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LITERATURA ARGENTINA

En la arraigada tradición argentina del cómic para adultos, lo referencial y lo simbólico se explotan al máximo. Lo verificábamos ya en apuestas como el conocido El eternauta, de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López. Pues bien, los tres relatos que componen el volumen Camino a Auschwitz y otras historias de resistencia también se sumergen en la hibridez narrativa argentina, pecado original de este territorio, donde la autobiografía, la memoria histórica y el testimonio juegan papeles fundamentales en la crónica, que ya nace fronteriza entre la historia, la literatura y el periodismo, como nos lo mostró Rodolfo Walsh en Operación masacre.

Si esta es la matriz de la que parten Julián Gorodischer y Marcos Vergara, guionista y dibujante, para abordar estas historias, es imposible no establecer una analogía con otros maestros del reporterismo gráfico en cómic, en concreto Art Spiegelman, el autor de Maus, y Joe Sacco, el de Notas al pie de Gaza. En efecto, Gorodischer y Vergara se sitúan entre ambos, se nutren de ellos y se colocan con determinación en el panorama del llamado “cómic periodístico”. De Spiegelman rescatan el potencial autobiográfico para contar los efectos del nazismo y el Holocausto en una familia judía polaca de supervivientes y la fuerza cinemática de las viñetas para reconstruir la memoria. Son las sucesivas entrevistas del autor-narrador las que le permiten a Gorodischer narrar las peripecias y dificultades de varios miembros de esta familia judía (su familia) durante la Segunda Guerra Mundial. En el caso de la tercera de las historias, “El secuestro de Eichmann”, se enfrenta al presente y señala las secuelas que acompañan a la familia y que encarna también el autor y narrador.

Gorodischer y Vergara no se distancian simbólicamente de las historias, como lo hace Spiegelman en Maus al convertir a sus protagonistas en ratones y a los nazis en gatos. Las viñetas de Camino a Auschwitz muestran seres humanos. Tampoco se limitan a escuchar los relatos y a documentarlos, sino que el cronista interviene, interpreta, reprocha, odia y se odia, quiere y se quiere. Gorodischer se sirve de lo autobiográfico para afrontar su pasado familiar, su identidad, su sexualidad y los fantasmas de los muertos.

Si bien se trata de un cómic muy de guión, Vergara destaca por su capacidad compositiva. Rompe la viñeta, desborda los marcos, alterna el dibujo sin bocadillos con las escenas y, de este modo, genera diferentes tipos de secuencialidad que resultan eficaces. Apuesta además por la técnica del color directo de la escuela francesa que, para el caso hispano, tiene un antecedente claro en la obra de Rubén Pellejero. Este cómic, estas crónicas, se nutren de formatos audiovisuales por su dimensión gráfica, su apuesta por el montaje y la lectura secuencial.

De Joe Sacco recupera Gorodischer la figura del narrador testigo, el autorretrato. Trata de llevar adelante un registro histórico, pero también se interroga por la veracidad de lo testimonial y reflexiona sobre la capacidad de ser fiel a la verdad. Como Sacco, Gorodischer refleja las rutinas periodísticas, explicita las limitaciones del informador y, al reconstruir las historias delante del lector, lo vemos escribir, tomar nota, discutir con sus interlocutores sobre lo que escoge para su relato y lo que descarta, en un alarde de transparencia encomiable.

 

Julián Gorodischer y Marcos Vergara, Camino a Auschwitz y otras historias de resistencia, Emecé, 2015, 112 págs.

6 Ago, 2015
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