“El olvido permanente es mejor que la gloria pasada”, remata Rita hacia el final de Mau Mau o la tercera parte de la noche. Pasados treinta años de la apertura de la mítica boîte del Buenos Aires de los sesenta y setenta, Rita y Mecha siguen bailando hasta que todo acaba, no tanto por encontrar con quien conjurar la soledad, sino para exorcizar los fantasmas de la existencia. Ambas transitan la historia de Mau Mau al mismo tiempo que la del país. La Historia que las rodea todo lo remueve, produce cimbronazos, roturas, exabruptos; pasa junto a ellas, las atraviesa. Pero nada más indicado que el olvido para que esa historia armada con dolor y alcohol las haga permanecer en ese lugar, cada vez más olvidadas por quienes las rodean, detritus de otra época de la que sólo resta el baile. Al modo de la también mítica película de Sydney Pollack, They Shoot Horses, Don´t They?, el ritual de Rita y Mecha se traduce en no dejar de bailar, tal es la frase que una y otra vez, cuando las fuerzas de Mecha claudican, Rita repite como un mantra a su amiga: “Bailá, Mecha, bailá”. Porque allí se encuentra el secreto que las hará seguir viviendo, de algún modo, aun cuando las luces se hayan apagado, cuando el portero legendario, Fraga, ya haya desaparecido en un rincón oscuro de Buenos Aires, cuando todos hayan abandonado la pista del sótano de la calle Arroyo y ellas permanezcan devotas a ese baile frenético; lo único que no puede detenerse es la apariencia de la vida, cualquier otra cosa las enfrentaría con lo que realmente son: los restos de otra época.
La dramaturgia de Santiago Loza brilla en su acidez, pero también en la ternura con que posa su mirada en esas dos mujeres que celebran un ritual casi infernal del que se sienten sacerdotisas. Reverso cruel del movimiento de liberación africano de los cincuenta, la boîte Mau Mau se transforma en ícono de la noche elegante de Buenos Aires, en una torsión que banaliza lo revolucionario para que suceda como pura escenificación cotidiana que procura adaptarse a los avatares de los sucesos históricos, que se contorsiona en una brutal alegoría. Todo este conjunto, texto, dirección, vestuario, musicalización, están puestos al servicio de la ferocidad con la que Eugenia Alonso y Gaby Ferrero, integrantes del dúo Ácido Carmín, se mimetizan con esas sacerdotisas de un rito ya inexistente, del que sólo quedan ellas como recuerdo y como silencio burdo en un sótano abandonado al destino.
Mau Mau o la tercera parte de la noche, de Santiago Loza, dirección de Juan Parodi, Teatro El Extranjero, Buenos Aires.
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