OTRAS LITERATURAS

Hay personas que, sin buscarlo, concentran en sí mismas una suerte de historia colectiva y que por eso mismo están destinadas al fracaso, ya que nadie puede aguantar tanta carga sobre las espaldas. Si esa persona es alemana y nació cuando su país se aficionó al colonialismo, y si encima fue testigo de las dos grandes guerras del siglo XX, entonces el problema se hace mucho más agudo y trágico. Tal es el caso de Olga.

A Bernhard Schlink —ya lo demostró con su bestseller El lector (1995)— le interesan las experiencias colectivas que presionan sobre un individuo hasta deformarlo. Y si en El lector una mujer analfabeta, guardia de rango medio en un campo de exterminio nazi, era arrastrada por la justicia revisionista de su país —a partir de la cual una sociedad buscó amigarse con su pasado sacrificando a un puñado de culpables—, ahora el autor realiza el movimiento inverso: una mujer anciana y sorda busca dinamitar los símbolos de un país desproporcionado en sus ambiciones, pacificado, rico, que pareció olvidar no sus culpas, sino las arrogancias que las motivaron y que acaso por eso, porque nada aprendió, va camino a otro desastre.

Olga, una huérfana pobre, criada por su abuela, encuentra en la lectura y en el estudio el placebo para soportar los días y aprender —o intentar aprender— sobre el ser humano y las desgracias que causa, y que ella y su pueblo padecen de forma directa. La novela recorre su vida desde distintos ángulos: narrador omnisciente, primera persona, colección de cartas. Así se va trenzando no sólo su historia, sino también la del amor de su vida, Herbert, quien se alista en el ejército imperial para recorrer el mundo y escapar de la responsabilidad burguesa a la que lo conmina la herencia familiar.

Resulta admirable en Schlink la capacidad para dar vuelta los puntos de vista mientras va atravesando generaciones y geografías (Argentina, Chile, Brasil, Siberia, colonias africanas) con un estilo preciso que nunca se atolondra y que sabe operar en espacios reducidos. También destaca su habilidad para escribir sobre su país sin caer en terreno transitado. Olga no narra sólo la historia de una mujer y su resistencia a la época violenta en que le tocó vivir, sino también, y antes que nada, la lucha invisible y rabiosa entre su moral y la moral más grande en la que está inmersa, aquella colectiva, siempre ambiciosa, siempre plástica, que va desde la Alemania unificada de Bismarck y su ingreso en el juego de las grandes potencias hasta la generación de estudiantes universitarios con pretensiones de cambiar al ser humano, crear una sociedad nueva, liberar al Tercer Mundo y poner fin a la guerra de Estados Unidos en Vietnam.

Todas las grandes tragedias se inician respaldándose en algún aparato moral. O, como dice Olga: “Quien moraliza quiere grandeza y, al mismo tiempo, comodidad. Pero nadie es tan grande como la moral que va preconizando”.

 

Bernhard Schlink, Olga, traducción de Carlos Andreu, Anagrama, 2019, 256 págs.

10 Oct, 2019
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