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La figura de Vicente Luy (Córdoba, 1961-Salta, 2012) ha empezado a cobrar más y más relevancia dentro del agitado mundo poético argentino. Ya sea por una escritura un tanto irreverente, que pone por delante el enfrentamiento, o por la particular vida de alguien que tiene todos los elementos para entrar en esa molesta y, lamentablemente, rendidora categoría del poeta maldito. Timbero como era, Luy tiene todos los números: para empezar, era nieto del poeta español Juan Larrea, nombre importantísimo para entender la poesía hispanoamericana de principios del siglo XX, quien por cuestiones que van desde su apoyo al bando republicano en la Guerra Civil española hasta su amor por América, cruzadas por su amistad con César Vallejo y su lectura poderosamente mesiánica del “Nuevo Mundo”, terminó como catedrático en la ciudad de Córdoba. Para continuar, los padres de Luy fallecieron en un accidente de avión, y fue Larrea quien tuvo que hacerse cargo del nieto. Vicente vivió el resto de su vida con una cuantiosa herencia que invirtió en proyectos artísticos del más diverso tipo, desde sus libros hasta campañas que escandalizaron el ambiente conservador de su ciudad natal, o inclusive discos de músicos de tanta trascendencia como Ariel Minimal y Gabo Ferro.
Y, con todo esto, poco se ha dicho hasta ahora de su obra. El libro de Hernán (así, sin apellido), otro de los grandes poetas de finales de los noventa, que fue amigo de Luy y uno de sus compañeros en el colectivo poético Verbonautas de la citada década infame, es el primer intento serio de pensar sus libros, su escritura, con el plus de que La poesía está en ser uno es un ensayo de poeta, con las particularidades del estilo de Hernán: medido, sintético, certero.
Hernán, quien diseñó casi todos los libros de Luy con excepción de Caricatura de un enfermo de amor (1991) y algunos posteriores (como Vicente habla al pueblo o Poemas rechazados), se distancia de la relación con su amigo para ir anotando regularidades en su escritura, desde la multiplicidad de voces de algunos libros hasta la presencia temática de la “guerra civil” como asunto. Una diferencia tajante en el interior de la identidad nacional: es muy clara la distancia entre un “ellos” y un “nosotros”, entre los cómplices, los que tienen planes (como los políticos y los secuestradores), los que negocian con la Iglesia o con los militares, y ese “nosotros” más joven, vinculado al rock pero también a una nueva ética, a una práctica sin pelos en la lengua que dice lo que pasa tal como pasa, y a bancársela. Ese rasgo de la poesía de Luy no tiene que ver con la defensa de una suerte de honestidad de la voz lírica contemporánea, o esa mentada “deflación” simbólica que muchos críticos le adjudican a la poesía de los noventa (como siempre, ¿qué poesía?, ¿cuál?, ¿qué nombres leen los críticos?), o con un nuevo campo de referencias que manejó el objetivismo del período (poco tenían que ver los Verbonautas con el grupo de 18 Whiskys), sino con el establecimiento de lo que siempre persiguió, continuando, a su modo, el tipo de lectura que su abuelo llevó adelante: hay un mundo nuevo, y está en este.
Hernán, La poesía está en ser uno. Los libros de Vicente Luy, Beatriz Viterbo, 2020, 224 págs.
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