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“No recordar las cosas o hacer que las cosas desaparezcan también es una forma de destrucción”, escribe María Lobo casi al final de Ciudad, 1951, su novela ganadora del Primer Premio del concurso de Letras del Fondo Nacional de las Artes en 2022 y publicada en 2024.
Pero antes que con el texto, nos encontramos en las primeras páginas con una fotografía que dará cuenta de que la ficción que estamos por empezar a leer tiene sus cimientos en un acontecimiento de nuestra historia. Y que eso que vemos en la imagen, que en principio para muchos no es más que una estructura abandonada, despojada de sentido, se alza como símbolo potente de las aspiraciones truncadas y las subjetividades que concibieron la arquitectura como motor del progreso y el desarrollo nacional.
Lo que sigue: una novela que se construye de principio a fin como una larga conversación entre dos personajes, en cuyos diálogos se intercala un narrador que deja entrever lo que cada uno siente, piensa, omite y procesa hasta decir lo que finalmente dicen.
Benita y Charles son dos arquitectos que tienen el poder de recordar el futuro. Caminan juntos por las calles de San Miguel de Tucumán hacia el cerro San Javier, en donde se edificará el proyecto para el que fueron contratados: la construcción de la ciudad universitaria más grande de América Latina. Es 1951 y ellos caminan y hablan y saben —porque recuerdan— que el proyecto —como su propia historia de amor— quedará inconcluso, que la universidad no va a existir.
Y sin embargo, persisten. Miran hacia adelante y caminan desplegando diálogos que hacen del tiempo presente de la narración un espacio de reflexión sobre lo que esas ruinas del futuro tendrán para decir. Un proyecto urbanístico importado, impuesto desde Europa como símbolo de modernidad, como lavada de cara de todo lo que representa el ser provinciano. La palabra “provinciano”, se preguntan los personajes, ¿desde qué lugar se define y significa? Como si todas las posibles declinaciones de la “industria del etiquetado”, como dice Benita, derivaran en atraso; como si la construcción de una universidad desde las alturas que el cerro provee marcaran el ritmo de la eterna civilización por sobre la barbarie, y entonces sí se pudiera forjar una nueva identidad alejada de lo criollo.
Contra lo criollo, entonces, la intempestiva llegada de la modernidad europea, con sus escuelas arquitectónicas y sus posturas filosóficas. “La filosofía del pasado y del futuro empujándose entre sí para habitar un mismo lugar”, escribe Lobo. En esas tensiones surgen las miradas importadas: organicistas versus racionalistas, partidarios de la Bauhaus o lecorbusianos, a fin de cuentas todos tienen en común terminar con una identidad, salvar a “ese ser argentino en emergencia”, piensan los personajes, entre digresiones que van desde la concepción del amor, los vínculos familiares y el arte para volver a lo que las ciudades y la arquitectura tienen para decir de un tiempo, un lugar y su gente.
Hay en el libro un homenaje a la historia de la arquitectura contemporánea y a algunos de sus protagonistas, como también hay referencias explícitas a Italo Calvino —otro provinciano a los ojos de la academia europea— y a sus ciudades invisibles.
Frente el cadáver de hormigón alzándose en el cerro y generaciones futuras ignorando su origen, Ciudad, 1951 se erige como un puente entre el pasado, el presente y el futuro, recordándonos que la memoria es un proceso continuo de construcción y reconstrucción. Pero este puente no es abstracto: se materializa en las ruinas de una arquitectura que habla con elocuencia de una época y un lugar específicos. Cada vestigio de hormigón, cada plano interrumpido, cada espacio vacío nos susurra historias de ambiciones y frustraciones del proyecto inconcluso. Y entonces la ficción, una vez más, como musgo creciendo entre las grietas, llena de color la melancolía de todas las posibilidades que pudieron ser y no fueron, revelando que las identidades, como las ruinas, son también un palimpsesto de ausencias, de proyectos abortados, de preguntas sin respuestas, de futuros que nunca llegaron a materializarse y de búsquedas de sentido que acaso sólo con el paso del tiempo se puedan comprender y resignificar.
María Lobo, Ciudad, 1951, Tusquets, 2024, 224 págs.
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