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El primer largometraje de Tomás Gómez Bustillo, Crónicas de una santa errante, fue bien recibido en Estados Unidos, país coproductor. Estrenado en el festival de cine indie South by Southwest y nominado como mejor ópera prima en los premios Independent Spirit, pareciera un producto pensado para ese público global, quizás por su revival de códigos del realismo mágico. Si bien no conjuga con ciertas tendencias actuales del cine argentino, aun así recuerda a películas como Breve historia del planeta verde (2019) de Santiago Loza o Cuando acecha la maldad de Demián Rugna (2023), no sólo por sus osadas decisiones, su fusión de surrealismo, absurdo, poesía y humor, sino sobre todo por reimaginar el ambiente rural argentino.
La película se divide en dos partes contrapuestas, separadas por un giro desopilante. La primera mitad narra con tono realista la historia de Rita (Mónica Villa), que vive en un pueblo de provincia junto a su marido Norberto (Horacio Marassi). Sus vidas son tan antagónicas como la estructura del filme. Mientras Norberto busca la magia en todo lo que lo rodea, ella lleva una existencia marcada por el hastío, siempre armada con algún paño con el que limpia obsesivamente la iglesia del pueblo. Allí pasa gran parte de sus días, junto a un grupo de vecinas devotas, en un ambiente sacro-pueblerino de canciones cristianas interpretadas burdamente y un cura “espiritualizado”. En este ambiente surgirá pronto un impulso mercantil y se tramará una “empresa”.
La protagonista encuentra una estatua perdida de santa Rita, y con la ayuda del cura —devenido en una especie de coach eclesiástico— deciden gestionar un milagro. “Esto es un milagro", se entusiasma el cura. "Será lo más importante que le pasó a este pueblo. Asegurate de que sea impactante”. Guiada por sus consejos espirituales-mercadotécnicos, Rita se aboca devotamente a la gestión del milagro, que supone la llevará a su propia canonización. Así rediseña su Instagram a imagen y semejanza del Instagram del cura y planea “hacer aparecer” flores blancas junto a la estatua. Durante el viaje para buscar esas flores por primera vez la vemos sonriente en su Renault 12. Pero se distrae poniendo música, volantea, cae al agua y, repentinamente, asistimos a un primer final y aparecen los créditos sobre la imagen del auto hundido. Sí: a los treinta y seis minutos, la película “realista” llega a su fin.
A partir de aquí comienza una experiencia totalmente distinta. Con la imagen de Rita observando su propio accidente arranca la segunda parte, o una nueva película más próxima al realismo mágico, con ecos de emblemáticos relatos latinoamericanos como Pedro Páramo (1955) de Juan Rulfo, cuyo protagonista muere hacia la mitad de la novela y sigue narrando hasta el final y formando parte de la acción de la novela. Esta decisión arriesgada y retro, la de insertarse cinematográficamente en una tradición literaria del siglo XX para un mercado global, nos lleva a preguntarnos por la razón de algunas insistencias del pasado en la contemporaneidad, en las representaciones de ciertos contextos latinoamericanos.
La errancia de Rita muerta, inmiscuida en el mundo de los vivos —que la inscribe en una rica tradición cinematográfica, desde comedias de Hollywood como El cielo puede esperar (1978, Warren Beatty y Buck Henry) hasta reelaboraciones posmodernas como Enter the Void (2009, Gaspar Noé)— da título al filme. En su nueva situación de voyeur descubre el lado B de su pueblo: la cotidianeidad de un lugar que antes no parecía observar. Pero también, un lado alucinado, absurdo y poético: diablitos que atraviesan las calles de tierra en moto, vecinos muertos que quedaron atrapados en el viento o en las luces de las lámparas.
En este reverso espiritual, Ángel (“einyel, en inglés”), un “pibe” del pueblo con aureolita iluminada pone música comercial en un parlante portátil para anunciarle a Rita que ha sido seleccionada para “ser miembro del prestigioso y exclusivo panteón de santos”, y le da a optar por el “combo express” o el “premium”, que Rita elige porque le permite deambular por el pueblo mientras espera su “ascenso”. A diferencia del género hollywoodense del “after life”, tanto en el relato realista, dominado por el hastío de una existencia sin sentido, como en el mundo mágico, dotado de humor, absurdo y poesía, se trata aquí de un viaje espiritual y errático teñido por cierta precariedad contemporánea y berreta del mercado. Con su vuelta retro al realismo mágico latinoamericano, Crónicas de una santa errante habla con ironía del presente.
Crónicas de una santa errante (Argentina/Estados Unidos, 2023), guion y dirección de Tomás Gómez Bustillo, 84 minutos.
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