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Mucho antes que a Warhol, Fabio Kacero y los apropiacionistas conceptuales, antes que a Duchamp, Borges, Debord o Godard, en la galería de copistas célebres habría que incluir a Bouvard y Pécuchet, esos dos adorables idiotas que “seguirán copiando” en la novela inconclusa de Flaubert. Cuesta imaginar esa formidable enciclopedia de la estupidez humana que, después de dejar su empleo de copistas, documentarse en las más variadas disciplinas y fracasar en todas durante décadas, irían a componer en el segundo volumen de la novela, La copia, copiando citas de todo lo leído. Pero algo se anticipa en un brevísimo plan de Flaubert que se conserva. Una nota los redime de la aridez mecánica de la tarea —“Placer que hay en el acto material de volver a copiar”— y una imagen los eterniza: “Terminar con la visión de los dos hombrecitos inclinados sobre sus pupitres, copiando”.
No es casual que Bouvard y Pécuchet inspirara el Libro de los pasajes (Passagen-Werk), ese otro libro inconcluso en el que Walter Benjamin reunió una constelación de “desechos” de la observación urbana, copiados afanosamente en la Biblioteca Nacional de París, para llevar “el arte de citar sin comillas hasta el máximo nivel” y para que en el montaje provocaran una especie de fisión atómica capaz de iluminar las fuerzas de la historia. El costado artesanal del “Werk” del título original se pierde en la traducción, pero leyendo el libro se intuye que Benjamin no quiere describir sino mostrar. Llama a esos fragmentos “harapos”, como si copiándolos pudiera tocarlos.
Tampoco sorprende entonces que Galería de copias se abra con el recuento de B., un video que Leticia Obeid filmó en París siguiendo los pasos del Libro de los pasajes, que el video la lleve después a copiar fragmentos de los manuscritos de Benjamin en la serie de dibujos La letra de B., y más tarde a calcar sobre la pantalla de la computadora la letra de otros escritores en la serie Manuscritos. “Desde hace años fantaseo con una pluma o birome que tenga una cámara en la punta y que vaya filmando mientras escribo”, dice en el primer ensayo, “De la copia como una de las bellas artes”, anticipando la tesis final: “Copiar es tocar”.
Todo sucede de ahí en más en ese “entredós” entre originales y copias, entre las letras que se calcan y las voces que se transcriben, se traducen o se doblan, entre la artista visual que imita los gestos de la escritora y la deriva narrativa y táctil de la ensayista que todo lo reúne. Porque Galería de copias no es un catálogo razonado de las muchas variaciones de la copia que Obeid multiplicó en sus videos, dibujos y ficciones. En la corriente proteica de los ensayos, casi todo puede leerse en esa clave, si se olvida el costado sumiso, obsecuente y subsidiario de la copia, se la libera de la tiranía de la pura mímesis y se la deja renacer frente al espejo, buscar la diferencia en la repetición, reinventarse, desvariar. La galería se faceta y se refracta por caminos inesperados, desde la imitación de los movimientos de cadera en una clase de danzas árabes hasta los parecidos de los perros, de los documentos de identidad falsificados por militantes revolucionarios de los setenta a los doblajes mexicanos o a una anécdota convertida en un poema de Sergio Raimondi.
Claro que en la deriva de los ensayos hay remixes, covers, los seis discos de Taylor Swift regrabados para recuperar los derechos de sus canciones, y hasta un catálogo personal de versiones ejemplares. Pero Obeid no se conforma con esas formas consabidas del remake: cuenta novelas, películas, videos en los que ve brillar la chispa de la copia, deja que otros (Luis Obeid, Ana Gallardo, Laura Benech y Fátima Pecci Carou) se cuelen en la galería para hablar de los NFT o las acusaciones de plagio (¿los graba, desgraba y copia?), copia sus propias copias, y hasta copia el agujero de un manuscrito medieval y lo transporta. En “Al pie de la letra” la cadena de los dobles entra en un loop vertiginoso: una traducción lleva a Obeid al encuentro con un poeta norteamericano protagonista de un enredo pigliano de nombres falsos, la cita con el poeta en un bar porteño se convierte en una escena de una novela de César Aira, la coincidencia lleva a un encuentro con Aira que deriva en la copia de fragmentos suyos manuscritos y por fin a la trascripción de una nota del poeta norteamericano que reenvía al comienzo. Queda claro hacia el final que “la copia es abundancia”, pero por momentos olvidamos que los ensayos estaban hablando de dobles y copias, mérito de la escritora que versiona incluso la vapuleada “escritura del yo” en una forma discreta y feliz de la autobiografía que habla de sí a través de lo que toca.
Dijo el infalible Borges que los protagonistas de Bouvard y Pécuchet seguirán copiando cerca de Caen, y que su obra mira hacia atrás y también hacia adelante. Obeid los acompaña. Qué bien.
Leticia Obeid, Galería de copias, prólogo de Alan Pauls, Ripio, 2023, 168 págs.
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