Inicio » DISCUSIÓN » De padres e hijos. Notas demoradas a partir de Adolescencia

De padres e hijos. Notas demoradas a partir de Adolescencia

DISCUSIÓN

Vi la miniserie Adolescencia, como muchxs, hace algunas semanas, cuando empezó a estar disponible en Netflix. Como a muchxs, me resultó movilizante. Leí algunos comentarios, que me despertaron más preguntas. Pensé escribir algo; me tomó más tiempo del previsto, en parte por las obligaciones de siempre, también porque poner por escrito ciertas cosas genera incomodidad y resistencia. En un momento me pregunté si no se les había pasado el tiempo a estas notas. Ya nadie habla de la serie, ahora todxs estamos pendientes de El Eternauta, hasta que llegue la próxima novedad y nos marque la próxima agenda de discusión. Le planteé mis dudas a una amiga, ensayista y crítica a la que admiro, que me alentó a seguir, incluyendo al comienzo un breve comentario sobre el sentido de esta demora. ¿Cuál es el tiempo justo para una lectura crítica? A veces dar respuesta exige una deriva, un impasse, que no debería confundirse con falta de determinación. Es un ejercicio con el tiempo, la paciencia y la confianza. En cierto sentido, algo de eso era lo que trataba de pensar en lo que estaba escribiendo, sólo que a propósito de la paternidad, así que decidí hacerle caso.

 

Adolescencia se abre con la imagen de un padre y se cierra con la de otro. Ambos son padres de un adolescente varón, se encuentran sobrepasados por una situación que no saben cómo manejar y hacen lo mejor que pueden. Por supuesto, la magnitud del desafío que enfrentan uno y otro es inconmensurable. En la escena de apertura, el detective Bascombe debe lidiar con una situación cotidiana: su hijo le manda un mensaje diciéndole que no se siente bien, todo indica que es una excusa para no ir a la escuela; él le pasa el fardo a la madre para que lo resuelva y sigue con su trabajo: está a punto de comandar un allanamiento policial para detener a Jamie, un chico de trece años, firme sospechoso de haber asesinado a cuchilladas a una compañera. En la escena final, poco más de un año después, vemos al padre de Jamie (que sigue detenido, a la espera del juicio) llorando sin consuelo en la habitación vacía de su hijo. Más allá de las obvias diferencias, me llamó la atención la simetría. No digo que la paternidad sea “el tema” de la serie, y evidentemente me detuve en esas escenas porque me identifico con los personajes (tengo más o menos su edad, una hija adolescente y un hijo que dentro de unos años tendrá la edad de los suyos); en todo caso, la serie pone el vínculo padre/hijo, y la masculinidad, en un lugar central, y me interesó preguntarme por qué y cómo lo hace. Se trata de un tema clásico, recurrente hasta el estereotipo, que hoy causa cierto agotamiento, la sensación de “ya se habló mucho de eso, prestemos atención a otros sujetos, otras historias”. Es lógico que así sea. De la violencia simbólica del “señores padres” para referirse a madres, padres, tutores legales, etcétera, pasamos al “chat de mamis” o al “familias”, para nombrar colectivos donde, por suerte, cada vez participan, entre otros sujetos, más padres. Algo de ese hartazgo se deja leer, por ejemplo, en una nota de Tamara Tenenbaum, cuando señala que la serie se ocupa de ese universo de consumos de redes para hombres llamado manosphere (que propone traducir como “machósfera”) dentro del cual se encuentra el concepto de incel (célibe involuntario, algo así como nuestro “virgo”) y acota, irritada: “ahora que el mainstream lo ha descubierto nos va a quemar la cabeza en todos los noticieros 24/7 (como si no siguiera siendo más común que sencillamente te mate tu ex marido)”. Como si dijera: “ahora vienen con estas cosas raras, distracciones para desplazar el foco de lo verdaderamente importante”. Pero ¿hay que elegir, es una cosa o la otra? ¿La única actitud correcta entre quienes apoyan las luchas por la igualdad de género y el respeto de las diversidades y critican el patriarcado es no hablar de las problemáticas específicas que afectan hoy a hombres, padres, adolescentes varones? Me molesta la chicana fácil con que la autora remata la frase. Es cierto, las estadísticas son abrumadoras. La violencia asesina contra las mujeres, perpetrada por hombres, es terrible y hay que seguir desarrollando políticas para combatirla. A la vez, somos muchos los ex maridos (y padres, hermanos, hijos, adolescentes) que no somos “sencillamente” asesinos en potencia, esperando una excusa para pasar al acto. Y hay muchas formas en que la violencia de nuestras sociedades se ejerce contra los varones, en formas a veces no menos devastadoras. Un chico víctima de ciberbullying, en ocasiones hasta llegar al suicidio, no sufre menos porque sea “más común que sencillamente te mate tu ex marido”. Si alguien, desde un discurso de derecha, nos dijera que “lo más común” es que los sujetos con genitales masculinos se autoperciban “sencillamente” como hombres y se sientan atraídos por sujetos con genitales femeninos que se autoperciben mujeres, y viceversa, que esto es lo que sucede en la abrumadora mayoría de los casos, y que “ahora que el mainstream ha descubierto” las sexualidades no heteronormativas “nos van a quemar la cabeza en todos los noticieros 24/7” con eso, responderíamos, sin dudarlo, que los derechos de las disidencias sexuales no son menos importantes porque sean una minoría en términos estadísticos. Sin embargo, llevados —con cierta razón— por nuestra culpa histórica, no decimos nada cuando nos enfrentamos a la estigmatización generalizadora del colectivo hombres como “sujetos potencialmente violentos”, basado en el hecho de que, estadísticamente, es “más común que sencillamente te mate tu ex marido” a que suceda lo contrario. Nos parece una absoluta y obvia aberración, lógica y moral, cuando Milei declara, basándose en el caso de una pareja homosexual norteamericana condenada por abusar de sus hijos adoptivos, que los gays “son pedófilos”, pero no nos pareció igual de escandaloso que la entonces ministra del ahora borrado del mapa Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad, Elizabeth Gómez Alcorta, tuiteara, en marzo de 2022, después de una horrorosa violación cometida por un grupo de seis hombres jóvenes contra una mujer en el interior de un auto en Palermo a plena luz del día, “Es tu hermano, tu vecino, tu papá, tu hijo, tu amigo, tu compañero de trabajo”. Es cierto, todos los violadores son, además, hermanos, vecinos, padres, hijos, amigos, pero lo inverso no lo es, y teñir con un manto de culpa a todos los hombres, por el solo hecho de serlo, no parece justo ni tampoco estratégicamente eficaz en términos de construcción de una hegemonía política progresista.

