Otra Parte es un buscador de sorpresas de la cultura
más fiable que Google, Instagram, Youtube, Twitter o Spotify.
Lleva veinte años haciendo crítica, no quiere venderte nada y es gratis.
Apoyanos.
Sigrid Nunez publicó seis novelas antes de El amigo, la gran novela con la que, en 2018, a los sesenta y siete años, logró combinar prestigio (ganó el National Book Award) y masividad (reimpresa, traducida, en fin, leída en todas partes del mundo). Luego vino Cuál es tu tormento (2020), adaptada por Almodóvar en La habitación de al lado (2025), y ahora Los vulnerables, que completa su trilogía del duelo. En todas muere un amigo, en todas, la literatura —especialmente la literatura— y la amistad (humana y animal) son un consuelo. Los tres libros tienen mucho en común no sólo respecto al fondo, sino a la forma: son novelas que en su mixtura trascienden el género, que contienen otros géneros (diario, ensayo, autobiografía). Ahí resalta la mano de Nunez, su estilo juguetón ya característico, que, en un sentido, cultiva el arte de la cita a la manera borgeana: copia lo que lee; quiero decir, Nunez es una lectora que escribe lo que lee, lo absorbe y lo usa a su favor. No transforma las citas, no las interviene ni las resignifica, sino que las hace parte de la historia, de lo que quiere contar y hasta de su postura frente a la literatura, en otras palabras: frente a la vida. “¿Cómo se puede reflexionar sobre la vida sin reflexionar también sobre la escritura?”, se pregunta Anne Erneaux en su discurso de aceptación del Nobel. Nunez replica y justifica.
Como sucedía en El amigo, en Los vulnerables también se narra el vínculo, la amistad, entre la narradora y un animal luego de la muerte de un amigo; aunque en este caso no es un gran danés, sino un loro, no hay un suicidio (Lily, su amiga, muere por enfermedad) y está situada en la pandemia —es una novela pandémica que reflexiona sobre este tiempo, sobre nuestro comportamiento—. Otra diferencia es que, aunque ambas novelas comparten corazón, la primera tiene más cuerpo, una consistencia narrativa que en la segunda se pierde, o mejor, que la autora elige perder. En esta ocasión, la narradora (como en su trilogía: una escritora norteamericana muy parecida a Nunez) se ve obligada por el confinamiento a vivir en un departamento prestado por una amiga con Eureka, un loro al que hay que cuidar, y, contra su voluntad, con Cardo, un joven problemático que sufre los males de la época: ansiedad y depresión. Ellos son los vulnerables del título. Un juego de la autora con cómo se les decía a las personas de riesgo durante el confinamiento en Nueva York, pero que aplica para los animales en peligro de extinción y, desde ya, a los jóvenes con historial psiquiátrico.
El libro está dividido en dos partes y un interludio. En la primera parte, la más extensa, la narradora empieza con sus paseos por la ciudad en la primavera de 2020, prestándole atención a la flora y fauna citadina, relacionándolo todo con la literatura (un narciso la lleva a un poema de Plath, una hiedra a un poema de Rilke), luego cuenta la muerte de su amiga —los diálogos entre las amigas sobrevivientes son una delicia— y termina con la llegada al departamento prestado, el encuentro con Eureka y el desencuentro y malestar con Cardo. En las cuatro páginas del interludio que funcionan como un intermezzo musical, Nunez, sin la imposición de la trama, reflexiona a través de diversos autores: frases cortas hilvanadas por su gusto literario que funcionan como una reversión del Me acuerdo, de Brainard. En la segunda parte, el foco está puesto en su relación con Cardo, basada en conversaciones filosóficas bajo los efectos de la marihuana y las microdosis de psilocibina (“logra mantenerte fuera del sótano del infierno”, dirá Cardo). Las dos partes están atravesadas por reflexiones sobre la pandemia. “Ahora somos un mundo que se define por el desastre continuo. Y Beckett tenía razón. La elocuencia sobre el desastre no basta”, dice la narradora.
Si bien Nunez cita a muchos autores, las dos autoras centrales para el andamiaje de la novela son Joan Didion, a quien le dedica un capítulo entero, y Virginia Woolf, en quien, evidentemente, se inspira (aunque en menor medida, su figura también sobrevuela en El amigo). Sus obras funcionan como sostén para Nunez. De Didion toma el libro Arrastrándose hacia Belén, ensayos que abordan los años sesenta en Estados Unidos, cuando América se rompió en pedazos, y lo contrasta con la actualidad pospandémica. De Woolf toma especialmente Los años, junto con Las olas, su novela más ambiciosa, con la que buscó inventar una forma: la novela-ensayo; según sus palabras: “un compendio de todo lo que sé, siento, de lo que me río, lo que desprecio, lo que me gusta, lo que admiro, odio y todo eso”. Nunez la cita porque su búsqueda es la misma; ella también, como Woolf, escribe siguiendo un ritmo, no una trama. Es más, de Woolf toma su verdad: lo que importa es lo que se experimenta al leer un libro, los estados de ánimo que evoca la historia, las preguntas que surgen, no los hechos ficticios que se describen.
Cerca del final, la narradora dice que le gusta la forma en que el traductor de Proust nos aclaró la cuestión de En busca del tiempo perdido: no es una autobiografía disfrazada de ficción, sino más bien lo contrario, ficción disfrazada de autobiografía. Un guiño a la propia escritura de Nunez, que juega con los límites de la autoficción. Esa es otra similitud formal de la trilogía; ahora, hay una diferencia sustancial en el fondo: las dos novelas anteriores eran historias tristes pero afirmativas, en cambio, en Los vulnerables ya no parece haber grandes esperanzas. Algo falta. Algo se perdió. Pero, aun así, podría decir Nunez, se siguen escribiendo novelas.
Sigrid Nunez, Los vulnerables, traducción de Damián Alou, Anagrama, 2025, 208 págs.
Si se consagrara al nombre “Gertrude Stein” la fe nominalista que ordena la poética de la propia Gertrude Stein, es decir, el fundamento y el mantra (que...
Stephen Dixon, que a lo largo de su obra construyó un territorio narrativo anclado en la repetición como forma de exorcismo, lleva en esta novela ese gesto...
Recluida en su casa de Amherst, enfundada en vestidos blancos, entre jardines mentales y la compañía intermitente de la muerte, Emily Dickinson produjo una de las obras...
Send this to friend