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El limbo de los muertos, antes y después de Trump. Sobre “Lincoln en el Bardo”, de George Saunders

DISCUSIÓN

Generalmente, la frase “no se puede enseñar nuevos trucos a un perro viejo” es por demás aplicable en el reino de la literatura. Una vez que un escritor ha encontrado algo que le funciona bien (o, mejor dicho, una vez que ese “algo” lo ha encontrado a ella o a él, dado que la mayoría parece no tener idea de los temas o preocupaciones que recurren en su trabajo hasta que alguien se los señala, y aun así a muchos les cuesta aceptarlo) no se desvía mucho de este camino. Los intentos de frustrar expectativas en este sentido suelen fracasar; uno es lo que es, ¿por qué negarlo? Está bien que sea así: una de las virtudes de la literatura es su capacidad de revelar profundidades insospechadas en los lugares más comunes; un aleph o zahir, por citar a un repetidor serial pero no por eso menos magistral.

El estadounidense George Saunders parecía ser un caso ejemplar. Sus colecciones de cuentos —Guerracivilandia en ruinas (1996), Pastoralia (2000) y Diez de diciembre (2013)— son libros extraordinarios que le ganaron varios premios, un prestigio insólito y, todavía más raro para un cuentista, ventas saludables, pero sería difícil defenderlos de la acusación de que efectivamente van repitiendo las mismas cuatro tramas. Se pueden resumir así: está la aventura en el parque de diversiones satírico en que un pobre trabajador tiene que lidiar con condiciones de trabajo rarísimas (como troglodita, soldado viejo o lo que sea); un episodio en el que a un personaje de pocas luces, resentido y de cero encanto, se le presenta la oportunidad de ser un héroe poco probable; la familia de clase media con aspiraciones a más que busca cumplir sus sueños con algún invento/personaje fantástico o de ciencia ficción; o un escenario más de ciencia ficción/fantasía “pura” en el que el invento/personaje causa problemas, generalmente para algún pobre trabajador que no tiene idea de qué hacer con él.

Saunders tranquilamente podría haber seguido escribiendo estos cuentos ad infinitum; no creo que nadie se hubiese quejado. En vez de eso, decidió desafiarse a sí mismo con algo bastante distinto: la heterodoxa novela histórica que resultó ser Lincoln en el Bardo.

Antes de tratar la novela en sí, podría ser interesante explorar el contexto en que fue escrita. Otro elemento recurrente en la escritura de Saunders es que los protagonistas suelen ser de clase trabajadora o media baja, blancos y resentidos. Una de las virtudes notables de sus cuentos es la empatía que suele mostrar con estos personajes maltratados por el sistema capitalista, pero todavía aferrados a un sueño americano cada vez menos realista. Saunders, evitando la cursilería, hasta les ofrece una oportunidad de redención (a los ojos del lector, ellos mismos no son conscientes de que necesitan un rescate). Sin saberlo, escribe sobre los votantes de Trump. Durante la campaña presidencial escribió varias notas sobre sus intentos de entender lo que a esas alturas debía parecerle un ejército de sus propias creaciones, buscando la chispa de moralidad y tolerancia que siempre les había asignado. Cuando uno lee esas crónicas desgarradoras, sospecha que Saunders tuvo que recibir el triunfo de Trump como una traición monumental.

Dadas esas circunstancias, aunque habrá sido concebido y escrito anteriormente, es difícil no ver Lincoln en el Bardo como, por lo menos en parte, una respuesta a esa traición. Ambientada en febrero de 1862, durante la Guerra Civil de Estados Unidos, la novela cuenta la enfermedad y muerte del hijo de Abraham Lincoln y la reacción extraordinaria del presidente: ir a visitar el cadáver, solo, en la cripta, varias veces. Los datos históricos son bastante ciertos; pero como esto es una historia de Saunders, el comportamiento raro del icono político está observado por una seguidilla de fantasmas que viven en el cementerio. Negando su estado, ellos se resisten a dar el próximo paso hacia la muerte y ahora, esperanzados por el hecho de que uno de los vivientes está por fin prestándoles atención, aconsejan al niño recién llegado quedarse con ellos en vez de seguir a los ángeles/demonios que vienen periódicamente a llevarlos quién sabe adónde (el “Bardo” del título refiere al estado de limbo descrito en el Libro tibetano de los muertos, el Bardo thodol).

Por divertida que sea la premisa —las descripciones y los escenarios rebosan de la imaginación y el sentido del humor con que nos han familiarizado los cuentos de Saunders; de hecho, hay también una repetición de unos de sus conceptos más tempranos—, de hecho es una excusa para hacer dos cosas: primero, jugar y experimentar con el lenguaje. Saunders siempre ha sido un maestro del habla cotidiana, agudo recolector de las bellezas y absurdidades de todo tipo de comunicación: desde las declaraciones corporativas hasta los diálogos callejeros, desde la alta literatura hasta los cómics. Aquí introduce fragmentos de verdaderas crónicas, cartas, historias y memorias del período para narrar la muerte de pequeño Willie. En combinación con el habla de los fantasmas de distintas épocas y clases de la historia de su país, producen una cornucopia delirante de lenguaje alto y bajo, familiar y anacrónico. Me habría gustado decir algo sobre la traducción de Javier Calvo Perales, que habrá presentado unos desafíos muy interesantes, pero más de un año después de su fecha de publicación Seix Barral no se ha animado todavía a traerla a estos pagos (hay una nueva edición de bolsillo; tal vez ahora que no pesa tanto…).

El otro gran tema del libro es nada menos que la historia de Estados Unidos. Porque ¿qué mejor que un cementerio para hacer la radiografía de una nación? Así surgen las distintas capas y etapas de la evolución del experimento democrático con todos sus logros y contradicciones, sus principios y agachadas políticas, y sus noblezas y canalladas, sueños de libertad y pesadillas de esclavitud, exaltaciones y mortandades de la guerra, tolerancias y prejuicios, etc. Para ser un libro no excesivamente largo (440 páginas), cubre bastante territorio. Pero en el fondo siempre está la sombra de un hombre alto y flaco llorando por la promesa frustrada de su hijo. Es de esperar que el duelo no dure demasiado tiempo.

 

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