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Un caballero a la deriva

Herbert Clyde Lewis

OTRAS LITERATURAS

Socio de la honorable agencia de corredores de bolsa Pym, Bingley & Standish, Henry Preston Standish cae al agua desde un barco en medio del océano Pacífico. A partir de ese incidente, en Un caballero a la deriva, Herbert Clyde Lewis abre el juego a una fábula existencial que se mueve con naturalidad entre la angustia y la ironía.

Hombre de huevos escalfados —tal como lo había sido su padre y también el padre de su padre—, Standish siente de golpe que la vida que lleva —una vida apacible y holgada— se le vuelve insoportable. Moderado al extremo (“bebía con moderación, fumaba con moderación y amaba a su esposa con moderación”), siente de pronto que su casa es una cárcel y su mujer y sus hijos son sus guardianes. Necesita irse, escapar o se volvería loco. Así es como, por casualidad, termina embarcándose en el Arabella, un barco del que escucha hablar en el lobby de un hotel; un barco de pasajeros que, cada tres semanas, une Hawái con Panamá y desde el cual, días más tarde, termina cayendo.

No hay que ir más allá de la anécdota que da pie a la peripecia —la caída— para sintonizar con el tono de la novela. Hay un recurso insignia del humor físico, que va del cine mudo a los dibujos animados: alguien camina distraído hasta que pisa una cáscara de banana, resbala y cae de forma ridícula. No es una cáscara de banana, en este caso, lo que pisa Standish en la cubierta del barco, sino una mancha de grasa, pero el efecto es el mismo: en esa caída se condensa el tono caricaturesco y absurdo de esta historia.

Tanto o más importante que no ahogarse, para Standish es imperioso mantener las formas. No grita, al menos no en lo inmediato, porque no es propio de un hombre de su posición, y trata de mantenerse prolijamente vestido, no vaya a ser cosa que, cuando lo encuentren, lo encuentren desaliñado. Eso intenta. Pero con el paso del tiempo, y a la vez que empieza a experimentar su posición relativa en el mundo (“Era un insignificante bulto de vida en un mundo inmenso. El sol era muy poderoso, y él, muy débil”), no sólo va perdiendo sus formas, sino también sus chances de ser rescatado y sobrevivir.

Periodista y guionista en Hollywood, censurado durante la caza de brujas anticomunista que, hacia mediados del siglo XX, sufrió la industria del espectáculo estadounidense, Herbert Clyde Lewis no deja de lado la crítica social en esta novela. Que los hechos transcurran en 1936 —a la sombra del crack del 29— y que Standish, el hombre que cae al agua y lucha por mantenerse a flote, sea un corredor de bolsa neoyorquino que registra su propio dolor “como solía observar las subidas y bajadas de la bolsa en el teletipo de su despacho” no es un dato menor, sino una clave que atraviesa todo el relato.

Sólido en lo técnico, Lewis narra los hechos desde un doble punto de vista —por un lado, lo que le sucede a Standish, a la deriva en medio del océano, y por otro, lo que, mientras tanto, sucede en el barco— y a partir de ahí construye un contrapunto sutil que oscila entre el humor y la tristeza. El resultado: una novela fluida y entretenida que, casi un siglo después de haber sido escrita, parece recién salida del horno. Una novela que, sin llegar a ser sátira ni comedia negra, ilumina un punto ciego profundamente humano: ese punto donde el desamparo se cruza con la vergüenza y –quizás demasiado tarde, para el pobre Standish– del que surge, inesperadamente, un renovado amor por la vida.

 

Herbert Clyde Lewis, Un caballero a la deriva, traducción de Ángeles de los Santos, Periférica, 2023, 152 págs.

26 Jun, 2025
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