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El Estado Islámico, made in USA

DISCUSIÓN

El empeoramiento de la situación en Medio Oriente a partir de la intensificación de la guerra civil siria y el avance aparentemente imparable de la organización Estado Islámico —también conocida como ISIS, según sus siglas en inglés— asombra al mundo no sólo por la brutalidad imaginativa de sus métodos de “propaganda por las armas”, sino particularmente por su resiliencia, control territorial y capacidad de combate.

Medios internacionales y analistas se preguntan cómo han llegado a controlar importantes ciudades y vastas porciones de Siria e Irak, cómo se financian, de dónde obtienen el flujo de armas y municiones y cómo rehacen sus filas y sus sistemas de mando y control a pesar de los permanentes bombardeos occidentales y de enfrentar simultáneamente a los ejércitos de los gobiernos de Siria e Irak y a experimentadas milicias como Hezbolá, que acudió en apoyo de su aliado, el gobierno sirio.

Hace algunas semanas, la desclasificación de un documento de inteligencia clave producido por la Agencia de Inteligencia de Defensa de Estados Unidos (Defense Intelligence Agency, DIA) provocó una conmoción en círculos especializados en política internacional y sitios de información alternativa. No se trata de teorías conspirativas sino de análisis de inteligencia descarnados y profesionales, que no están escritos para hacerse públicos sino para proporcionar a quienes los leerán y deberán tomar decisiones políticas y militares (tales como ocultar esta información y sus consecuencias) un cuadro de situación lo más preciso posible.

No obstante el enorme peso específico de las inferencias y evidencias que se derivan del documento, el hecho fue significativamente ignorado por los grandes medios estadounidenses (y también por los argentinos): para considerar sólo los más importantes de entre los medios gráficos, ni The New York Times ni The Washington Post le dedicaron titular alguno, aunque este último toleró su inclusión en un blog albergado en su sitio.

El motivo de este blackout informativo es político: el documento que expone el carácter deliberado de las políticas que derivaron en la expansión del Estado Islámico fue obtenido por Judicial Watch, una organización no gubernamental conservadora —que se suele asociar al Partido Republicano—, a través de la Ley de Libertad de Información (Freedom of Information Act, FOIA), que obliga a los organismos gubernamentales a desclasificar información confidencial transcurrido cierto tiempo. Si bien Judicial Watch ha sacado a la luz en el pasado numerosos documentos secretos gracias a la FOIA, de los que sí se ocupó la prensa, en este caso la revelación podría interpretarse como un intento de dañar la precandidatura presidencial de Hillary Clinton por el Partido Demócrata. Y como una incomodidad —que bien podría ahorrarse— para el aparato permanente (y bipartidario) de seguridad nacional.

La importancia de este material clasificado reside precisamente en que permite responder de manera plausible a los interrogantes reseñados más arriba y confirmar lo que varios indicios permitían suponer desde hace al menos tres años: que la expansión y consolidación del Estado Islámico es una consecuencia directa, si no premeditada, de la estrategia de Estados Unidos y sus aliados europeos para tratar de cambiar a su favor la dirección de la denominada “Primavera Árabe”, derribando al gobierno de Bashar al Asad en Siria y reduciendo la influencia de Irán en la región.

El documento demuestra, más allá de toda duda, que Washington supo muy tempranamente cuáles serían los costos y derivaciones de esas políticas: el avivamiento de una guerra sectaria entre sunitas y chiitas, y la formación de un sustrato favorable a Al Qaeda y sus epígonos, que permitiría que se cumpliera el objetivo inicial de Osama bin Laden: la creación de un califato islámico.

Un breve repaso de las estrategias geopolíticas implícitas y de sus causas derivadas que llevaron a esta situación permitirá entender mejor los desarrollos actuales y la trama subyacente que expone la información secreta dada a conocer.