Es en este punto que me interesó cómo aparecían en la serie los hombres, en particular Eddie, el padre de Jamie. Blanco, en sus cincuenta, working class, heterosexual, musculoso, corto de palabra, plomero, un sujeto masculino típico de la era industrial, hoy bastante obsoleto (aunque todavía los necesitemos para que construyan edificios, reparen las rutas, pinten los departamentos, destapen los inodoros…), ¿cómo podría no ser, en el fondo, un violento?  Es lo primero que pensamos cuando su hijo, de aspecto frágil, nervioso, enfermizo, es detenido. Es lo primero que piensa la policía, la perita psicóloga, los vecinos: el padre debe ser un abusador, un golpeador, un pedófilo, y esa violencia debe ser la matriz que engendró la del hijo. ¿De dónde viene, si no, esa agresividad contenida que irradia? Luego nos vamos dando cuenta de que es simplemente la desesperación de un padre cuando comprende que no puede salvar a su hijo. La serie muestra a estos hombres fuertes llenos de dudas al ejercer la función paterna, y al mismo tiempo intentando hacerlo. En el primer episodio, Jamie ha elegido a su padre como su “adulto responsable”, es quien lo acompañará en el procedimiento policial para garantizar que se cumplan sus derechos. Estamos en el instante previo al interrogatorio; “Estoy aterrado”, le confiesa Eddie al abogado, “No quiero equivocarme, por el bien de mi hijo”. Una ironía amarga sobrevuela la escena, porque ya lo intuimos: las pruebas son contundentes, nada de lo que haga el padre podría cambiar la situación procesal del hijo. Vemos a Eddie en ese mundo extraño, pidiéndole consejo al abogado, quien tiene con él un gesto de fraternidad conmovedor: simplemente le da aliento, de una manera bastante básica pero efectiva: “lo mejor que puede hacer es poner la cabeza en alto [‘to raise that chin up’: ‘levantar esa pera’], ser un buen padre y aguantársela [‘suck it up’: ‘tragarse esa’]”. Hay un tono trágico en la serie, que nos dice: las cosas no salen como pensamos, a veces salen terriblemente mal, incluso con las mejores intenciones, y más allá de que pueda ser sencillo establecer la responsabilidad penal (en este caso es muy simple desde el comienzo, un gran acierto narrativo), resulta mucho más complejo, o imposible, establecer con claridad de quién es “la culpa”. La serie se aleja de las respuestas fáciles. Sus grandes actuaciones nos ponen ante la misma ambivalencia, el desafío de “sostener en la mente dos ideas opuestas a la vez sin que haya merma de funcionamiento”, eso que para Francis Scott Fitzgerald era “la prueba de una inteligencia de primer orden”. Esto se ve en el diálogo final entre la madre y el padre de Jamie, que parece una ilustración de la tesis de Fitzgerald, cuando entre ambos van estableciendo una serie de ideas sencillas, evidentes, y al mismo tiempo tan difíciles de conciliar: “Soy una buena madre. Eres un buen padre. No es nuestra culpa. Pero lo criamos nosotros”.

