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MÚSICA

No es el chirrido de un gozne, no el cucúm de un corazón, no una laminadora de acero, ni el zumbido de una abeja ni una excavadora ni un grifo que gotea. ¿Eh, eso qué es? Bueno, como los practicantes más extremados de una estética con un siglo de edad pero sin definición única, el dúo Ruido de la Plata hace ruido o lo produce. Ruido sin narración adjunta, de ese que, escuchado en reproducción, no trae a la mente la actitud de un ejecutante. Ruido arrítmico, inarmónico, que sólo conduce a sí mismo. No es común —aun cuando hoy, bajo el rótulo de noise, el género condimenta de fiereza a muchos otros más codescendientes—, y requiere un pensamiento ético en realimentación con la práctica. La vindicación de la antipureza sonora se remonta al futurismo, a la orquesta del ruido de Giovanni Russolo (1917), a Edgar Varèse, tras varias peripecias impregna al free jazz y a Jimi Hendrix, y lógicamente a la electrónica, alternativa a ramas como el dance o el ambient. El ruidismo promueve los decibeles sísmicos. Pero uno de sus practicantes más temerarios, el polaco Zbigniew Karkowski (1958-2013) —hay testimonios de que sus ondas sinusoidales llegaron a arrancar jirones de cielorraso— también era un pensador contemplativo: “Parece que todo en el universo, plantas, árboles, minerales, animales y hasta nuestros cuerpos se forman en resonancia con frecuencias muy específicas de la naturaleza… Mi meta es expandir la música hasta que no haya nada más que música”. Un modo ya frecuente de ampliar el campo es combinar el ruido electrónico y electroacústico con la improvisación libre. Es lo que hace el dúo RDLP. Francisco Ali-Brouchoud, músico y artista visual entre otras cosas, ha impulsado desde 1981 una docena de aventuras intermediales, bandas excéntricas e invenciones conceptuales; está curtido en muchas músicas, del rock al raga, pero la amistad y la enseñanza de Karkowski lo inclinaron al ruido de gran volumen; en Calibán toca distintos sintetizadores analógicos y generadores de efectos adicionales. Sam Nacht, instrumentista múltiple, estudioso de la electroacústica, especialista en grabación y mezcla, en RLP toca un saxo tenor con efectos varios (micrófonos de contacto, delay, ring modulator, equalizer, loop, etc.), que procesan y transforman el sonido natural del instrumento, que también aparece por momentos. El dúo busca que la música surja de una improvisación sin pauta previa, en base a una escucha mutua atenta y la huida del significado y la intención, una tarea no del todo posible porque el significado vive en la memoria auditiva, sus codificaciones, los impactos fisiológicos de las vibraciones y aun en procedimientos acuñados en los reflejos del improvisador. Sin embargo, RLP consigue que los timbres se fusionen y uno no logre distinguir bien de dónde provienen. No bien puse Calibán, mi cerebro se defendió con un chorro de comodines —drone, oscilación, espiral, scratch, saturado—, pero la música lo apagó y pronto entré en una concentración inusual. Poco a poco, las imágenes que procuraba asociar con los ruidos (oleajes, cortafierros, grillos) se desvanecieron en una incómoda impotencia figurativa. Al fin todo se resolvió en un espacio abstracto donde sólo existían las metamorfosis y alianzas de los sonidos; exonerado de traducir, fui a la vez oreja-y-sonido enfrascado en ese lugar inescrutable, el lugar de la imaginación de los músicos, y ahí reinaba una gran templanza. Confirmé que en cada uno de los mejores músicos de ruido los resultados son muy distintos, pero todos nos dispensan por un buen rato del peso del sentido. “Donde termina el lenguaje empieza la música”, decía Karkowski. Sin embargo el lenguaje es resistente. Calibán, claro, es el personaje de La tempestad al que Shakespeare hace decir a dos de los náufragos: “No teman, la isla está llena de rumores, / ruidos y aires dulces que deleitan y no hieren. / A veces oigo vibrar mil cuerdas en un rasguido… / A veces voces, que aun si despertara / de un largo sueño me harían dormir de nuevo”. Para los supuestos civilizados, Calibán es un salvaje. Como título de este CD, un reconocimiento desde una música que infunde vivencias sin nombre y divagaciones de otra esfera.

 

Ruido de la Plata, Calibán, edición propia, 2019.

11 Jul, 2019
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