Al invadir y ocupar Irak en 2003, Washington reemplazó el estado sunita de Saddam Hussein por uno chiita, entronizando un gobierno de ese signo, lo que fomentó la influencia de Irán, eminentemente chiita, en la política interna iraquí. Este desplazamiento enardeció, además, a los principales grupos de la insurgencia iraquí que combatieron contra las fuerzas angloestadounidenses en Irak, constituidos por ex integrantes del ejército de Saddam Hussein, mayoritariamente sunitas, así como por grupos tribales de la misma rama del islam, lo que les costó a los invasores, entre 2003 y 2012, casi cinco mil muertos y decenas de miles de heridos graves.

Las revueltas árabes de 2011 sorprendieron a Estados Unidos al derribar a gobiernos dictatoriales aliados de la Casa Blanca, particularmente en Túnez y Egipto. En Libia, Washington condujo a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) a implementar un modelo de intervención remozado para retomar el control de la situación, derrocar a Muamar Gadafi y asegurar el acceso a las reservas petroleras libias, las mayores de África.

La decisión política de esta intervención se atribuye tanto al presidente Barack Obama como a la entonces secretaria de Estado, Hillary Clinton, secundados principalmente por los gobiernos de Reino Unido, Francia e Italia, y constó de varias fases, desplegadas en rápida sucesión a partir de febrero de 2011. En un primer momento, se alentó el descontento popular real que existía con el gobierno autocrático pero secular de Gadafi, promoviendo a la oposición política y a una serie heterogénea de grupos dispuestos a tomar las armas.

Esta oposición y sus múltiples brazos armados, que los medios occidentales englobaban bajo la cómoda etiqueta generalista de “rebeldes” y que tenían como única agenda común derrocar a Gadafi, eran un conglomerado que incluía a ex funcionarios del gobierno libio, nacionalistas árabes, islamistas radicales, socialistas y empresarios. Sus milicias estaban integradas por ex militares del ejército libio, mercenarios, bandas de delincuentes y también notorios grupos salafistas vinculados a Al Qaeda.

En una segunda etapa, se decretó una zona de exclusión aérea sobre el territorio libio y se tramitó el permiso de bombardeos humanitarios y destrucción que otorga la Organización de las Naciones Unidas. Tras seis meses, miles de misiones de ataque diarias de los aviones de la alianza atlántica y casi tantos muertos civiles como los provocados por Gadafi entre sus opositores, se logró la neutralización de las fuerzas regulares libias y el reconocimiento por Naciones Unidas, en septiembre de 2011, de un autoproclamado “gobierno provisional”, el Consejo Nacional de Transición, con sede en Bengasi.

Un mes después, el 20 de octubre de 2011, Muamar Gadafi fue capturado y ejecutado sumariamente, para júbilo de Hillary Clinton, quien en una entrevista con la cadena CBS actualizó con displicencia imperial la frase atribuida a Julio César: “Fuimos, vimos, él murió”.

La estrategia empleada en Libia por el tándem Obama-Clinton consistió, básicamente, en una actualización de lo que se conoce como la “doctrina Rumsfeld”, que permite minimizar bajas estadounidenses e incluye tres elementos: bombardeos masivos contra los sistemas de defensa y la infraestructura del país, intervención en el terreno limitada a fuerzas especiales y tercerización de la invasión terrestre a cargo de tropas locales, papel que desempeñaron en el caso libio las milicias al servicio de los opositores con base en Bengasi.

En Siria, donde se sumaron a las operaciones de la OTAN Turquía y las principales monarquías petroleras del Golfo, todas eminentemente sunitas, no fue posible aplicar de manera estricta este modelo de intervención. La Siria de Bashar al Asad contaba con apoyos mucho más poderosos que los que tenía Gadafi: Irán, pero sobre todo China y Rusia. Estos dos países, con derecho a veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, bloquearon las iniciativas estadounidenses para establecer una zona de exclusión aérea sobre Siria y los consecuentes bombardeos por razones humanitarias. Por ese motivo, la estrategia debió concentrarse casi únicamente en la fase de proxy war, mediante fuerzas terrestres tercerizadas, con armas, logística e inteligencia occidentales. Para ello, y con apoyo de Arabia Saudita y Qatar, la CIA habría coordinado el traslado de mercenarios libios y de parte del nutrido arsenal acumulado por Gadafi a territorio sirio desde Bengasi, así como el entrenamiento de combatientes en Turquía, muchos de los cuales eran salafistas llegados desde todo el mundo árabe, incluyendo a la organización Al Qaeda en Irak, comandada por Abu Bakr al Baghdadi, que luego se convertiría en el ISIS o Estado Islámico.

