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“Instalar a la lengua como un derecho, y no como una mercancía, es una de las batallas políticas centrales de nuestro tiempo”. Con esta sentencia concluye Fantasma de la vanguardia, sentencia que a su vez forma parte del programa político que Damián Tabarovsky (Buenos Aires, 1967) viene sosteniendo con la lengua desde hace años. Él lo sabe y nosotros también: las batallas que recaen sobre la lengua (lengua hegemónica versus lengua “menor”, por ejemplo) nunca acaban. Hace poco, el mismo autor publicó en el diario español El País un artículo cuyo título, “La lengua se compra y se vende”, parecía a priori contradecir el postulado citado al principio de esta reseña. Inspirado quizás por la noción de “caballo de Troya” de Héctor Libertella, que propone utilizar la estructura de los grandes medios de comunicación para hacer circular los mensajes de la oposición, Tabarovsky insiste con el concepto de debate político, de batalla de y por la lengua, que incluye también la batalla por la traducción. ¿Por qué insistir en esto? ¿Por qué politizar, o, mejor dicho, repolitizar la lengua? La respuesta a esto es otra pregunta: ¿por qué no?
Fantasma de la vanguardia opera como continuación de Literatura de izquierda (2004), pero utilizando el método digresivo que caracterizó a novelas como Una belleza vulgar (2011) y El amo bueno (2016): “Pues, esto es la digresión: saltar de tema en tema […] sin prestar atención a los modos, niveles, registros, jerarquías”. De esta forma, el libro se escinde en siete partes, entre ellas: “Fantasma de la vanguardia” (entendido como el fenómeno paradójico de algo —la vanguardia— que murió, pero cuya espectralidad pervive sólo para sostener un diálogo con nosotros —siempre en el malentendido, jamás en la claridad— y que resulta productivo porque ayuda, entre otras cosas, a perforar la lengua y restituir la dimensión política de la frase); “Literatura argentina: marginal y central” (¿qué vuelve argentina a la literatura argentina?, ¿qué permite su condición de posibilidad y su dimensión agonística? y ¿qué es lo central y lo lateral de su literatura?); y “Memoria de la lengua” (distinción entre memoria y registro, la noción de lengua entendida como “industria”, el proceso de imbricación de la lengua con el hablar cotidiano…).
Hay un párrafo en particular que, a mi juicio, resume el propósito de Fantasma de la vanguardia y se presenta como programa ético-estético: “La literatura de vanguardia comprende que su asunto no es ya la sociedad sino el lenguaje. Y si la lengua está sobredeterminada por lo social, e incluso por lo histórico, lo político y lo económico […], se volcará, entonces, a cuestionar, a derribar la sintaxis dominante”. En esto último —“derribar la sintaxis dominante”— se sitúan el grado cero del libro y su objetivo al mismo tiempo: es en el dominio de la sintaxis donde todavía se puede pretender dar con lo impensado, donde se podría alcanzar lo impensable.
Damián Tabarovsky, Fantasma de la vanguardia, Mardulce, 2018, 128 págs.
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