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El Festival Internacional de Poesía de Rosario hace libros todos los años. Esta vez le tocó el turno a un volumen peculiarmente interesante, laborioso, riesgoso y polémico: una antología que compila obra de treinta poetas de entre veintidós y treinta años de edad, algunos de ellos inéditos hasta ahora, de distintas provincias del país pero vinculados por una red de fanzines, ediciones artesanales de tiradas reducidísimas y, en general, por el ángel custodio de internet, que protege a la poesía tanto como a cualquier otra actividad humana, y tal vez un poco más. Los compiladores y prologuistas también son jóvenes: Daiana Henderson (Paraná, 1988), Francisco Bitar (Santa Fe, 1981), Gervasio Monchietti (Rosario, 1979), y son poetas. La edición estuvo a cargo de D.G. Helder, una garantía de impecabilidad.
Las antologías siempre son un problema: arbitrarias por naturaleza, es ridículo pedirles justicia, equilibrio, imparcialidad, demasiada amplitud. Pero sirven como desafío: todos los indignados pueden, por ejemplo, hacer otras antologías de poetas menores de treinta años, también arbitrarias y sin demasiada amplitud. Si lo logran (es un trabajo ímprobo), los lectores de poesía contaríamos con un dudoso panorama detallado de lo que están escribiendo los menores de treinta en la Argentina. Digo dudoso porque lo que sin duda tendríamos entre manos es una señal más del gusto –más o menos estrecho– de los diferentes antólogos.
Los compiladores de esta antología, por su parte, concluyen el prólogo advirtiendo que “posiblemente se perciban […] muchas notas en común, como un aire de época que termina o recién empieza”. Por más que el comentario parezca algo inseguro e impreciso, tiene fundamento: en la poesía argentina, nunca una década demoró tanto en terminar como la de los noventa. Aunque da la impresión de que lentamente va llegando a su fin. Tal vez podría nombrar a unos diez poetas de los treinta acá incluidos que tienen posibilidades, si siguen escribiendo, de desarrollar lo que tanto valoro: el antiquísimo concepto de una voz propia, un estilo o como se llame lo que hace de un poeta un poeta en vez de un seguidor de algún decálogo. Y eso pese a que casi todos emplean, como rasgo común, la lengua que se habla, el demótico rioplatense del castellano, una característica que se afianzó intensamente en los noventa y que en sus peores encarnaciones se confundió con contar banalidades y engrandecer bobadas. Agrego, como dato curioso, que son mayormente mujeres las que recurren a los términos más extremos del demótico, tipo “malcogida”, el clásico “mierda” o “le voy a romper el orto”, como si estas chicas estuvieran decididas a apropiarse del demótico varón hasta volver insignificante la diferencia de género, que deja de ser así un hecho literario. Y quiero señalar que, en general, hay en el libro pocas “malaspalabras”, como si eso también ya hubiera pasado. Y otro dato curioso: para ser una antología de poesía, hay mucha prosa. Conté, sin mayor minucia, ocho autores que prefieren expresarse en prosa mientras escriben poesía (¿será porque los ciento cuarenta caracteres de un tuit son menos conflictivos que los metros o los ritmos de la escansión, o porque los poetas jóvenes son fervientes lectores de, por ejemplo, Francis Ponge o Lorenzo García Vega?). Para terminar, no voy a nombrar a los más o menos diez poetas de esta antología por los que apostaría para el futuro de la poesía argentina. Pero sí les voy a sugerir, señoras y señores, que lean 30.30 y hagan sus apuestas. O que hagan otra antología de poetas menores de treinta años.
30.30 Poesía argentina del siglo XXI, selección y prólogo de Francisco Bitar, Daiana Henderson y Gervasio Monchietti, Editorial Municipal de Rosario, 2013, 252 págs.
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