Otra Parte es un buscador de sorpresas de la cultura
más fiable que Google, Instagram, Youtube, Twitter o Spotify.
Lleva veinte años haciendo crítica, no quiere venderte nada y es gratis.
Apoyanos.
Una unidad de medida posible para la melancolía se sostiene en ese axioma desesperado según el cual el mundo tiene, siempre, el diámetro del sufrimiento que padecemos. En Moby Dick, Ishmael afirmaba que su alma era “un noviembre lluvioso y chorreante”, confiando al instinto de ultramar la cura de ese “sentimiento oceánico” que Romain Rolland, en su correspondencia con Freud, definió como “un más acá del sentimiento religioso”. Ese extrañamiento sería la sensación de habitar un espacio eterno, de “fulgurancia y reposo”, que el neurólogo austríaco llevaría a zonas de extrema significación en El malestar en la cultura (1929), aunque sin citar la fuente.
Si esa melancolía se consolida en un dolor psíquico, el primer riesgo es el de una transacción desesperada en la que el sufrimiento se deja vencer por la rumia, el tipo de reacción afectiva sin contención que, en 1912, Max Scheler ya había definido como “una emoción triste” que limita con la envidia, los celos, el desprecio y, finalmente, el deseo de venganza. En El hombre del resentimiento, Scheler trataba de esclarecer ese margen de tensión donde la “exasperación oscura y gruñona”, independiente de la actividad del “yo”, se dejaba arrastrar lenta pero inexorablemente hacia el odio y la animosidad; cierta hostilidad muy precisa que la palabra alemana “Groll” define como una energía nociva que sustituye por completo a la vital: el rencor.
Ese autoenvenenamiento que supone el resentimiento deforma las escalas de valores y afecta la facultad del juicio. Les da al mundo y a las relaciones sociales una textura enfermiza, reorganizando sus tramas y estructuras hasta volverlas sistemas pervertidos de adoración. Hasta que el sentimiento de venganza que crece en el resentido se desplaza y encuentra un objeto —una presa de desquite—, la rumia lo lleva a adaptarse al “goce de lo peor”. En el resentido ha estallado la voluntad de curarse, y sólo la destrucción del otro (responsable imaginario de su fracaso) propone algún tipo de disfrute. Inscripta en esa secuencia delirante, la propia responsabilidad del resentido se disuelve entre deseos insatisfechos y proyecciones de miedos amplificados hasta la depreciación universal.
En sus diarios crepusculares, Ernst Jünger sostiene que Nietzsche se volvió loco porque no pudo tolerar la visión del siglo XXI, al que se sentía adscripto y al que creía pertenecer. Si el resentimiento define nuestra época algorítmica marcada por la precarización y la transitoriedad, el siglo XIX se vio marcado a fuego por siniestras inversiones de estigmas que provocaron el mortífero pasaje al acto. Cynthia Fleury recupera a dos figuras clave que trataron de pensar desde distintas posiciones teóricas cómo la naturaleza humillada del ser humano pudo hacer lugar a la maquinaria asesina del nazismo, esencialmente alimentada por el resentimiento.
En Psicología de masas del fascismo (1933), Wilhelm Reich intentó despejar el camino que llevaba a la enfermedad examinando a la masa aparentemente detenida en el tiempo que colocó a Hitler en el poder, esos cinco millones de votantes “apolíticos” o “no politizados” que elevaron al Führer hasta la cima y, motorizados por una ira colectiva propagada como “peste emocional”, se constituyeron en un único cuerpo colectivo para dar rienda suelta a la pulsión de muerte.
En el otro extremo, Theodor W. Adorno. El exiliado que escribe Minima moralia (1951) para pensar la negatividad sin fundirse trágicamente con ella; para no pasar de víctima a verdugo en un mundo que no deja de producir descalificados a medida que se perfecciona el proceso de racionalización y la cosificación de la vida y el sujeto extiende el horizonte de deseos insatisfechos. A partir de ahí, la teoría triangular del resentimiento planea sobre el Holocausto con un lenguaje adaptado al miedo. Scheler traza un perímetro psíquico más allá del cual un exceso de dolor mental y frustración personal separa las manos del ejecutor de la mente criminal que las dirige; Reich encuentra en la necesidad de identificación con el líder la renuncia del resentido a “tratar de comprenderse a sí mismo” (frase aún no superada), y Adorno describe esa “venganza del débil” como la línea recta que se hunde sin frenos en la pesadilla más atroz de la Historia.
Cynthia Fleury, Aquí yace la amargura. Cómo curar el resentimiento que corroe nuestras vidas, traducción de Irene Agoff, Siglo XXI Editores, 2022, 249 págs.
¿Qué es una seguridad progresista? Esa es la pregunta que se hace la antropóloga y ex ministra de seguridad Sabina Frederic en su más reciente libro, y...
Manuel Quaranta pertenece a esa rara y afortunada especie de escritores que sólo se sienten escritores cuando escriben. Contrario al autor profesional (estirpe Vargas Llosa) que tiene...
Diez años pasaron desde la muerte de Tulio Halperin Donghi, el gran historiador argentino. La producción historiográfica de Halperin Donghi, discípulo de Fernand Braudel y de José...
Send this to friend