OP Traducciones 10. De viva voz. El fin de los críticos

Cualquier chiste es una trompada maquillada, una transgresión que viaja por las vías legales que habilitan la condensación y el desplazamiento. Y viceversa: toda transgresión, por más premeditada, solemne o trágica que se presente, si se la mira con ganas o de reojo, suele revelar el contorno de un chiste. Esto sucede con las últimas pinturas de Aníbal Buede exhibidas en el Museo Genaro Pérez de Córdoba: algunxs dijeron que “es uno más de sus numeritos”, mientras otrxs afirmaron que es “posiblemente el último gran gesto de Aníbal” (citas textuales recogidas de la noche). Las aguas están partidas.
Se ha dicho que Buede es un artista sin obra, pero tal definición es vaga por inespecífica: ya que lxs artistas de provincia generalmente no tenemos obra, cuando la más radical desmaterialización se funda en la pobreza. También se ha dicho que su obra es usurpar el pequeño interregno en disputa de lxs curadorxs y —como consecuencia, casi por defecto— apropiarse de la obra de otrxs artistas. Una tercerización no del trabajo material, sino del espíritu poético.
Históricamente existen sectores curados y sectores curadores. Oscar Bony lo pone en estos términos: víctimas y verdugos. Se presume usualmente que la apropiación artística busca revertir esa relación de disparidad y se la compara, por ejemplo, con el saqueo de templos o la piratería. Según esa voluntad emancipatoria actuaría Buede al apropiarse de la curaduría como gesto artístico, corroyendo aquella autoridad. (Pensemos que parte de su generación veía en la curaduría una mutación de la crítica, a la que muchxs artistas consideraban una sentencia caprichosa y déspota). Pero para explicitar su operación de apropiación, él arrastra los vicios más caricaturescos del curador, encarnando el rol del victimario ante lxs artistas que buscan en la curaduría su enmienda. Esto se ve —por ejemplo— en sus muestras: Ninguna prolijidad pero también ninguna prisa (2014) o Recuperación y derrumbe (2017), y otras en que somete a lxs artistas a una jerarquía piramidal.
Contrario al uso que hoy le damos, el acto de apropiación refiere originalmente a traspasar una cosa del ámbito público (o al menos ajeno) hacia el propio dominio privado. De hecho, mediante la apropiación se instauró —justamente— la propiedad privada cuando el primer pícaro cercó una porción de territorio. Y ese aspecto está en Buede y Belkys Scolamieri cuando arrebataron a la Municipalidad de Córdoba su bulín: la casa 13, privatizando un pedazo de dominio público bajo la contradictoria consigna de “los frutos son de todos y la tierra de nadie”, para luego repartir al arte el botín de guerra.
Pero hoy Buede invierte estos dichos sobre sí mismo y se repliega en la pintura. Acá es tanto artista como curador y por ello deviene verdugo de su propia miseria. La muestra Pinturas en el Museo Genaro Pérez consta de diez obras distribuidas en el primer piso, casi una por sala. No hay curadorx, ni texto, más bien, no hay paratextos. Incluso el cartel en la fachada del hermoso palacete es una pintura más. Si antes el Buede artista (digamos, productor manual) permanecía escondido detrás de los actos de tercerización del curador relacional, acá la factura de la pintura rebalsa fuera de sus bordes y de sus funciones.
La gestión del museo es desoladora, pero Buede subraya esa especie de orfandad acéfala para revertirla y capitalizarla: prescinde de paratextos y comunicación institucional, hace su flyer, distancia las obras al máximo para vaciar las salas, lanza el título a secas: Pinturas. Deja todo tal y como está: las alarmas de movimiento, los cordones de seguridad, el techo derruido.
Las imágenes parecen desempolvadas directamente de una cápsula de tiempo sepultada en los ochenta. El propio artista dijo que algunas fueron tomadas de dibujos de Neyib —su hijo menor— y que su acto de pintar es como “un reencuentro con el pibe que fue”, elogiando la materia y regodeándose en el oficio. Lo que resulta sorprendente, pero parece intencionalmente sorprendente. Tal giro de ciento ochenta grados supondría un Buede otro, reconciliado, cegado por su enamoramiento con el objeto que desde siempre buscó ultrajar con saña: la obra de arte. Bajo este esquema, sospechamos que la pintura sería una excusa o una herramienta para infiltrarse en las tropas de un arte ingenuo —objetual, narrativo y plástico— tan pregonado en los últimos años del arte nacional. Pero acá surge la pregunta: ¿se puede ser realmente ingenuo tras décadas de cimentar las bases del cinismo?
El ingenuo se define en parte por la comunión con la materia que trabaja y la dificultad de tomar distancia más allá de su fascinación. El cínico se define no sólo por el chiste mordaz, sino también por el conocimiento y uso de los mecanismos del campo en que se mueve. En la inauguración de Pinturas no hubo coleccionistas ni autoridades importantes, pero tampoco asistieron quienes hoy dirigen Casa 13. Buede dice estar reconvertido, haber recuperado la ingenuidad juvenil al curarse a sí mismo.
Ya mencioné que las pinturas están como desposeídas, liberadas de cualquier paratexto institucional, pero a su vez, para ingresarlas al museo, Buede hace una concesión insoslayable: incorpora el marco. El texto de sala es el parergon del arte contemporáneo, que recorta y dirige nuestra atención en las muestras, después de la disolución de los límites de la obra. Al prescindir de texto, Buede acude al marco en busca de otro límite, pero a la vez añade el vidrio. Pareciera un capricho sonso, contraintuitivo, ya que el vidrio no sólo es una pacatería residual, sino que también multiplica el peso de las obras y acelera el deterioro de la pintura. Pero acá es un gesto decisivo: su flyer —único paratexto en su propia curaduría— es la foto de su cuerpo reflejado en una de las pinturas por efecto del vidrio.
La confrontación al objeto en Buede devino en la apropiación de la obra de otrxs, en la incorporación de otrxs a su obra: muchas manos, tiempo, trabajo y cabeza puestas en empresas más o menos irritantes, más o menos dichosas. Siempre desafiantes. En Pinturas el vidrio incorpora la imagen de lxs otrxs que se funden en las obras, ese caudal de otrxs reunidxs por el tiempo y las historias. Buede opera según la lógica del mito: vierte historias en sus objetos, de modo que su circulación amplifique y redoble la circulación de las historias.
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