Un monstruo y la chúcara es una obra con una larga historia. Un monstruo, interpretado por Pablo Rotemberg, se estrenó en 1998; en 2000 se sumó La chúcara, encarnada por Gabriela Prado. Fue recién en 2005 cuando se estrenó la versión completa (y actual) que reunía ambos solos y sumaba un pas de deux final que hacía convivir y vincular a estos dos seres creados por Gerardo Litvak. Diez años después vuelve aquella versión a escena, sólo que, esta vez, quien es “un monstruo” es Luis Monroy Grandon.
Sin embargo, una obra perdura en el tiempo si logra construir un universo a la vez individual y colectivo, si logra encarnar motivos problematizados en el pasado y en el presente, si logra, en definitiva, dejar que a través de ella “hablen” ciertas cuestiones que siguen interpelándonos en la contemporaneidad. La obra de Litvak pone en tensión al sujeto, a los sujetos contemporáneos, y Samuel Beckett fue quien dio el punto de partida para esta investigación sobre la subjetividad, la corporalidad y el lenguaje.
Beckett está de fondo dialogando con el universo representacional de la obra: el espacio no es más que la correspondencia con el mundo interior de los personajes, un espacio fuera del tiempo y lejos de las coordenadas espaciales cotidianas, donde el vacío es llenado con movimientos autómatas, insistentes y discontinuados. El monstruo busca incansablemente ponerse de pie y la chúcara persiste en su intento por caminar. Son intentos minúsculos y constantes de movilizarse, intentos inagotables de organizar sus cuerpos desmembrados, carentes e incompletos, y la repetición de lo mismo parece la única manera posible de decir —y a la vez de no decir nada— invalidando el discurso con persistencia.
Así como en Beckett el lenguaje y la palabra se develan frágiles y llevan siempre al fracaso en la mediación entre el sujeto y el mundo, el movimiento en Un monstruo y la chúcara no hace más que insistir —en gestos mínimos, repetidos y discontinuos— en el intento de reorganizar el cuerpo y el mundo que rodea a los intérpretes. La brecha insalvable que hay entre las palabras y las cosas es el mismo abismo que hay entre el gesto y el sujeto. Ambos gesticulan y accionan balbuceantes tratando de reconstruir una subjetividad fragmentada, atomizada y disfuncional.
La búsqueda constante de una identidad es condensada en un derrotero de pequeños gestos siempre inconclusos, siempre autómatas. Conviven y se alternan, él y ella, hasta que finalmente se encuentran ocupando el mismo tiempo, el mismo espacio, las mismas carencias. Quizás entonces, cuando estos sujetos hechos de retazos de un lenguaje desarticulado e inconexo se encuentren, existirá la oportunidad para que las coordenadas empiecen a reconstruirse en una danza de dos, en un intento por completarse y acompañarse. Así, extrañamente pero juntos, cada uno de ellos comienza a encontrar un modo de ser y de estar en el mundo. Al fin, ellos juntos y aun así siempre solos.
Un monstruo y la chúcara, coreografía de Pablo Rotemberg, Gabriela Prado y Gerardo Litvak, dirección de Gerardo Litvak, Centro Cultural General San Martín, Buenos Aires.
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