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No hay arte (por lo menos en el sentido que a mí me interesa) sin diálogo con la historia. Pero no digo la simple referencia especular a un evento cronológico cuya significación parece sellada ante la indolencia del devenir. Digo historia en el sentido más pleno y plebeyo de su encarnación práctica: trabajarla como materia indómita, sin forma a priori ni contenido, para forzar el surgimiento de una contingencia en un presente agotado y que busca agotar al resto de los tiempos. El mundo actual sospecha del futuro; la reconversión del pasado propuesta por el arte, en cualquiera de sus formas, puede ser una salida, o una entrada, hacia una realidad diversa, ni mejor ni peor.
De alguna manera, este es el plan del Proyecto Cruces, Episodio 1: Cuerpos intermitentes, exposición curada por Carlos Herrera y Federico Ruvituso, una muestra colectiva con emplazamiento en el Centro Cultural Kirchner donde obras del Museo Provincial de Bellas Artes Emilio Pettoruti son revisadas, repensadas, traicionadas por artistas de las nuevas generaciones. Hay expuestas piezas históricas deslumbrantes; siendo injusto, sólo nombraré tres: la escultura de Roberto Aizenberg Estatua Nº 2, un autorretrato fantástico de Raquel Forner y Mis amigos los árboles de Martín Malharro. Frente a ese despliegue imponente de la tradición, las obras de dos artistas jóvenes, ambas santafesinas, a quienes conozco desde sus inicios, captaron mi atención y me impulsaron a establecer mis propios cruces.
Clara Esborraz presenta una serie de dibujos trazados con líneas atentas a explorarse a sí mismas. Sutil y sanguínea, la línea de Esborraz marca los contornos de una figuración al límite, llevada al extremo. En particular, pienso en el dibujo que reversiona Con los pintores amigos (1930), de Augusto Schiavoni, pintura icónica que forma parte del acervo del Museo Castagnino+macro de la ciudad de Rosario. Si bien la referencia es directa, hay contrastes evidentes: color, línea, textura, tamaño, personajes, aunque la artista intente mantener el encuadre. Su trabajo no apunta meramente a una actualización contextual de la pintura, sino al establecimiento de un diálogo siempre trunco (y por eso fructífero) entre generaciones. Esborraz propone una nueva mirada del original (una mirada original del original) que intensifica la temporalidad de las piezas, sin olvidar el dato de que el cuadro de Schiavoni tiene a su vez como fuente de inspiración un dibujo de Pablo Picasso realizado para el restaurant Els Quatre Gats de Barcelona.
Stella Ticera expone un tríptico de dibujos que retoma su última muestra en Ruth Benzacar. En este caso, Ticera avanza mediante un proceso inverso al empleado en Imán (avanza retrocediendo). El empeño anterior por crear fuerzas tensionales que generaban chispazos de figuración se convierte ahora en un proceso de borramiento que alisa la superficie pictórica y prepara el terreno para la convergencia de un conjunto de líneas y arabescos gobernados por veladuras sin origen ni destino. Es como si el proceso de borrado se resistiera a su propia definición y tuviera que dejar pruebas abstractas (huellas de lo que pudo ser, marcas del haber sido) de un conflicto inacabado, como la historia. El procedimiento de Ticera, más allá de la distancia lógica, recuerda a Marcel Duchamp, quien primero le pintó bigotes a una reproducción barata de la Gioconda y la tituló L.H.O.O.Q. (1919) y casi cincuenta años después compró otra reproducción barata sobre la cual se limitó a escribir la frase L.H.O.O.Q. rasée (afeitada).
Ticera y Esborraz, situadas en 2022, no pierden de vista la tradición, entendida esta como una herencia móvil y heterogénea que las artistas intuyen, se apropian y traicionan con justicia, valga la paradoja. Esborraz altera, reescribe, reordena; Ticera borra, pule, raya. Las dos dibujan en una sintonía fina con el deseo de repensar la figuración, desde lugares distintos, con procedimientos casi opuestos (aunque bien mirados, existen coincidencias), pero conscientes (hasta donde la conciencia opere en la producción de una obra artística) de que para ser contemporáneas es necesario tener un ojo (y una mano) en el pretérito nunca definido de nuestra historia.
Stella Ticera y Clara Esborraz, Proyecto Cruces, Episodio 1: Cuerpos intermitentes, curaduría de Carlos Herrera y Federico Ruvituso, Centro Cultural Kirchner, Buenos Aires, 2 de septiembre – 18 de diciembre de 2022.
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