“Los duelos nos hacen calcular lo incalculable”, escribe Vir Cano en la presentación a estas notas sobre el duelo por su hermano mayor, muerto en un accidente hace más de dos décadas. Esa frase da en la nota: la nota de estas páginas, con su duelo ferozmente singular, pero también la nota de este tiempo de duelo colectivo incalculable que atravesamos.
Desde hace más de un año vivimos aferrándonos a distintos cálculos. Muy al principio llevábamos la cuenta de los días de aislamiento (¡cuánta ingenuidad!). Llevamos muchos meses (¿cuántos?) siguiendo el conteo de casos y de muertes, la cantidad de vacunas aplicadas y las que aún no llegan, en un intento diario de asimilar lo inasible, de calcular lo incalculable. Estas notas son testimonio de más de veinte años de esfuerzos de este estilo. Y son un testimonio conmovedor: Vir Cano siempre supo bien, en sus clases y en su activismo, transmitir su pasión. Con este libro nos recuerda que las “pasiones alegres” no son las únicas que vale la pena compartir.
Entre el ensayo filosófico y el diario íntimo, entre la poesía y el post de Facebook, Cano trabaja para abrir con las palabras un espacio donde puedan volverse legibles las paradojas de la vida y la muerte, o como lo escribía Derrida, la vida la muerte, todo junto, sin coma ni borde claro. Entre otras cosas, este libro elabora con sensible agudeza la tensión entre el dolor y los nombres, entre el duelo y la escritura. Así como no hay un nombre para la pérdida de unx hijx, “tampoco existe uno para la muerte de unx hermanx. Quizás por eso escribo con obstinación”.
La práctica de escribir sobre su duelo aparece a veces como sutura, remedio y refugio, y otras veces como corte y veneno: escribir es recordar, y recordar puede doler. Pero escribir es también poner en el mundo eso íntimo, eso que duele: no “soltarlo” alegremente, como querrían los distintos discursos new age, pero sí compartirlo con otrxs. En El tiempo vivido, sin su fluir, otro pequeño libro sobre un duelo imposible, Denise Riley dice que la actividad de escribir implica algún sentimiento de futuridad. No se puede escribir en un mundo vacío, clausurado y deshabitado. Tal vez por eso la escritura pueda ser bálsamo contra la nada a la que nos arroja el dolor: las palabras nos devuelven al mundo, nos dan un mundo.
Dar (el) duelo se lee de un tirón, pero no se digiere fácil; es un volumen breve y a la vez profundo, o, mejor dicho, sin fondo. “Toda tumba es una estafa”, dice Cano en el medio del libro, de este libro que también es una tumba: un “epitafio” para su hermano muerto, como advierte en la solapa, y un lugar de descanso para los dolores que nacieron con esa muerte. Ninguna cantidad de palabras podrá nunca cerrar una herida como la suya, como la nuestra. Pero el lenguaje, que es de todxs y de nadie, nos ayuda a hacernos compañía.
Vir/ginia Cano, Dar (el) duelo. Notas para septiembre, Galerna, 2021, 96 págs.
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