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Si se le quitan los tiempos muertos a ¿Qué vemos cuando miramos al cielo? queda poco. El detalle a considerar, sin embargo, es que la película dura dos horas y media, la mayoría de ese metraje está ocupada por tiempos muertos, y esos tiempos muertos pueden contarse, sin duda alguna, entre los más sublimes momentos de cine de los últimos quince años. Esos momentos, esos lapsos en los que, aparentemente, “no pasa nada” en la pantalla son un tipo de belleza en peligro de extinción para esta época de entretenimiento audiovisual seriado para plataformas. ¿Qué hacer, entonces, con este extrañísimo objeto volador —por lo flotante y aéreo de su puesta en escena— no identificado?
En principio, la recomendación es relajarse y rendirse ante él. ¿Qué vemos…? es como una Cuando Harry conoció a Sally (1989) desarmada por la lógica de un mago sedado con melancolía y buen humor, que mueve objetos y personas cada vez más lentamente (como hacen los buenos ilusionistas) para ocultar la artimaña cada vez mejor. Alexandre Koberidze narra emociones pero hace de las paradojas su modo fundamental de presentación, lo que otorga a todos y cada uno de los lugares comunes del cine “romántico” que aborda una textura tan enigmática como desconcertante. Empuja insistentemente —pero con extrema delicadeza— una puerta vaivén que permite entrar y salir de otra dimensión de lo cotidiano donde lo importante nunca se muestra abiertamente, y los grandes gestos, las palabras fundamentales y las decisiones más importantes siempre aparecen o se insinúan en semisonrisas, en miradas suaves y tímidas, en detalles misteriosos del cuerpo y el paisaje.
Giorgi y Lisa parecen haberse quedado afuera de un casting hollywoodense para uno de esos pasatiempos adorables en los que un chico y una chica se conocen y se saben, desde el primer minuto, destinados a amarse para siempre. Se conocen, se pierden y se vuelven a encontrar, pero la circulación de su historia de amor no es terrenal sino cósmica y mantiene orgullosa la pretensión de trazar y deshacer sus recorridos de manera casi simultánea. Hay algo particularmente original en la fascinación de Koberidze por la reparación imaginaria (mediante la prolongación del plano y el montaje “dentro” de este, sin cortes) de esas zonas de la realidad que, por transparentes, soportan decenas, cientos, miles de posibles significados, lecturas, implicancias. Koberidze —se nota— ama a las personas y a los animales (sus personajes sonríen de un modo inolvidable, y por la forma en que filma a los perros se nota que los considera criaturas superiores), pero también se encariña con las cosas (una torta, unas flores, una pelota de fútbol nunca recuperada que flota a la deriva en un río que arremolina el pasado y el futuro), como abocado a construir una oda tranquila y silenciosa a los objetos más nobles con los que este mundo ha sido construido y, por qué no, a todos aquellos que hacen que todavía valga la pena vivir en él. Entonces se fascina tanto con dos amantes perturbados por un hechizo como con una pantalla gigante donde se proyecta (defectuosa e inolvidablemente) un mundial de fútbol, o una máquina de helados que parece funcionar sólo cuando ella quiere. En lo usual anida la fortuna, en lo distinto espera el placer, y lo real (la “realidad”) es siempre, apenas, un consuelo desde donde pensar lo posible. Por ahí pasa el cine de este notable realizador georgiano, que en cada fotograma de su película nos recuerda que el cine nunca fue otra cosa que la construcción de un punto de vista, una manera de llevar al espectador hasta un lugar al que no sepa cómo llegó y del que no quiera volver. Una forma de caer rendidos ante la emoción, sin terminar de entender muy bien el mecanismo que la mueve.
What Do We See When We Look at the Sky? (Georgia / Alemania, 2021), guion y dirección de Alexandre Koberidze, 150 minutos, disponible en MUBI.
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