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Ensayos II

Lydia Davis

TEORÍA Y ENSAYO

Si la publicación en castellano del primer volumen de ensayos de Lydia Davis merecía ya, hace unos años, dedicarle algunas palabras a su editorial por el riesgo de traducir un libro tan voluminoso de textos sobre escritores y artistas las más de las veces casi desconocidos en nuestras coordenadas, con este segundo volumen se impone duplicada la necesidad del reconocimiento, tanto a la editorial como a la traductora. Porque lo único más difícil que publicar un libro largo de ensayos sobre nombres poco conocidos debe ser publicar un libro largo de ensayos sobre una actividad tan poco conocida, que suele interesar tan poco conocer, como la traducción, a lo que se suma el desafío monumental de traducir textos sobre traducción. Aunque, es cierto, la traducción parece estar ganando cierto lugar en la escena literaria contemporánea (al menos como tema: traducir este interés creciente a transformaciones concretas en el trato de traducciones y traductores es —valga la redundancia— un tema muy distinto). 

En este campo, el aporte de Davis, a la que conocemos sobre todo por la prosa afilada y a veces desconcertante de sus cortísimos cuentos, pero que se dedica también a la traducción, consiste en desplegar con paciencia y claridad las minucias y paradojas de la actividad de traducir y, más en general, de su experiencia con las lenguas. Ensayos II reúne siete textos sobre Proust y uno sobre Madame Bovary —las dos traducciones más famosas de Davis–, pero también un ensayo sobre su peculiar forma de aprender castellano leyendo sin diccionario y una lista preciosa y abierta de los placeres de traducir. A lo largo del libro se va perfilando un método traductor que es, como todos, bastante idiosincrático: Davis practica y defiende (y no tiene pelos en la lengua para criticar las traducciones que no se ajustan a su ideal) una traducción apegada al texto fuente de un modo bastante obsesivo. Lo que, aclara, no equivale a literal: se impone a sí misma toda una panoplia de reglas (no agregar, no sacar, respetar la sintaxis y la puntuación y las sonoridades y las etimologías y las palabras con que se empiezan y terminan las frases y los párrafos), pero asegura que el objetivo de todo eso es trasladar el estilo, no la letra, porque con el estilo se reproduce el famoso espíritu de la obra. Se percibe, de todos modos, un placer enorme en las restricciones que estimulan la creatividad para resolver los problemas de la traducción, toda una “energía contenida” que además alimenta su costado autoral. Y deja en claro también que, en última instancia, “como cada uno pone las reglas”, siempre está en uno decidir cuándo romperlas. 

En sus mejores momentos, estos ensayos contagian entusiasmo y una devoción palpable por una tarea que muchas veces consiste en dar un montón de vueltas para terminar en el mismo lugar del que se partió, “pero mucho mejor informados”. Hay una atención exigente al detalle, pero también momentos de alivio cómico, como cuando nos deja entreverla cronometrando una frase o estudiando el patrón rítmico de los lengüetazos de un perro tomando agua. Sus reglas no precisan ser universalmente convincentes para que sí nos atrape su defensa del placer, y sobre todo del placer paciente del rompecabezas, como un elemento esencial para traducir. Porque la tarea de traducir, explica Davis, implica abrirse, o mejor, exponerse a las preguntas que plantea un texto. Son preguntas que no podemos esquivar, como cuando leemos o escribimos, y que podemos pasar años tratando de responder, negándonos a aceptar que no podemos resolverlas. Lo lindo, justamente, es que “nunca olvidamos la pregunta”.

Lydia Davis, Ensayos II, traducción de Eleonora González Capria, Eterna Cadencia, 384 págs.

6 Nov, 2025
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