Otra Parte es un buscador de sorpresas de la cultura
más fiable que Google, Instagram, Youtube, Twitter o Spotify.
Lleva veinte años haciendo crítica, no quiere venderte nada y es gratis.
Apoyanos.
Como si nada, o como si fueran una parte más de la vida misma, entran en la poesía de Linda Pastan el dolor, la muerte, el envejecimiento, las separaciones. Esa ubicación de la pena en el borde en que se contempla, maravillada, una hoja que pende de un árbol en otoño, o las piedritas en el fondo del Potomac, hace de ella una parte de la belleza de la vida y del poema. No hay, está claro, grandilocuencia ni dramatismo, pero tampoco elisión o negación.
Este es el tercer libro de poemas de una poeta que fue contemporánea de Sylvia Plath y que, cuenta la anécdota, llegó a ganarle un concurso de poesía. La voz que elabora Pastan es en cierta medida cercana y en otra muy lejana a la de Plath. Hay una búsqueda de la imagen o la metáfora insólita para condensar situaciones que son a la vez fácticas, emotivas y perceptivas, pero estas imágenes o metáforas no aparecen como los chispazos penetrantes y efímeros que en Plath se suelen abroquelar en el enigma, sino que se continúan y reverberan a lo largo del poema; al final se quedan en el lector como visiones a la vez precisas, insólitas y muy sugestivas.
A veces hay un remate del poema en que los hilos se recogen, pero nunca de manera taxativa, sino con una leve vuelta o desplazamiento. Otras veces, los sentidos simplemente fluyen, como dice mientras habla de otra cosa: “recorro montañas / de las que parten arroyitos / en su helado / descenso, / para fundirse distraídos / en la bajada”. Y así podemos leer o escuchar estos poemas: hay que dejar correr esos hilos, dejarlos resonar un rato, sin pensarlos demasiado, para que el poema haga ese trabajo que nos da ganas de releer y de volver a pensar y sentir todo de nuevo. Tal vez hasta podría pensarse en el camino de la imagen poética como ese lento camino del duelo desde la sorpresa inicial hasta una aceptación tal que se hace parte de nuestro imaginario.
Y dan ganas de preguntarse cómo habrá hecho, cuánto habrá trabajado esta mujer para dar con la imagen justa. Por supuesto que no vamos a saberlo. Con más razón, releemos. Hay que detenerse también en cada corte de verso, y los versos son muy lentos, para dejarlos caer, dejar que madure esa combinación exacta de sencillez y opacidad que cala hondo, o ese lenguaje por momentos coloquial que aísla lo que parece un lugar común pero es una voz sabia que condensa la potencia de una experiencia y una verdad. Como cuando dice, siempre como distraídamente, “Hay que sobrevivir lo suficiente / nada más” o “Ese día los árboles decían / invierno, pero escuchamos primavera”.
La voz de Pastan es sosegada, pasea una mirada lúcida, que no retrocede ante la belleza cotidiana ni ante su contrapartida deceptiva y así, paso a paso, nos lleva de la mano y nos hace recorrer el camino desde el dolor hacia la aceptación, con un rodeo del que no está exento el humor, uno sutil e inteligente. La traducción de Renata Prati se ajusta a esa modulación.
Lo mejor de Pastan es que no quiere demostrar nada, sobre todo no busca decir que es una gran poeta, y entonces, desde ese lugar de quien sólo está ahí, enseña algo, una forma de ser poeta atada a su palabra y su mínima verdad. Su búsqueda es la de la potencia de la combinación de palabra y silencio, de discurso común y visión imaginativa, y delinea así la tarea del poeta: mirar, atentamente, lo que hay, aun si parece que no hay nada, y tranquilamente, sentarse a escribir eso, cuando “Abro la cortina / y me asomo a mirar / justo cuando se acaba / la prueba”.
Linda Pastan, Las cinco etapas del duelo, traducción y prólogo de Renata Prati, Serapis, 2024, 106 págs.
El divertimento contemporáneo de reescribir (recrear, transpolar) a Mark Twain nos fue en buena medida predestinado por el propio Sam Clemens. Es decir: Samuel Langhorne Clemens, alias...
Sorprendente, divertida y, a fin de cuentas, exquisita, la antología de poesía erótica francesa del siglo XVI que acaba de publicar Serapis es, a la vez que...
Cuenta la leyenda que Maupassant almorzaba seguido en la base de la Torre Eiffel para no tener que verla recortada contra el horizonte de París. Su problema...
Send this to friend