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Siempre es atractiva una colección de intervenciones o ensayos de un poeta (en este caso tratan de Auden, Steve Smith, Betjeman, entre otros), sobre todo si se trata de uno sutil e inteligente. Puede mostrar un abanico de gustos, preferencias, ideas sobre la poesía y sobre el propio trabajo. O ser una forma de acercarse a un escritor en un aspecto más personal o informal. Esta última expectativa es la que de algún modo se ve frustrada al leer los textos que recopilan fragmentos de entrevistas a Larkin o reseñas y comentarios de su autoría. Y justamente en eso radica parte de su encanto. Larkin hila sus pensamientos, sus respuestas, sobre el canvas que le propone el otro, ya se trate del entrevistador, el libro elegido para reseñar, otros autores o el lugar común. Y hace respecto de estos, siempre, un deslizamiento. Muestra repetidamente que no hay lo que la pregunta presupone, incluso no hay un poeta, o que no hay nada, o que lo que hay es otra cosa.
Recurre para eso a una mezcla única de extrema cortesía y finísima ironía, y eso constituye toda una poética. Es parte del humor inglés, es cierto, pero también es más que eso. Por un lado, se escribe, está claro, sobre lecturas, sobre otros textos, a los que se malinterpreta en el sentido de Bloom, es decir se escribe sobre textos cuya interpretación sufre una modificación creativa deliberada que lleva al lector a componer su propia voz, su estilo (Larkin confiesa, por ejemplo, que “veía las novelas como cosas más bien poéticas, tal vez demasiado poéticas”, y el poeta también escribió novelas). Sus puntos de vista, auténticos contrapuntos con el lugar común, resultan divertidos e inquietantes, como cuando afirma que “la poesía nos parece a todos irritante” y saca de allí la conclusión de que la poesía debe partir de la emoción respecto de cosas triviales y sencillas (cosas que parezcan “descaradamente sentimentales o triviales”), o como cuando erige como valor, para juzgar a un poeta, que sea aburrido. Estos movimientos, del pensamiento y del afecto respecto de la poesía, desplazan estructuras, ideas arraigadas, y son siempre una invitación a pensar o a ver las cosas desde otro lado, uno nuevo.
Nada afecta más a esta operación que lo que más está en juego en el género de la entrevista: la figura del poeta. En este aspecto, Larkin resta todo el tiempo, trabajando para desinflar un perfil del poeta como alguien excepcional, llámeselo visionario, sensible o imaginativo. El poeta que Larkin presenta es alguien que trabaja, puesto que debe trabajar de otra cosa (“yo soy bibliotecario”), y alguien que lee y, simplemente, ve la cosas, tal vez los temas de siempre, de otra manera. Para eso debe, en su trayecto, distanciarse de algunos gustos de juventud (como la poesía de Yeats, en su caso), pero aun de la época. Larkin confiesa que encuentra su tono cuando empieza a escribir “un tipo de poesía más personal” y halla “la manera de hacer poemas que fuesen tan fáciles de leer como una novela”.
La traducción, muy cuidada, sigue este impulso que hace la lectura interesante, divertida y muy placentera. Respecto del lugar común de la crítica sobre su obra, Larkin también tiene algo para decir: “el impulso que mueve a escribir un poema nunca es negativo; haber escrito el poema más negativo del mundo es algo positivo”, y agrega su granito de sal (de sabor): “Tal vez la negación es mi tema: no veo realmente la negación, sino como Wordsworth veía a los narcisos”, es decir, toda una lección, si las hay, sobre poesía y sobre cómo escribir poesía de la buena.
Philip Larkin, Simular ser uno mismo. Escritos sobre literatura, selección y traducción de Gonzalo Rojo, Hola & Chau, 2023, 90 págs.
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