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Esquema

Jorge Macchi

ARTE

Tras subir las escaleras de las Galerías Larreta y entrar al local de FAN, el visitante se encuentra con diarios prolijamente calados y dos tomos de una vieja enciclopedia intervenida. Legítimamente, se pregunta si se encuentra en medio de una pieza crítica, si lo que está pasando ahí, entre las paredes y el vidrio, es del orden de la acusación, la denuncia o el disenso: si se trata, en definitiva, de un discurso que ha nacido para estallarse en contra de algo. Entre inventario optimista de ruinas y utopía llevada a su punto de descomposición, la obra de Jorge Macchi aparece como el espacio de una obsesión que se mide en milímetros de trabajo manual, pero también como una plataforma en la que puede aterrizar todo tipo de cuerpo teórico: un análisis sobre los medios de comunicación y sus fantasías de transparencia, una condena a la cultura tipográfica en la era de las masas y sus promesas de totalidad. Tomando la pendiente de un pensamiento riguroso, el visitante tendrá la intención de comprender el horizonte de la crítica, el ámbito de su vigencia, los términos en los que todavía es posible formularla en el presente.

Pero dejemos por un momento al visitante conjetural del párrafo anterior, que tal vez esté equivocado. Para una opinión respetable, la obra que se presta con demasiada facilidad a la posibilidad de presentarla como la crítica a un objeto determinado y localizable del mundo vale bastante poco como obra de arte. Las buenas obras de arte cumplen la función crítica que les atribuyen las estéticas de la modernidad, pero lo hacen de maneras tan oblicuas que la posibilidad de presentar el resultado de esa tarea en los términos de lo que coloquialmente se puede describir como una crítica a algo es improbable. Y la obra de Macchi es buena porque, sin atisbos de frivolidad, tampoco se puede presentar como la crítica de nada. Es cierto que los materiales esta vez son los predilectos de instrumentos programáticos peculiares del siglo XX: el arte de los medios y una biblioclastía que reconoce orígenes neo-románticos. Pero con ellos el artista hace otra cosa. Juega. Aunque el juego tiene aquí seriedad suficiente para que el prospecto de reglas asuma proporciones de solemne tratado. Interroga también, se podría agregar. Pero no con la malicia de un fiscal obcecado sino con la rigurosa fantasía de un arqueólogo que enloqueció creyendo tener entre sus manos el método de métodos, la ciencia para emprender una descripción especulativa de su civilización.

No pasa seguido, pero a veces las teorías funcionan como bloques coherentes para nombrar lo que un artista hace. Sucede en este caso con la noción de dispositivo. El énfasis de lo lineal en la resolución formal de las piezas —las hojas de diario reducidas a sus márgenes después de completada la operación sustractiva y los libros amplificados por una trama de varillas— vuelve literal el concepto foucaultiano de dispositivo como red de líneas que hacen ver y hacen decir. El artesanado de la línea cumple también con otras tareas: en un caso, hace emerger el centimetraje como modo de existencia del espacio en los medios gráficos; en el otro, vuelve visible la dimensión teleológica y proliferante de una historia universal.

La obra que toma como núcleo el Esquema de la historia universal de H. G. Wells, especialmente eficaz, visita lenguajes del siglo XX en una conversación de mayor espesor durativo. No sólo por el calado temporal del manual, sino también por las representaciones en torno al problema de lo que es un libro que resultan convocadas. Se oye, en sordina, un viejo tema plebeyo: los libros cuya relación con el mundo se basa en un pacto de representación se dedican a mentir; las elites que los escriben nos engañan. Por ese motivo hay que destruirlos o bien, como haría el arte pedagógico de raíz estructuralista, desmontarlos y explicar cómo están hechos. Pero acá el foco no está en esa crítica, que sobreviene de manera residual, sino en una devoción por la literalidad que deshabitúa la relación con el lenguaje: un esquema —señala la obra de Macchi— es el dibujo formado por ciertas líneas y no una metáfora explotada con particular éxito por la industria editorial. Los recuerdos constructivistas de esta pieza asoman también con el rostro de un pasado aprehendido, que corre como un río subterráneo para inscribir los juegos de la obra en las contradanzas de múltiples duraciones históricas. Son, como la nostalgia por la floreciente cultura del libro enciclopédico que coloreó la Argentina de los años cuarenta y que titila también en este assemblage, los restos de una fantasía a la que se vuelve devotamente, con la inclinación afectiva del filólogo que otea en los dominios de su propia Antigüedad.

 

Jorge Macchi, Esquema, texto de Sol Echevarría, FAN, Buenos Aires, 20 de febrero – 26 de abril de 2025.

13 Mar, 2025
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