El 11 de septiembre de 2012, aniversario de otro 11 de septiembre, las milicias libias le dieron a Estados Unidos una señal de que estaban, literalmente, jugando con fuego: asaltaron e incendiaron el consulado estadounidense en Bengasi y asesinaron al embajador Christopher Stevens, a otro diplomático y a dos contratistas de la CIA. Un episodio del que se responsabiliza a Hillary Clinton, dado que otro documento desclasificado indica que el Departamento de Estado tuvo señales claras de la operación salafista en curso contra el consulado al menos diez días antes del ataque, pese a lo cual no tomó las previsiones del caso para proteger las instalaciones y al personal diplomático. Este tema seguramente volverá a ocupar un lugar destacado en los debates de la campaña presidencial estadounidense, que comenzará en seis meses. Se cree que Stevens era, precisamente, el encargado de supervisar junto con la CIA los embarques de armas para la insurgencia siria desde Libia.

El memo desclasificado por Judicial Watch se originó en la Agencia de Inteligencia de Defensa, que depende del Departamento de Defensa y es la principal agencia de inteligencia militar de Estados Unidos. El informe es de agosto de 2012 y sus destinatarios fueron, además de Obama, la CIA, el Departamento de Seguridad Interior, el Departamento de Estado, el FBI, el Comando de Operaciones Especiales, el Estado Mayor Conjunto, el Comando de Transporte y el Comando Central de Estados Unidos.

Allí se reconoce sin eufemismos que “los salafistas, la Hermandad Musulmana y Al Qaeda en Irak son las fuerzas principales que llevan adelante la insurgencia en Siria”, y que cuentan con el apoyo de “Occidente, los países del Golfo y Turquía, en tanto Rusia, China e Irán apoyan al régimen”.

Luego de describir que Al Qaeda en Irak, es decir, la base de lo que se transformaría en el Estado Islámico, tiene bolsones y bases importantes a ambos lados de la frontera para facilitar el flujo de material y reclutamiento, el documento se extiende sobre lo que se denomina “las hipótesis futuras de la crisis”. La primera es que el régimen de Bashar al Asad sobrevivirá y mantendrá el control sobre el territorio sirio. En segundo término se informa que las milicias salafistas pretenden hacerse fuertes en el este de Siria, con el apoyo de los países occidentales, los estados del Golfo y Turquía, y que esto podría “ayudar a preparar lugares seguros similares a los que se produjeron en Libia cuando Bengasi fue elegida como comando central de un gobierno temporario”.

Lo más inquietante, sin embargo, es el siguiente párrafo: “Si la situación se desmorona, existe la posibilidad de que se establezca, de manera declarada o de facto, un principado salafista en el este de Siria, y eso es exactamente lo que los poderes que apoyan a la oposición desean, con el objetivo de aislar al régimen sirio, que es considerado parte de la expansión profunda chiita (Irak e Irán)”.

En tanto, sobre Irak el documento señala la probabilidad de que Al Qaeda recupere “sus antiguos bolsones en Mosul y Ramadi”, unificando la yihad entre los sunitas de Irak y Siria.

“El ISIS —dice el análisis de inteligencia— podría también declarar un Estado islámico mediante su unión con otras organizaciones terroristas en Irak y Siria, lo que creará un grave riesgo con respecto a unificar Irak y proteger su territorio”.

Esto se escribió en 2012. Tres años después, las previsiones del documento se verificaron ampliamente: Asad resiste, el Estado Islámico controla un enorme territorio, logró recientemente tomar dos importantes ciudades en la misma semana —Palmira en Siria y Ramadi en Irak— y continúa su expansión. Estados Unidos sabía, colaboró para fortalecer a los salafistas y permitió que ocurriera.

2 Jul, 2015
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