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Fuimos criados con terror a la muerte y tardamos en darnos cuenta de que el origen de todos los miedos está exactamente en el lado opuesto, al principio. Cine herida emprende un viaje hacia esa experiencia conocida con el nombre de infancia y en el camino consigue retratar algunas angustias de nuestra época con una cercanía sorprendente.
Hay dos personajes: un adulto joven (o un joven adulto) que se enfrenta a los dilemas de la edad ante un mundo que le presenta la imposible exigencia de ser, y un niño que es su doble y que no para de quemarle la cabeza con observaciones precisas sobre el drama existencial que atraviesa.
La obra recorre con ternura, por momentos, y con dureza en otros, los dilemas de ese joven, que a esta altura —sin importar la edad— podrían ser los de cualquiera, aquejado por preguntas sobre su futuro y las dificultades del deber ser, la valoración personal, la mirada de los otros.
El tema ronda una contradicción clásica, agudizada ahora por la neurosis de las redes sociales: cómo enfrentar el desafío de la libertad en un mundo que aparenta ofrecernos todo y nos entrega cada vez menos, y donde además —como dice el personaje— hay que hacer todo el tiempo el esfuerzo de estar bien (o al menos simularlo frente a los demás).
Como en cualquier monólogo con unx mismx, no hay solución visible hasta que aparece un antagonista. En este caso, un niño, que se convertirá en un aliado para desenredar su dialéctica. A partir del diálogo entre los personajes empieza un ida y vuelta repleto de frases punzantes. “Tengo que mejorar mi postura física, política…”, dice el joven. “Necesitás callarte”, le ordena su doble menor (o mayor), en un gesto liberador en medio de este presente sobrenarrado.
La obra tiene la virtud de nombrar y de poner en escena la debilidad y las pequeñas dudas con que convivimos cotidianamente y que van resquebrajando la voluntad hasta convertirnos en víctimas de nuestro propio autodesprecio. La aparición del niño, al mismo tiempo que irá desencadenando la acción, será la llave para estructurar una nueva conciencia.
Los personajes también aprenden a ser otros dentro del universo de la propia obra. Encarnan otros personajes, adoptan máscaras y formas corporales que no les son propias, como diciendo que también hay una vida alternativa encarnando también otras vidas, escapando de la identidad y de los roles.
En lugar de regodearse en el mito de la infancia (o, más ampliamente, la juventud), Cine herida lo toma y lo problematiza. Tampoco pone en duda que haya sido un paraíso perdido o una tierra prometida. El problema es qué hacemos ahora con esas promesas, parece decirnos. También nos ofrece algunas coordenadas para pensar cómo salir del laberinto y evitar la parálisis. De algún modo, retoma una inquietud antigua: qué hacer con la vida que nos fue dada. No parece ser un desafío menor.
Cine herida, dramaturgia y dirección de Sofía Palomino, Espacio Callejón, Buenos Aires.
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