¿Por qué sobreinterpretamos (y no sólo a Rosalía)?
A comienzos de 2000, en la literatura argentina se hacían cada vez más visibles narrativas que extendían los límites de lo aceptado como literario y ponían en jaque los criterios según los cuales los textos debían ser valorados o leídos. El discurso crítico no tardó en recoger el guante y la discusión sobre los alcances del realismo en literatura, concepto que podía presumirse superado, cobró centralidad y se volvió nuevamente objeto de debate académico. En 2006, se editó El día feliz de Charlie Feiling, de Sergio Bizzio y Daniel Guebel. Su contratapa decía: “Tres escritores jóvenes van a pasar un domingo a un pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires. Todo es real: los nombres, el pueblo, las conversaciones, la diversión, y la muerte de uno de ellos”. La editorial El Cuaderno Azul acaba de reeditar este singular opúsculo que puede leerse, además de como texto literario, como una especie de boya con la que reubicarse dentro de las aguas de aquellos debates.
Que Bizzio y Guebel produjeron novelas que marcaron su época es sabido. Escribieron juntos además dos breves piezas teatrales: La china y El amor. La referencia a lo teatral quizás no esté de más, ya que algo de este relato que narra la estadía de los autores y el escritor Charlie Feiling en Ramallo, de donde Bizzio es oriundo y en cuya casa familiar transcurren varias escenas, entabla un diálogo oblicuo con otro, escrito en 1981, también en colaboración y en un ámbito familiar, por Arturo Carrera y Osvaldo Lamborghini: Palacio de los aplausos, una representación teatral hogareña de corte vanguardista y escrita de sobremesa en Coronel Pringles, lugar natal de Carrera. ¿Qué une esos textos? En principio, la escritura en colaboración; pero también algo del gesto vanguardista del primero (a pesar de ser otro y distinto en el segundo) y su localización. Esos textos que hoy parecen pequeños manifiestos estéticos se escribieron en pequeños pueblos de provincia (de Buenos Aires), en espacios que guardaban algo de lo campero (aunque más no fuera como lugares simbólicos), pero a la vez lo suficientemente urbanos como para no volverse telúricos. Los distancia, por supuesto, la diferencia epocal: uno fue producido en los albores de la Argentina posdictatorial —“sonaba la hora de la pluma, puesta al servicio del orden consolidado por espadas y picanas”— (nada, pues, de representación, puro teatro: aplauso, el “guion para soportar aquello”, escribió Fogwill en el epílogo); el otro, escrito ya en plena democracia y en una era de disipación de los sentidos y los lazos que los anudaban. Es cierto que hacen pie en lugares distintos: en el recitado y la lengua como poesía en el texto de Lamborghini y Carrera; en el relato anecdótico y la conversación trivial en el de Bizzio y Guebel, pero en ambos hay una motivación parecida: el lector debía alejarse de cierta convención para no sentirse de algún modo provocado en la lectura.
En una de las primeras escenas, los escritores comen un asado. Uno podría pensar, a modo de contraposición, en Glosa de Juan José Saer, donde también sucede un asado y se festeja a un poeta. ¿Qué escena más típica de la amistad masculina para un argentino que una reunión alrededor de una parrilla? Incluso, en el otro extremo del registro, puede pensarse en el naturalismo de una película como El asadito, del año 2000, en la que la cámara sigue la charla de un grupo de hombres a lo largo de una noche. Relato en crudo, podría decirse en ese caso. Pero aquí la narración avanza en un juego de incorporación y saturación de registros que a veces llega incluso a un punto de derrape en el que el estilo se excede a sí mismo y, por así decir, pega la vuelta. Como si el peligro de una abundancia de estilo Guebel y Bizzio lo neutralizaran a través de otro exceso, pero invertido. La vuelta que pegan es, sin embargo, siempre un retorno a lo literario, como queda en claro al llegar al final del libro: “Pensaba en la imposibilidad de un retrato literario, en lo irreal de proponerse una semblanza. El fracaso de ese propósito también es una semblanza de la muerte. Hay otra, que es el olvido. Y una última, para un escritor: saber que, cuando muera, cada una de sus frases va a ser suprimida, saber que cuando ustedes escriban esta historia toda palabra que me atribuyan no la habré escrito yo”.
Sergio Bizzio y Daniel Guebel, El día feliz de Charlie Feiling, El Cuaderno Azul, 2025.
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