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“—Hola.
—¿Sí?
—¿Acá es vóley?”
Empiezo vóley es un título readymade que, en realidad, proviene de un mensajito enviado por una de las practicantes a su novio, pareja, filito o acompañante ocasional. La obra empieza como muchas otras de la actualidad, con los espectadores buscando sus lugares, mientras en la escena ya hay algo que está pasando, los actores en una especie de calentamiento con roce; uno se sube a un tren que, en efecto, ya está en movimiento. En el piso, imaginen una cancha dibujada en sus excelsas líneas blancas, recórtese la acción entre banquitos y un locker que oficia de objeto más distante. Es, por cierto, una puesta escueta, hasta el momento en que Marisa (Silvia Buzzetti), la entrenadora ensimismada por un enojo que rebasa en una actitud muy severa, mira la hora preocupada porque aún no ha llegado nadie a la clase. Julia (Julieta Condró) es la primera en llegar y quiere caerle bien a la profesora, dado que es su primera clase. Como si el vóley se tratara de una disciplina de vida, la profesora no tardará en explicarle las tres cuestiones fundamentales: la puntualidad, entrenar a fondo y el espíritu de equipo. El look de Julia es desopilante, porque parece recién salida de la Bond Street: ojitos pintados de negro, mechón fucsia, pantalón de jean elastizado y cinturón con tachas. Más linda todavía viste cuando la profesora le recomienda casi compulsivamente comprarse el kit insoslayable del equipo: la camiseta oficial del club. Dolores (María Laura Caccamo) llega tarde y reluce sus cucardas en la cancha como es su costumbre; pero es cheta, tanto no puede cancherear. Gracias a Dolores nos damos cuenta de que la profe está en un día especial.
La pregunta que todo personaje se hace a sí mismo no es tan lejana a nuestras dudas. Por eso, si bien la trama es sencilla, una cancha con su lección y su aprendizaje, un submundo de texturas comienza a brotar de las pausas y los modos en que nuestras jugadoras de vóley elongan, o de su trato más llano: ¿es amable? Allí es donde percibimos la violencia que abunda entre la profesora y Dolores, escondida debajo de una alfombra persa; ese polvorín de resentimiento no tardará en volar por los aires con la llegada de hombres al club.
Empiezo vóley se permite lados b que no llegan a ser digresiones. Pequeñas caídas de la Julia punk que guiña un ojo con ahínco, especies de danzas privadas que nunca terminan del todo de alejarse del vóley, y por eso y por una gelatina naranja resaltan como algo distintivo y bello. Lo mismo que el tinte político que gana la obra en sus últimos veinte minutos, cuando una efervescencia hacia el fuera de escena resuena en diferencias de clase social, de compromiso y de esperanzas de vida. En ese momento la profesora tiene un texto privilegiado: “¡Revolución! Uno se pasa la vida luchando por ella y cuando llega todavía te sorprende”. Dicho así –con naturalidad–, mezclándose entre las risas del público, es como vale la pena empezar un deporte nuevo, con la sensación de que hay mucho más de lo que uno espera.
Empiezo vóley, dramaturgia y dirección de Paola Peimer, Teatro del Abasto, Buenos Aires.
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