel que te rompa el corazón”. La frase programática contiene todas las colosales miniaturas que, como en una especie de circo ambulante a escala, se exhiben en este libro. Así es como nos encontraremos con algunos especímenes anteriormente antologados o referidos por los epígonos del Señor B., como el ejercicio elegante de crueldad que hay en el fondo de “Algunos ya llevábamos mucho tiempo amenazando a nuestro amigo Colby” (un grupo de amigos organizan con decoro y atención al más mínimo detalle el ahorcamiento de uno de ellos), en “El globo” (un objeto de tamaño monumental comienza a crecer y expandirse por el centro de Manhattan), o en “La señorita Mandible” (donde la latencia sexual de un niño es descripta como un caso de suplantación de cuerpos). A lo que se le suma la ya célebre serie de relatos donde el autor también es personaje, como “Las enseñanzas de Don B.” o “Las selectas sopas caseras de Donald Barthelme”.
Dentro del repertorio de freaks y anfibios genéricos nos encontramos con la reescritura paródica de personajes literarios, míticos o de cómic, como en “El amigo del fantasma de la ópera” (el diario de un confidente de las angustias existenciales del célebre personaje de Gastón Leroux), “Ming” (el némesis de Flash Gordon, The Phantom y Mandrake es entrevistado en bata y pantuflas en un glamoroso hotel del Upper West Side, en un acercamiento costumbrista a su labor profesional como personaje despiadado) o “El dragón” (el legendario animal confiesa sus tendencias suicidas ante la Brigada de Higiene de una ciudad sobresaltada con su llegada). Se echa de menos en esta serie “El mayor triunfo del Joker” (Vuelve, Dr Caligari, Anagrama, 1967), la hilarante mise en abyme de las tribulaciones cotidianas de Batman y Robin.
Sin embargo, la perversión y la aptitud camaleónica de Barthelme no asoman sólo en esos juegos formales deudores de Borges y de Beckett, sino también en su puntería para metabolizar las expectativas y frustraciones de la vida suburbial a la manera de John Cheever, como en “Critique de la vie quotidienne” (una pareja al borde del divorcio), “Calle 61 Oeste, Nº110 179” (una pareja que intenta superar infructuosamente la pérdida de un hijo), “The Sandman” (un hombre se dirige epistolarmente al psicoanalista de su novia) o “En boca cerrada” (un cajero de supermercado asiste al crepúsculo de la relación entre una pareja de clientes habituales). Todas piezas durante las cuales un extraño objeto cubierto con piel se deja acariciar a contrapelo, con una honestidad nada autocomplaciente, para rompernos el corazón con las pequeñas y grandes decepciones de la intimidad.
Donald Barthelme, Las enseñanzas de Don B., traducción de Enrique Maldonado Roldán, Automática Editorial, 288 págs.
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