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Mundos etéreos

Tatiana Tolstáia

OTRAS LITERATURAS

Frente a una nueva obra de literatura rusa, tienta pensar que difícilmente nos decepcione: vienen a la memoria Chéjov y Dostoievski, Gógol y Babel, Kovalevskaya y Bulgákov, Tolstoi… Pero es erróneo pensar así. Para los lectores del hemisferio occidental, la cultura rusa está a la distancia perfecta: bastante cerca (en todos los sentidos) para ser accesible y relevante, pero bastante lejos, y difícil de traducir, para filtrar a los escritores mediocres o meramente buenos. Por lo general, a nosotros sólo nos llegan los mejores. Lo cierto es que para los escritores rusos, el campo de influencias potenciales debe ser tan grande y tan igual de lleno de trampas y malos ejemplos que las demás culturas literarias (por no hablar de los ochenta años de realismo social oficialmente aprobado).

Sin embargo, leyendo esta maravillosa colección de cuentos de Tatiana Tolstáia es casi imposible no ver las sombras de varios de los grandes escritores mencionados más arriba, mezcladas con una sensibilidad juguetona y empática que en sus mejores momentos los honra. Combinando el realismo glorioso y térreo de Chéjov y los juegos fantásticos de Gógol, estos relatos son capaces de abarcar una amplia gama de temas, desde un festejo sensual y sangriento de la preparación del áspic, hasta una alegoría coruscante sobre las economías controladas. Pero la escritora que más viene a la mente, particularmente en los textos sobre la familia de Tolstáia y otras experiencias personales, es Natalia Ginzburg. El sentido del humor, la mirada generosa pero melancólica y el entendimiento exquisito de los ritmos de la familia y los asuntos del corazón recuerdan a los de la autora italiana.

Tolstáia nació en 1951, lo que significa que pasó la mitad de su vida bajo el régimen comunista pero, con la excepción de “Muchacha en flor”, un relato que cuenta su paso breve por un correo local como distribuidora de telegramas, hay pocas menciones al comunismo, al menos al modo que ya conocemos: aquí, esa realidad imposible de cambiar asoma de manera tan cotidiana que es casi imperceptible, hasta que de pronto aparece una ejecución o la figura que es menester sobornar para conseguir alguna ventaja mundana. De hecho, el tono, particularmente en el tratamiento de la clase trabajadora, es más bien el que se esperaría de una emigré rusa de otra edad, con chistes más o menos benévolos sobre las supersticiones y la perfidia de personajes como el carpintero local, los albañiles perezosos o la niñera fiel. Es casi como si esos ochenta años de revolución no hubieran servido para nada. Por supuesto, Tostáia también atravesó la caída soviética con sus ácidas consecuencias, y escapó a Estados Unidos: el cuento epónimo relata la historia de su amor por una casa sumamente impráctica en Princeton, Nueva Jersey. Claro que la realidad no va a dejar a la pobre profesora soñadora (que no enseña en Princeton, sino en otra universidad menos prestigiosa a cuatro horas de allí) vivir su fantasía; tiene demasiadas cartas en su contra.

El hilo conductor de esta colección, se diría, es finalmente la joie de vivre con la que el libro está escrito, su enorme empatía emocional. A veces puede ser una debilidad; los lectores podríamos haber prescindido, por ejemplo, de “Tierras lejanas”, una carta desde Creta a un amigo que es apenas eso, una carta desde Creta a un amigo. Pero el resto de los cuentos y la alegría que acompaña la lectura son una compensación más que suficiente.

 

Tatiana Tolstáia, Mundos etéreos, traducción de Alejandro Ariel González, Tusquets, 2021, 272 págs.

6 Abr, 2023
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