Encuentro en varios comentarios una incomodidad ante esta actitud, característica del mejor realismo, de mostrar la complejidad de las cosas, su opacidad. En la nota mencionada, Tamara Tenenbaum caracteriza la serie como “complaciente”, porque no recarga la demanda de responsabilidad en los adultos. Si pasa algo malo, si hay violencia, alguien tiene que tener la culpa. Es una idea que insiste, en sus vertientes conservadoras y progresistas. En las conservadoras, se cargan las tintas en los adultos, se exige más compromiso y dedicación. Es también la posición de Mariano Narodowski en una nota publicada en Cenital, en la que se pregunta con ironía por el título de la serie, dado que casi no muestra la vida de los adolescentes, y concluye que, en realidad, el título refiere a los adultos: “Esos son los verdaderos protagonistas de Adolescencia: los (no) adultos desconcertados, desbordados, que buscan manuales de instrucciones para una tormenta que está sucediendo y que no entienden ni hacen el esfuerzo de entender. Adultos que no construyen asimetría, no intervienen, no dicen que no. Pero lloran”. Me impresiona un poco el tono superyoico de superioridad moral de Tenenbaum y Narodowski.

Desde una perspectiva política progresista, el eje no se pone en la responsabilidad individual, sino en la necesidad de desarrollar mejores políticas públicas, a través de instituciones estatales como la escuela secundaria. Es lo que dice la ex legisladora de Ciudad Autónoma de Buenos Aires Ofelia Fernández en su columna dedicada a la serie en un streaming del canal Gelatina, en conversación con Pedro Rosemblat. Para ella, el capítulo más dramático es el segundo, el que se enfoca en la escuela de Jamie y su víctima, ya que es donde se ve más claramente que “hay algo que está roto”, una expresión que se repite en su comentario y con la que ella se refiere a la situación actual, a la brecha digital entre generaciones, a la crisis de los Estados nacionales, al avance de las nuevas derechas y los discursos de odio. El colegio que se nos muestra en Adolescencia sería una escuela hecha trizas, estallada, no por lo que acaba de pasar, sino porque ya lo estaba. Confieso que a mí no me pareció tan tremenda (de hecho, me hizo recordar bastante a mi secundaria, como les pasa a lxs dos policías que la visitan). Mientras escuchaba a Ofelia Fernández, pensaba que “hay algo que está roto” sería también una buena definición general de la condición humana, o de eso que Freud llamó “el malestar en la cultura”. Quiero decir, hay algo que está roto, que es del orden de lo irremediable y que define la relación fallida de los sujetos entre sí y consigo mismos. Por derecha, se responsabiliza a padres y madres. Por izquierda, al Estado. Y es cierto, tanto el Estado como las personas podrían hacerlo mejor. A la vez, las cosas suceden. El arte nos muestra esa opacidad. Para quienes quieren creer que siempre, en toda situación, debería haber una solución, resulta incómodo: de pronto algo se quiebra, no lo vimos venir ni pudimos tomar los recaudos. Reconocer esa falla estructural no es complaciente, es el comienzo de una actitud adulta, menos ingenua, desde donde empezar a construir, con modestia, políticas que permitan ir cambiando las cosas.

22 May, 2025
  • 0

    De no creer. Una conversación sobre El ensayo

    Jorge Carrión / Graciela Speranza
    5 Jun

    Aunque el comediante canadiense Nathan Fielder aterrizó en la televisión como guionista de un programa de caza de talentos, Canadian Idol (versión vernácula de American Idol), levantó...

  • 0

    Cómo vivimos 5. Los autos

    Nicolás Scheines
    22 May

    Leas donde leas este texto, estás rodeado/a de autos. Si estás en una computadora, asomate por la ventana y seguro los vas a ver ahí, ruidosos, humeantes...

  • 0

    Retrato y repetición. Sobre Tríptico de Mondongo de Mariano Llinás

    Manuel Quaranta
    15 May

    A Jean-Luc Godard le encargaron una película con motivo del 500° aniversario de Lausana (Suiza). El director, siempre dispuesto a hacer lo que nadie espera, inventó un...

  • Send this to friend