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Territorios imaginarios se suma al catálogo de Excursiones para continuar con una serie de publicaciones colectivas que reúnen miradas sobre el quehacer artístico. La editorial ha publicado una antología sobre danza y otra sobre teatro, y este tercer título convoca a dieciséis escritoras latinoamericanas de diversas edades, estilos y trayectorias a reflexionar sobre su proceso creativo, sobre el trabajo de escribir y la materia de la escritura. Encarados de forma muy distinta por cada una, los ensayos componen el mapa de una zona sensible de la literatura contemporánea, en voces que recortan rastros de una experiencia de época y también una serie de cuestiones en común.
Quizá uno de los puntos de contacto sea la relación constitutiva entre escritura y duelo. La potencia y los límites del lenguaje para alojar la ausencia, para auscultar los ritmos y pliegues de ese tiempo otro que se cuela en la escritura entre lo vivo y lo muerto, el pasado y el futuro, el desgarro y la sutura, la partida y el regreso. En tonos y apuestas muy distintas, cada una de estas figuras encuentra su espacio y su peso específico en esta “colección de voces y visiones de mujeres que pasaron por el mismo desorbitante proceso” (Barrera). La frase, que se refiere a la maternidad, otro tema presente en el libro, podría aludir también a la escritura como experiencia de metamorfosis y alumbramiento, como modo de “ampliar los bordes del cuerpo” (Courtoisie), como ruptura con el origen, fuga, viaje o perturbación sin fin de los lugares conocidos.
Se escribe, y esta es otra coincidencia, con un cuerpo mutante, hecho de retazos e injertos de otros cuerpos, paisajes, otras voces y otros tiempos, que emergen transfigurados en las imágenes que se vuelcan a la página. “La tierra va posándose en los pliegues de mis dedos, en el borde de las uñas, en las cutículas” (Rimsky). Como en aquel bellísimo documental de Agnès Varda —Los espigadores y la espigadora (2000)—, donde se establece un paralelo entre las tareas de recolección rural, pero también entre los desechos y residuos que arroja el capitalismo contemporáneo y una forma de hacer cine con esa materia vibrante y descartada, en estos ensayos la escritura también se asemeja al acto de espigar, recoger, reutilizar; un experimentar con los despojos, “con los residuos que va dejando el cuerpo en su proceso de deterioro” (Meruane); modos de poner a resguardo lo que de otro modo el tiempo se lleva. Escribo “recolectando palabras, frases, trocitos de lectura” (Costamagna), como se hurga en una tierra fértil o devastada, una tierra-tumba, que es también el lugar de los fantasmas, o los revenants, resucitados y encarnadas (Rivero) que convoca, a su vez, otro texto.
Como afirma otra de las voces cuyo eco resuena, singular, en las demás, escribir “quizá no sea sólo una cuestión de escritura, quizá sea una forma de vivir”. Escribir para entender, escribir sobre lo que no se sabe ni se conoce, sobre lo que no se quiere saber, escribir por amor, como acto de devoción (Maia). ¿Para qué escribir? “Escribo cuando me atrevo” (Tarazona), con todo el cuerpo, desde el cansancio, no escribir, tomar apenas notas (Salazar Jiménez), hasta escuchar un ritmo, escribir para dar a ver, para esperar la muerte o para quienes se fueron demasiado pronto. Escribir, “renombrar, atenazar un lenguaje propio” (Adaui), retardar, interrumpir la escritura, soñar que se escribe, caminar entre la maleza, dejar que crezca un jardín salvaje.
Varias autoras, Territorios imaginarios, Excursiones, 2024, 140 págs.
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